¿Para qué sirve la filosofía?
Hacer la lectura y responder en 50 líneas las siguientes preguntas.
¿Es importante la filosofía? ¿Por qué?
¿Qué importancia tiene para ti pensar?
¿Por qué es útil el pensamiento en tu carrera universitaria y en el mundo profesional que te tocará vivir?
Desde su nacimiento, la filosofía
carga con la sospecha de ser una disciplina sin utilidad. A lo largo de los
siglos, los pensadores han arriesgado varias justificaciones. En este informe,
se ponen en tela de juicio los distintos aportes que la filosofía podría hacer
tanto en el ámbito público como en el individual, el de la vida cotidiana.
Ivana Costa
Según Aristóteles, la filosofía
nació con Tales de Mileto en el siglo VI antes de Cristo, porque fue Tales el
primero que buscó respuestas a sus preguntas acerca del mundo sin recurrir a la
mitología. De Tales se sabe que fue matemático, astrónomo, ingeniero,
estadista, meteorólogo y uno de los Siete Sabios. Y sin embargo, entre sus
contemporáneos no despertaba siempre reverencia.
Una vez —cuenta Platón— Tales se
cayó en un pozo y una esclava se burló de él: por mirar el cielo —se reía la
joven— no advierte lo que tiene bajo sus pies. En otra ocasión —cuenta
Aristóteles—, Tales tuvo que mostrar que los filósofos también pueden, si
quieren, ganar dinero, porque él estaba cansado de recibir toda clase de
cargadas "tanto por su pobreza como por la inutilidad de la
filosofía". Como sus conocimientos le habían permitido calcular una buena
cosecha, Tales arrendó, fuera de estación, todos los contenedores para olivas a
bajo precio y cuando llegó el momento los alquiló más caros.
El punto es que desde que existe
la filosofía quienes no la practican se preguntan para qué sirve o, más bien,
hacen explícita su sospecha de que no sirve para nada. Quizá haya algo muy
sensato en esa sospecha, considerando que desde hace veintiséis siglos los
filósofos vienen proponiendo sistemas, teorías, doctrinas, hipótesis o dogmas
acerca de las cuestiones más variadas —¿qué es el hombre? ¿por qué hay universo
y no "nada"? ¿existe dios? ¿cuál es la relación entre el lenguaje y
la realidad? ¿cómo hacer justicia?— sin resolver definitivamente ninguna o
pocas de ellas. Debería llamarnos la atención, sin embargo, que —como señala
Manuel Comesaña— "a pesar de tratarse de discusiones interminables sobre
problemas sin solución", el interés por la filosofía no ha desaparecido
nunca.
En todo caso, la pregunta por la
utilidad de la filosofía no puede entenderse de una única manera. "Para
qué sirve" se dice en muchos sentidos. Puede ser una pregunta retórica
—que ya presupone una respuesta negativa—, una pregunta ingenua —por ejemplo,
la de un padre preocupado porque su hijo acaba de anotarse en la carrera de
filosofía—, una pregunta decepcionada —la de un profesor o un investigador con
crisis de identidad—, o una pregunta que tiene la expectativa de encontrar en
las respuestas apologéticas un nuevo sentido para encarar la propia tarea o la
propia vida. El francés Gilles Deleuze dice que "cuando se pregunta para
qué sirve la filosofía, la respuesta debe ser agresiva, ya que la pregunta se
tiene por irónica y mordaz". Pero algunas veces, es la propia filosofía la
que se formula esa pregunta; entonces es posible que de esa reflexión surja una
transformación fructífera o una revolución en el modo de pensar y de actuar.
Contra las ideas instaladas
"A la pregunta de por qué
filosofar hay que responder con otra pregunta: ¿cómo no filosofar? La posible
inutilidad de la filosofía es parte de su contingencia —explica Samuel
Cabanchk—y en ella radica también su utilidad, ya que la filosofía sirve para
no hacer masa con el pensamiento masa; para ir más allá del pensamiento que
domina en los medios, de la espontaneidad de la opinión de la calle, de las
fórmulas masificadas. No se trata de instalar un elitismo del pensar sino de
ejercer el pensamiento crítico, tanto en el universo personal como en el
colectivo."
El problema es, quizá, que estos
ejercicios de tan noble utilidad sólo tengan lugar en los ámbitos académicos, a
puertas cerradas, y sólo algunas veces lleguen a atravesar los muros del aula.
Cabanchik, que ocupa el puesto de director del departamento de la carrera de
Filosofía, en la facultad de Filosofía y Letras de la UBA, dice que la academia
"es un canal para la filosofía en el cual puede darse o no ese
distanciamiento del pensamiento masificado; pero está claro —subraya— que
ningún ejercicio institucional lo garantiza". La cuestión, de todas
maneras, sigue en pie: ¿en qué medida esta capacidad de poner a prueba los
lugares comunes del pensamiento que tiene la filosofía logra hoy salir fuera de
los centros de docencia e investigación para situarse en las prácticas
sociales? Y esto ¿tiene que ser así fatalmente?
A esto apuntan, quizá, los
estudiantes que pintan las paredes de las facultades de filosofía con leyendas
del tipo "Que la universidad se pinte de pueblo" (en el tercer piso
del edificio de la UBA) o distribuyen volantes exigiendo que en las aulas se
discutan los modos de accionar académica y políticamente. Pero esa vocación por
la acción no viene siempre acompañada por otra vocación central para la
utilidad filosófica: la de una discusión argumentada, abierta y plural. Por
caso, para mostrar rechazo por la actuación de un filósofo en política no se
compromete a cada uno de los actores involucrados en un debate: el cartel
injurioso, el escrache o la pintada están más a mano; y estos hábitos llevan a
un mayor encapsulamiento y aislamiento de la comunidad académica en todos sus
niveles.
El fin de las discrepancias
"Algunos piensan que la
filosofía puede y debe contribuir a la solución de problemas morales,
psicológicos, científicos, políticos, y que si no lo hace, es sólo un juego
frívolo —dice Manuel Comesaña, de la Universidad de Mar del Plata—. Mi propia opinión,
nada original, es que en dos mil quinientos años la filosofía occidental no ha
podido resolver ninguno de sus propios problemas y siendo así es dudoso que
pueda solucionar problemas ajenos. Desde luego, uno puede dar por buena una
teoría filosófica que tenga respuestas para todos los problemas, y esto es lo
que hacen los que dicen aplicar la filosofía. Por ejemplo: si uno es tomista y
se ocupa de la llamada ética aplicada puede condenar el aborto en toda
situación, sin excepciones. Pero algunos de los mejores filósofos van a
rechazar con argumentos eso que uno da por bueno. Si uno mira esta situación
desde arriba no encuentra razones para adherir a ninguna teoría: cuando las
autoridades discrepan, no hay autoridades."
¿Deberían entonces dejar de
discrepar los filósofos? En el diálogo De legibus, Cicerón relata la siguiente
anécdota: cuando el procónsul romano Lucio Gelio llegó a Atenas para gobernar
en nombre del Imperio, llamó con urgencia a los filósofos de la ciudad y les
pidió que pusieran fin a sus disputas estériles y llegaran a algún tipo de
acuerdo; dijo, además, que si no querían pasarse la vida discutiendo, él se
ofrecía como árbitro para ayudarlos a alcanzar puntos en común. A Cicerón esta
situación le parecía, por lo menos, "chistosa" y, como él, muchos
filósofos se han horrorizado y se escandalizan hoy cuando se los intenta
agrupar bajo una línea de pensamiento. En cambio, Michael Frede, profesor de
filosofía clásica en Oxford, escribió recientemente que hoy existe
"demasiado acuerdo" entre los intelectuales y que resultan mucho más
útiles a la filosofía quienes "tienen la claridad intelectual y el coraje
para mostrar que las cosas se pueden ver de otra manera".
Esta era la tarea que Theodor
Adorno reivindicaba para la "inútil" filosofía: porque su supuesta
inutilidad deja al descubierto su crítica de los saberes y las prácticas
dominantes. "La filosofía —escribió Adorno—, a la que basta lo que quiere
ser y que no galopa puerilmente detrás de la historia y de lo real, tiene su
nervio vital en la resistencia contra el actual ejercicio corriente y contra
aquello a lo que éste sirve: la justificación de lo que ya es."
El saber en sus límites
Pero tal vez convenga establecer
otra zona para los acuerdos entre pensadores; por ejemplo, acuerdos entre la
filosofía y las otras disciplinas relacionadas directamente con el quehacer
humano. Horacio Banega, profesor de gnoseología en la UBA, dice que la utilidad
de la filosofía puede abordarse desde un eje individual y otro colectivo.
"En cuanto a lo individual, la filosofía sirve para adquirir habilidades
cognitivas ligadas al pensamiento abstracto y eso luego trae aparejado el
placer por el saber. Colectivamente, la filosofía sirve para criticar, revisar
o consolidar las distintas racionalidades de la vida social, y allí la
filosofía se encuentra en pie de igualdad con otras disciplinas. No creo que
pueda dar un punto de vista fuera de lo social y tampoco dar una vivisón de la
totalidad. Su aporte es, más bien, una metodologías de análisis antes que un
pensamiento sustantivo."
Ahora, si la gente se reía de la
futilidad del estudio de Tales de Mileto, qué queda para la filosofía actual,
que no es siquiera, como era en la Antigüedad, la suma del saber. No es
ciencia, ni tecnología de aplicación puntual, ni tampoco teología. Pero ¿sería
deseable tener ciencia, técnica o teología sin una reflexión filosófica que
examine críticamente sus supuestos? "La filosofía es un género de
reflexión acerca de los fines y de los valores que orientan a un colectivo
social —dice Daniel Kalpokas, doctor en filosofía y especialista en el
pensamiento del norteamericano Richard Rorty—. Se supone que reflexiona sobre
por qué invertir dinero en una investigación científica y no en otra, por
ejemplo. Si la ciencia y la tecnología son medios para alcanzar ciertos fines,
la filosofía debería ser una reflexión acerca de esos fines y de su
sentido."
Ligada a esta función aparece la
dimensión crítica de la filosofía: "La crítica de la cultura es
prerrogativa suya —dice Kalpokas— porque es una reflexión que atraviesa todas
las áreas culturales: estética, ciencia, historia: todo lo que el alemán Jürgen
Habermas llama "el mundo de la vida", y esto es así porque la
filosofía tiene esa capacidad de relacionar los diversos fragmentos de la
cultura con la vida cotidiana. Esto no es parte del contenido de las ciencias,
sino de la filosofía. En este sentido, su vocación por la totalidad de la
cultura es legítima. Si Aristóteles definía a la filosofía como el saber de lo
que es en tanto que es, hoy deberíamos llamarla reflexión de la cultura en su
conjunto y en todas las sociedades".
La totalidad perdida
La ilusión de crear un sistema
teórico de explicación del mundo a partir de la pura razón se terminó con Kant,
quien situó los límites del conocimiento humano y delineó los usos posibles de
la razón pura y práctica. "Las cosmovisiones omnicomprensivas del mundo,
sean de carácter religioso, metafísico o ideológico, o inclusive metafísicas
laicas y seculares como el marxismo leninismo, han perdido vigencia
absoluta", dice Osvaldo Guariglia, profesor de ética en la UBA e
investigador del Conicet. ¿Significa que los márgentes de utilidad de la
filosofía son más estrechos?
"En este mundo nuevo de
pensamiento postmetafísico —sigue Guariglia— el filósofo de la ética y la
política debe preguntarse cuáles son los fundamentos intersubjetivos de las
normas que nos deben regir todos los días. La crisis del relativismo cultural,
del escepticismo moral, de la desorientación subjetiva es efecto de la
secularización que trae la modernización, y esto no produce siempre progreso.
También produce el terror al progreso, a la modernización de las relaciones
sociales y a la secularización de la sociedad, que está en la base de todo
fundamentalismo. En este marco, el filósofo puede aportar una visión crítica
porque al tener en cuenta el deber ser no intenta rever el pasado sino abrir el
horizonte de las expectativas."
Pensar lo público
Karl Marx, graduado en filosofía
con una tesis doctoral sobre el atomismo de Demócrito, escribió en su madurez:
"Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de distintos modos;
de lo que se trata es de transformarlo".
Con esta sentencia subrayó lo que
ya era un lugar común desde tiempos antiguos: los filósofos
"interpretan", en cambio la actuación sobre la realidad social y
política —incluido todo intento de transformación— es incumbencia de otros
sabios: economistas, sociólogos, politólogos. Pero hoy, al parcer, muchos
filósofos reclaman un lugar más protagónico y activo en la vida pública.
Tomando sólo algunos casos de
académicos de la UBA, se pueden mencionar a Eduardo Rabossi, que fue Secretario
de Derechos Humanos del gobierno de Raúl Alfonsín; Guariglia, convocado
asimismo por Alfonsín para asesorar en la formulación de criterios procesales
que antes del Juicio a las Juntas distinguieron entre quienes daban las órdenes
(de un plan sistemático de terrorismo de Estado), quienes las hacían cumplir y
quienes las cumplían. Florencia Luna ha sido asesora de la Organización Mundial
de la Salud en cuestiones legales y éticas ligadas a la genética; y Diana
Maffia ha sido Defensora del Pueblo adjunta. ¿De qué manera sirve la filosofía
en la Argentina de hoy, atravesada por crisis múltiples y por múltiples deseos
de transformación?
"La filosofía cumple una
función crítica con respecto a todo lo que la gente cree saber —explica Manuel
Comesaña— y esto resulta útil: Bertrand Russell decía que es preferible una
incertidumbre fundada a una certidumbre infundada. No creo que esto se aplique
a todas las situaciones: por ejemplo, en la vida cotidiana, dar por sentada la
existencia de objetos físicos —que algunos filósofos han negado— parece más
práctico que ponerla en duda. Uno muchas veces está obligado a actuar como si
tuviera certezas, aunque no las tenga, pero en algunas situaciones resulta útil
cuestionar certezas, por ejemplo, certezas políticas —aunque más no sea porque
siempre se asesina en nombre de certezas, nunca en nombre de dudas."
Horacio González afirma: "La
filosofía sirve porque su servir está en la revisión de los cimientos del
propio lenguaje con el que pregunta; ahora, cuando nos preguntamos por la
utilidad de la filosofía en la Argentina de hoy tenemos que admitir que nos
falta un lenguaje que pueda servir sin obligar ni programar. Es decir, que
sirva justo porque se considera que está de sobra. Ese lenguaje, que investiga
lenguajes, es la oscura felicidad de la filosofía. Es la flecha celosa que
señala hacia la conciencia de lo que falta. Porque todo país se compone
alrededor de lo que él priva. O de lo que a él lo privan".
Para poder intervenir activamente
en la crisis actual, la filosofía "debería intentar reproducir el espacio
del ágora, que ya no existe, y que para los griegos era el sitio de encuentro y
debate sobre la política en todos los sentidos de esta palabra", opina
Samuel Cabanchik. "Ese espacio —sigue— debe ser reconstruido en el ámbito
familiar, en el de la amistad, en el trabajo y en la universidad."
Guariglia también piensa que la filosofía puede y debe hacer aportes concretos
en ética y en política. "Pero eso no implica —dice— que en la Argentina de
hoy se deba llamar a los filósofos para que esbocen una república platónica
ideal (el revolucionario filósofo portavoz iluminado de la vanguardia entraña
graves peligros). Más aun, es posible que si algo así ocurriese, aquellos a
quienes se llame aporten sólo unas confusas ideas sobre entelequias nacionales.
A la inversa, significa que los filósofos, como ciudadanos, tienen el deber de
hacer propuestas claras y comprensibles a la opinión pública y a los
gobernantes, no sólo sobre lo que se debate, sino sobre lo que no se discute y
se debería discutir."
Filosofía para la vida
Para Banega, la pregunta por la
utilidad de la filosofía equivale a preguntarse para qué sirve estudiar. O
también ¿cómo se restauran los valores trabajo y del estudio cuando ya nadie
cree en ellos? "A todos quienes nos dedicamos a la filosofía nos toca
enfrentar esta cuestión: ¿Tengo algo para ofrecer? ¿Qué puedo ofrecer, como
filósofo, al mercado productivo? ¿Puedo ofrecer algo más que la aspiración a
convertirme en un asalariado del Estado? Todos deberíamos preguntarnos esto
porque la investigación, como profesión, está desapareciendo en el país. No
estoy seguro de que la filosofía pueda ofrecerse como sabiduría para la vida:
eso parece propiedad del psicoanalista o de la religión. Deberíamos
preguntarnos por qué."
No todos los que portan
credenciales filosóficas de alguna especie aceptarían hoy que la filosofía no
sirve para la vida. En primer término, quienes organizan cafés filosóficos,
reuniones que proponen a sus asistentes formar un "grupo de
reflexión" sobre asuntos de la vida cotidiana: la infidelidad, la
tristeza, el amor. Hoy a las 22, por caso, se puede asistir a uno que tratará
el tema de los celos. A este tipo de encuentros —inspirados en los Cafés-Philos
franceses pero que vienen ganando terreno en Buenos Aires— se accede pagando
diez pesos. A cambio, los organizadores —formados en filosofía— ofrecen una
relación teórica sobre el tema, seguida por un amable diálogo en común. No es
lo mismo, sin embargo, la inocua costumbre de la charla del café que el
consultorio filosófico: otro sitio que reivindica la utilidad y la capacidad de
la filosofía para aplicarse a la vida, pero de origen y función más dudosos.
En su República, Platón trazó una
extraordinaria alegoría: los hombres —dice allí— vivimos como encadenados en
una caverna, y el que logra desencadenarse y ver el sol —es decir, el filósofo
que sabe que hay algo más bello, más verdadero y mejor que las tinieblas en las
que está sumida la multitud— debe regresar a la oscuridad para llevar su
noticia y persuadir a los demás de que lo sigan, aunque lo llamen loco o
maldito. Las interpretaciones éticas y políticas de esta alegoría son
incontables pero hay una enseñanza para los aspirantes a filósofos que sin duda
la mantiene viva: la filosofía no servirá ni para la propia vida ni para la
vida en común si no es, de algún modo, un placer dulce y un retorno arduo a la
caverna.
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