lunes, 14 de noviembre de 2011

EL MALESTAR EN LA CULTURA



Aparecido en 1930, en este artículo Sigmund Freud plantea que la insatisfacción del hombre por la cultura se debe a que esta controla sus impulsos eróticos y agresivos, especialmente estos últimos, ya que el hombre tiene una agresividad innata que puede desintegrar la sociedad. La cultura controlará esta agresividad internalizándola bajo la forma de Superyo y dirigiéndola contra el yo, el que entonces puede tornarse masoquista o autodestructivo.

1 Freud había escuchado decir de cierta persona que en todo ser humano existe un sentimiento oceánico de eternidad, infinitud y unión con el universo, y por ese solo hecho es el hombre un ser religioso, más allá de si cree o no en tal o cual credo. Tal sentimiento está en la base de toda religión. Freud no admite ese sentimiento en sí mismo pero intenta una explicación psicoanalítica -genética- del mismo.

Captamos nuestro yo como algo definido y demarcado, especialmente del exterior, porque su límite interno se continúa con el ello. El lactante no tiene tal demarcación. Empieza a demarcarse del exterior como yo-placiente, diferenciándose del objeto displacentero que quedará 'fuera' de él. Originalmente el yo lo incluía todo, pero cuando se separa o distingue del mundo exterior, el yo termina siendo un residuo atrofiado del sentimiento de ser uno con el universo antes indicado. Es lícito pensar que en la esfera de lo psíquico aquel sentimiento pretérito pueda conservarse en la adultez.

Sin embargo dicho sentimiento oceánico está más vinculado con el narcisismo ilimitado que con el sentimiento religioso. Este último deriva en realidad del desamparo infantil y la nostalgia por el padre que dicho desamparo suscitaba.

2 El peso de la vida nos obliga a tres posibles soluciones: distraernos en alguna actividad, buscar satisfacciones sustitutivas (como el arte), o bien narcotizarnos.

La religión busca responder al sentido de la vida, y por otro lado el hombre busca el placer y la evitación del displacer, cosas irrealizables en su plenitud. Es así que el hombre rebaja sus pretensiones de felicidad, aunque busca otras posibilidades como el hedonismo, el estoicismo, etc. Otra técnica para evitar los sufrimientos es reorientar los fines instintivos de forma tal de poder eludir las frustraciones del mundo exterior. Esto se llama sublimación, es decir poder canalizar lo instintivo hacia satisfacciones artísticas o científicas que alejan al sujeto cada vez más del mundo exterior. En una palabra, son muchos los procedimientos para conquistar la felicidad o alejar el sufrimiento, pero ninguno 100% efectivo.

La religión impone un camino único para ser feliz y evitar el sufrimiento. Para ello reduce el valor de la vida y delira deformando el mundo real intimidando a la inteligencia, infantilizando al sujeto y produciendo delirios colectivos. No obstante, tampoco puede eliminar totalmente el sufrimiento.

3 Tres son las fuentes del sufrimiento humano: el poder de la naturaleza, la caducidad de nuestro cuerpo, y nuestra insuficiencia para regular nuestras relaciones sociales. Las dos primeras son inevitables, pero no entendemos la tercera: no entendemos porqué la sociedad no nos procura satisfacción o bienestar, lo cual genera una hostilidad hacia lo cultural.

Cultura es la suma de producciones que nos diferencian de los animales, y que sirve a dos fines: proteger al hombre de la naturaleza, y regular sus mutuas relaciones sociales. Para esto último el hombre debió pasar del poderío de una sola voluntad tirana al poder de todos, al poder de la comunidad, es decir que todos debieron sacrificar algo de sus instintos: la cultura los restringió.

Freud advierte una analogía entre el proceso cultural y la normal evolución libidinal del individuo: en ambos casos los instintos pueden seguir tres caminos: se subliman (arte, etc), se consuman para procurar placer (por ejemplo el orden y la limpieza derivados del erotismo anal), o se frustran. De este último caso deriva la hostilidad hacia la cultura.

4 Examina aquí Freud qué factores hacen al origen de la cultura, y cuáles determinaron su posterior derrotero. Desde el principio, el hombre primitivo comprendió que para sobrevivir debía organizarse con otros seres humanos. En 'Totem y Tabú' ya se había visto cómo de la familia primitiva se pasó a la alianza fraternal, donde las restricciones mutuas (tabú) permitieron la instauración del nuevo orden social, más poderoso que el individuo aislado. Esa restricción llevó a desviar el impulso sexual hacia otro fin (impulso coartado en su fin) generándose una especie de amor hacia toda la humanidad, pero que tampoco anuló totalmente la satisfacción sexual directa. Ambas variantes buscan unir a la comunidad con lazos más fuertes que los derivados de la necesidad de organizarse para sobrevivir.

Pero pronto surge un conflicto entre el amor y la cultura: el amor se opone a los intereses de la cultura, y ésta lo amenaza con restricciones. La familia defiende el amor, y la comunidad más amplia la cultura. La mujer entra en conflicto con el hombre: éste, por exigencias culturales, se aleja cada vez más de sus funciones de esposo y padre. La cultura restringe la sexualidad anulando su manifestación, ya que la cultura necesita energía para su propio consumo.
5 La cultura busca sustraer la energía del amor entre dos, para derivarla a lazos libidinales que unan a los miembros de la sociedad entre sí para fortalecerla ('amarás a tu prójimo como a tí mísmo'). Pero sin embargo, también existen tendencias agresivas hacia los otros, y además no se entiende porqué amar a otros cuando quizá no lo merecen. Así, la cultura también restringirá la agresividad, y no sólo el amor sexual, lo cual permite entender porqué el hombre no encuentra su felicidad en las relaciones sociales.

6 En 'Más allá del principio del placer' habían quedado postulados dos instintos: de vida (Eros), y de agresión o muerte. Ambos no se encuentran aislados y pueden complementarse, como por ejemplo cuando la agresión dirigida hacia afuera salva al sujeto de la autoagresión, o sea preserva su vida. La libido es la energía del Eros, pero más que esta, es la tendencia agresiva el mayor obstáculo que se opone a la cultura. Las agresiones mutuas entre los seres humanos hacen peligrar la misma sociedad, y ésta no se mantiene unida solamente por necesidades de sobrevivencia, de aquí la necesidad de generar lazos libidinales entre los miembros.

7 Pero la sociedad también canaliza la agresividad dirigiéndola contra el propio sujeto y generando en él un superyo, una conciencia moral, que a su vez será la fuente del sentimiento de culpabilidad y la consiguiente necesidad de castigo. La autoridad es internalizada, y el superyo tortura al yo 'pecaminoso' generándole angustia. La conciencia moral actúa especialmente en forma severa cuando algo salió mal (y entonces hacemos un examen de conciencia).

Llegamos así a conocer dos orígenes del sentimiento de culpabilidad: uno es el miedo a la autoridad, y otro, más reciente, el miedo al superyo. Ambas instancias obligan a renunciar a los instintos, con la diferencia que al segundo no es posible eludirlo. Se crea así la conciencia moral, la cual a su vez exige nuevas renuncias instituales. Pero entonces, ¿de dónde viene el remordimiento por haber matado al protopadre de la horda primitiva, ya que por entonces no había conciencia moral como la hay hoy? Según Freud deriva de los sentimientos ambivalentes hacia el mismo.

8 El precio pagado por el progreso de la cultura reside en la pérdida de felicidad por aumento del sentimiento de culpabilidad. Sentimiento de culpabilidad significa aquí severidad del superyo, percepción de esta severidad por parte del yo, y vigilancia. La necesidad de castigo es una vuelta del masoquismo sobre el yo bajo la influencia del superyo sádico.

Freud concluye que la génesis de los sentimientos de culpabilidad están en las tendencias agresivas. Al impedir la satisfacción erótica, volvemos la agresión hacia esa persona que prohíbe, y esta agresión es canalizada hacia el superyo, de donde emanan los sentimientos de culpabilidad. También hay un superyo cultural que establece rígidos ideales.

El destino de la especie humana depende de hasta qué punto la cultura podrá hacer frente a la agresividad humana, y aquí debería jugar un papel decisivo el Eros, la tendencia opuesta.

lunes, 7 de noviembre de 2011

El materialismo histórico.



(Estudiantes de Epistemología lean este texto, no se vayan abajo, no se vayan arriba, no busquen a Carlos Cuauhtémoc Sánchez, lean nomás éste por favor)

“Reconocemos solamente una ciencia, la ciencia de la historia”
K. Marx y F. Engels, La ideología alemana.


I.

El materialismo histórico, en términos generales, no es más que una concepción materialista acerca de la historia. Desde el punto de vista filosófico, esta doctrina implicó una interpelación a los sistemas que pretendían hacer de la historia una abstracción especulativa, una metafísica más. Dichos sistemas hacían ver la historia de los hombres y su vida material como historia de la filosofía, como la historia del pensamiento humano y su desenvolvimiento. Hegel, por ejemplo, intenta reducir la historia a un desarrollo del espíritu que, en sus distintas fases, buscaba su autoconocimiento en el “Espíritu absoluto”, la idea. En ése contexto, no quedaba espacio para ningún protagonismo más que el de los espectros de la filosofía: Dios, el “espíritu”, la conciencia etc.

Marx y Engels, en el primer capítulo de La ideología alemana, desmintieron la serie de prejuicios metafísicos que recubrían la doctrina social de su país, polemizando principalmente con los jóvenes y viejos hegelianos. “Los viejos hegelianos – afirman Marx y Engels, lo comprendían todo una vez que lo reducían a las categorías lógicas de Hegel (...) Los jóvenes hegelianos coincidían con los viejos hegelianos en la fe en el imperio de la religión, de los conceptos, de lo general en el mundo existente”. Así, Marx y Engels pretendían formar, a través de la crítica del idealismo hegeliano, una concepción materialista de la historia.

La filosofía idealista y su concepción de la historia tienen como principal antecedente la filosofía kantiana. Immanuel Kant dejó impuestas, en el momento fundamental de su sistema, una serie de “categorías” que pertenecían a la razón pura. La razón pura, para Kant, no estaba determinada por la experiencia, y tenía formaciones trascendentes del pensar, fuera del alcance de la vida material de los hombres. Hegel deja a la razón pura defendida por Kant, la responsabilidad de ser protagonista de la historia; nos dice en más de alguna ocasión que “la constitución, la legislación, el estado total de un pueblo tiene su fundamento sólo en el concepto que el espíritu se hace de sí”. Es decir, la vida material de un pueblo, su historia desde el punto de vista marxista, está determinada por el espíritu, por la filosofía, por el mundo de las ideas.
Este viejo idealismo parecía nublarlo todo en Alemania. Los filósofos pretendían deducir, a partir de categorías externas a la realidad, sacadas de la especulación misma y del grave ejercicio metafísico, las leyes de la historia. Feuerbach, uno de los más fenomenales teólogos-filósofos del ateísmo, no logró escapar al “idealismo histórico” que tenía abrazado a todo el clima filosófico europeo en los tiempos de Marx y Engels. “En la medida en que Feuerbach es materialista, se mantiene al margen de la historia, y en la medida en que toma a la historia en consideración, no es materialista” dicen Marx y Engels.

Está claro, según lo que hemos visto, que el idealismo pretendió condenar a la historia a vivir encarcelada bajo las celdas de la universalidad trascendente, de las leyes exteriores que le determinaban y que guiaban su curso. Podía ser Dios, podían ser las categorías de la razón pura de Kant, podía ser el espíritu absoluto de Hegel, la religión o el amor. Cualquier fanfarronería fuera de la realidad que guiara la historia sería mejor que considerarla como producto de la vida de los hombres. Esta concepción de la historia tenía sus ventajas para la burguesía: Mantenía a los hombres como esclavos del dogma religioso, o, en otra circunstancia, le imponía a ellos la necesidad de creer en lo trascendente, cosas “en sí” que estaban fuera de su alcance en términos prácticos y cognoscitivos.

Además, el idealismo en su mayor grado de desarrollo, el hegelianismo, consideraba al Estado burgués y al capitalismo, como la realización máxima del “espíritu” que debía desarrollarse en éste mundo. Desde ese punto de vista podía ser, por ejemplo, la revolución francesa la más grande de las proezas históricas y el “final feliz” del desarrollo humano. Además, cave destacar la relación implícita de ésta concepción teleológica (es decir, que llega a su fin) de la historia con la teoría de “El fin de la historia” de los intelectuales neoliberalistas.

II.

Marx y Engels tuvieron como tarea, en el clima de soberbia ignorancia, propio del floreciente capitalismo industrial, derribar la muralla de sistemas filosóficos con los que había absuelto sus culpas la burguesía desde hacía más de cuatrocientos años. Noblemente, entregados a la causa del proletariado, lucharon por entregar a los revolucionarios una guía para la acción eficaz, profundamente revolucionaria y radical. Sin embargo, en el camino de ésta elaboración teórica, no todo podía ser color de rosa: Hubo que polemizar arduamente con enemigos muy eficaces y talentosos, que pretendieron adueñarse del concepto de socialismo desde posturas que volvían y volvían hacia aquel detestable nudo de conceptos intrincados en que estaba transformado el idealismo hacia el siglo XIX.

Pero no sólo fueron los socialistas utópicos e idealistas los que pretendieron hacer retroceder al socialismo, en tanto ideología, hacia la barbarie retrógrada que significan las “leyes” externas al mundo y a la vida material de los hombres. También dentro del campo marxista, fueron apareciendo, una y otra vez, y tan rápido como las cucarachas, los “intelectuales” y “profesores” que intentaron reducir el pensamiento socialista a un recetario. Hoy, estos mismos profesores son explotadores, todo tipo de traficantes y mafiosos, que abandonaron sus puestos en el ex Comité Central del PCUS, para convertirse en verdaderos sostenedores del capitalismo en toda Europa del Este.

En su conocido prólogo de la “Contribución a la crítica de la economía política” Marx nos resume más o menos las conclusiones de su trabajo teórico así:
“En la producción social de su vida, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción, que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura [518] jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general.”

Nosotros queremos sencillamente, mostrar que ésta cita no es el conjunto del pensamiento de Marx, y está lejos de ser una síntesis. Por el contrario: El pensamiento de Marx es también un pensamiento humano, y como tal tiene rupturas internas en su desarrollo que algunos militantes marxistas han pretendido olvidar.

Hasta el paroxismo, hasta la más infundada de las exageraciones llegó el intento por hacer creer a los militantes de izquierda que la base del materialismo histórico residía en el determinismo económico. El filósofo italiano Antonio Gramsci, quien puede ser tomado en cuenta como el más genial de los pensadores marxistas de todos los tiempos, insistió sobre la necesidad de no transformar al marxismo en una sociología, comprendida como conjunto de leyes y normas. Gramsci, en sus Cuadernos de la Cárcel polemiza con el Ensayo popular de sociología, del autor soviético y asesor de Stalin, Mijail Bujarin. Bujarin, en el fondo, lo que hace es condensar algunos de los textos del viejo Engels con las propuestas teóricas de la socialdemocracia alemana, y principalmente de sus jefes Kautsky y Bernstein.

Transformar el marxismo en un manual de Ciencias Naturales simples fue una empresa fácil en un país tremendamente burocratizado y ahogado en el miedo, como lo fue la Rusia Soviética de Stalin. Kautsky, uno de los más importantes líderes de la socialdemocracia alemana, esa misma socialdemocracia que traicionó la revolución reemplazándola por un proyecto social-pacifista, afirma en su folleto “El marxismo” que “La evolución histórica siempre ha obedecido a leyes históricas determinadas”. En Kautsky sobresalta un uso reiterativo del concepto de evolución para describir el proceso histórico, volcando así al socialismo en un evolucionismo darvinista que denunció muy bien el filósofo argentino Néstor Kohan. Será ese mismo evolucionismo darvinista el que adherirán también Plejanov y los “profesores” de la “Academia” de la URSS.

Stalin, en la fase en que ya ésta visión chata y anti-humanista del marxismo estaba consolidada, escribió su propio manual de marxismo-leninismo. ¿Qué venía a enseñarnos éste manual?: Lo mismo que todos los manuales. Que la materia es lo primario, y es ontológicamente superior sobre la conciencia, y que la determina. Que, en segundo lugar, ésta determinación incluye a toda la sociedad. Que, por lo tanto, la sociedad está determinada por las leyes universales de la materia, que Engels explicó en su Anti-During. En la doctrina acerca de la historia, los manuales estalinistas, difundidos por los Partidos Comunistas de toda América Latina, nos enseñaban que la “estructura social” (es decir, las fuerzas productivas según la cita que expusimos más arriba) determina la “superestructura”. Los hombres quedaban determinados no sólo por la materia; sino también por la economía. Y a su vez, la economía quedaba determinada por la producción. En éste orden de cosas no había espacio para la conciencia, determinada múltiplemente, ni para la praxis, condenada al “imparable avance de las fuerzas productivas”. La sociedad era considerada como la cosa en sí kantiana; tiene vida propia y automovimiento, y es independiente de la praxis humana; aparece identificada a la naturaleza, tal como sucede en el positivismo de Comte.

El salvajismo del determinismo económico se transformó en fatalismo. No quiero aquí ahondar sobre los múltiples errores que cometió Engels en su popularización del marxismo, realizada posterior a la muerte de Marx. Pero a él le cabe la responsabilidad de haber tensado al marxismo en función del positivismo. El determinismo económico no podía ser de otra manera: La economía es siempre avance, es evolución continua, lineal. Gradual o a saltos, siempre es evolución. La fecundidad del materialismo histórico había quedado limitada por la filosofía positivista en que devino el marxismo después de Engels. Al ser la economía y la historia (que para los manuales no es más que la historia de la economía) una pura evolución lineal, no había posibilidad de no llegar al socialismo.

El materialismo histórico estaba plenamente transformado en el materialismo económico. Y al igual que los idealistas alemanes, los filósofos soviéticos, desde Plejanov hasta Afanasiev, transformaron la historia en la historia de una evolución continua condicionada por “leyes objetivas” exteriores a la vida material de los hombres. Pero la caída del Muro de Berlín debía liberar al marxismo. Tanto del determinismo económico como del determinismo político que devenía de éstas lógicas de pensamiento, siempre meditadas a favor de la burocracia soviética.

III.

El marxismo vulgar, como afirmó Gyorgy Lúkacs, se encargó de transformar al materialismo histórico en una serie de leyes eternas. Y lo peor de todo es que esas leyes corrían sólo para la sociedad occidental. Los no-europeos, de nuevo, no teníamos historia. Las fases, etapas, o como quieran llamarse, de la historia según los manuales, y según el materialismo histórico defendido por los soviéticos (y en Chile por Marta Harnecker) estaban determinadas por fuerzas productivas que los latinoamericanos no llegamos a tener, dada la naturaleza desigual y combinada de nuestro desarrollo económico. Las fases propuestas por el HISMAT (Materialismo Histórico, según las siglas rusas) soviético insistían en la necesidad de una etapa “democrático-burguesa” previa al socialismo. Sin embargo, esta necesidad era una pura especulación teórica que había instaurado Kautsky y la socialdemocracia años antes, para impedir el triunfo de la revolución argumentándose en que primero “había que desarrollar el capitalismo hasta el final”. Según esa propuesta kautskiana, los latinoamericanos debíamos esperar a que el capitalismo se desarrollara totalmente antes de luchar por el socialismo. Así se nos mantuvo (y se nos mantiene, quizás) anclados en la idea de la “Revolución democrático burguesa” como etapa previa de la “Revolución socialista”. Las ligazones orgánicas y teóricas entre el estalinismo y la socialdemocracia son tantas, que nadie se explica cómo, en la fauna de la izquierda chilena, un partido pequeño llamado PC (AP) reivindique a Stalin y sea más radical en algunas decisiones que la izquierda no-estalinista.

La afirmación de Marx acerca de que “No es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia”, quiere decir más bien que son los hombres y su praxis los que hacen la historia, no las leyes universales. Los hombres, en el proceso histórico de su auto-creación, crean el mundo y lo transforman mediante su praxis. Como dice la famosa tesis sobre Feuerbach, crean las condiciones de vida bajo las cuales se encuentran, son actores pasivos y activos a la vez. El mismo Marx se encargó de demostrar que no hay historia sin historia, cuando escribió en una carta que “Estudiando cada uno de [los] procesos históricos por separado y comparándolos luego entre sí, encontraremos fácilmente la clave para explicar estos fenómenos, resultado que jamás lograremos, en cambio, con la clave universal de una teoría general de filosofía de la historia, cuya mayor ventaja reside precisamente en el hecho de ser una teoría suprahistórica”. Las llamadas leyes históricas, o férreas leyes de la historia, o leyes sociológicas, como decía Gramsci, no son más que silogismos y afirmaciones tautológicas. Y también son una forma de poder brutal, poder que se sitúa en el plano del saber y el conocimiento. Una forma de alienación más, pero esta vez disfrazada de marxismo.

No necesitamos más éste materialismo histórico que fija su prioridad en el desarrollo de la economía y el sistema de producción. Si se trata de método, lo que más necesitamos es un humanismo historicista como el que propuso Walter Benjamin en sus “Tesis sobre el concepto de historia”, donde señaló que la tarea del historiador que adhiere al materialismo histórico es escribir la historia a “contrapelo”, desde abajo, desde el punto de vista de los explotados y de los oprimidos.

¿Qué sucede entonces, con la historia?. Que es la historia de los hombres concretos y su vida material, su praxis. De todas las fuerzas productivas que hay, la más grande es la propia clase revolucionaria. La historia sigue siendo, por ello, la historia de la lucha de clases, de la lucha de los oprimidos por mejorar su propia vida material. Es necesario que tengamos en cuenta la lección histórica que nos da el estalinismo para no volver a cometer nunca los mismos errores. Por otra parte, una nueva concepción de la historia, que no se base en la economía como momento prioritario de la constitución de la humanidad, nos obligará a tener en cuenta el factor subjetivo a la hora de ser políticos. Ello implica una re-valoración de experiencias anteriores que, miradas desde el punto de vista del materialismo histórico vulgar, son “grandes errores” que no midieron “las condiciones objetivas” y se situaron fuera “del proceso de producción” o de “las leyes universales” del movimiento y la materia.

Marx nos está diciendo que cada proceso histórico es una particularidad. Este pequeño artículo, que ha debido cortarse en muchas partes y resumirse una y otra vez, por que no alcanzan cinco páginas para explicar la totalidad de las deformaciones que sufrió nuestra “Concepción materialista de la historia”, tiene como objetivo que nunca más miremos con desprecio a los combatientes que murieron, atribuyéndoles una falta de responsabilidad con la economía y las fuerzas productivas. Nos referimos a Miguel Enríquez, a los compañeros caídos y desaparecidos en el esfuerzo guerrillero de Neltume, a los sindicalistas que impugnaron a Salvador Allende como un presidente reformista en la Unidad Popular, a los compañeros que intentaron articular el poder desde abajo en los cordones industriales, y sobre todo, al mismo Che Guevara, quien muchas veces fue maltratado por el “HISMAT” soviético y hoy es despreciado por Tomás Moulian. Ellos y tantos otros, sabiéndolo o no, se opusieron a todos los manuales, por que nunca quisieron respetar “las condiciones objetivas” que el reformismo impuso en su época. Ellos y tantos otros, son responsables de no haber querido respetar esa famosa ley de los manuales, soviéticos o chilenos (bajo la forma de “cuadernillos de educación popular”), que dice que ningún período histórico (reducido a la categoría de “modo de producción”) cede su paso a otro sin antes haber desarrollado toda su potencialidad.

La historia no se hace a sí misma. Un período histórico cede su paso a otro cuando los hombres son conscientes de su historicidad, y de la necesidad de destruir el orden de cosas existente.