sábado, 30 de junio de 2012

El malestar en la cultura


Aparecido en 1930, en este artículo Sigmund Freud plantea que la insatisfacción del hombre por la cultura se debe a que esta controla sus impulsos eróticos y agresivos, especialmente estos últimos, ya que el hombre tiene una agresividad innata que puede desintegrar la sociedad. La cultura controlará esta agresividad internalizándola bajo la forma de Superyo y dirigiéndola contra el yo, el que entonces puede tornarse masoquista o autodestructivo.

1 Freud había escuchado decir de cierta persona que en todo ser humano existe un sentimiento oceánico de eternidad, infinitud y unión con el universo, y por ese solo hecho es el hombre un ser religioso, más allá de si cree o no en tal o cual credo. Tal sentimiento está en la base de toda religión. Freud no admite ese sentimiento en sí mismo pero intenta una explicación psicoanalítica -genética- del mismo.

Captamos nuestro yo como algo definido y demarcado, especialmente del exterior, porque su límite interno se continúa con el ello. El lactante no tiene tal demarcación. Empieza a demarcarse del exterior como yo-placiente, diferenciándose del objeto displacentero que quedará 'fuera' de él. Originalmente el yo lo incluía todo, pero cuando se separa o distingue del mundo exterior, el yo termina siendo un residuo atrofiado del sentimiento de ser uno con el universo antes indicado. Es lícito pensar que en la esfera de lo psíquico aquel sentimiento pretérito pueda conservarse en la adultez.

Sin embargo dicho sentimiento oceánico está más vinculado con el narcisismo ilimitado que con el sentimiento religioso. Este último deriva en realidad del desamparo infantil y la nostalgia por el padre que dicho desamparo suscitaba.

2 El peso de la vida nos obliga a tres posibles soluciones: distraernos en alguna actividad, buscar satisfacciones sustitutivas (como el arte), o bien narcotizarnos.

La religión busca responder al sentido de la vida, y por otro lado el hombre busca el placer y la evitación del displacer, cosas irrealizables en su plenitud. Es así que el hombre rebaja sus pretensiones de felicidad, aunque busca otras posibilidades como el hedonismo, el estoicismo, etc. Otra técnica para evitar los sufrimientos es reorientar los fines instintivos de forma tal de poder eludir las frustraciones del mundo exterior. Esto se llama sublimación, es decir poder canalizar lo instintivo hacia satisfacciones artísticas o científicas que alejan al sujeto cada vez más del mundo exterior. En una palabra, son muchos los procedimientos para conquistar la felicidad o alejar el sufrimiento, pero ninguno 100% efectivo.

La religión impone un camino único para ser feliz y evitar el sufrimiento. Para ello reduce el valor de la vida y delira deformando el mundo real intimidando a la inteligencia, infantilizando al sujeto y produciendo delirios colectivos. No obstante, tampoco puede eliminar totalmente el sufrimiento.

3 Tres son las fuentes del sufrimiento humano: el poder de la naturaleza, la caducidad de nuestro cuerpo, y nuestra insuficiencia para regular nuestras relaciones sociales. Las dos primeras son inevitables, pero no entendemos la tercera: no entendemos porqué la sociedad no nos procura satisfacción o bienestar, lo cual genera una hostilidad hacia lo cultural.

Cultura es la suma de producciones que nos diferencian de los animales, y que sirve a dos fines: proteger al hombre de la naturaleza, y regular sus mutuas relaciones sociales. Para esto último el hombre debió pasar del poderío de una sola voluntad tirana al poder de todos, al poder de la comunidad, es decir que todos debieron sacrificar algo de sus instintos: la cultura los restringió.

Freud advierte una analogía entre el proceso cultural y la normal evolución libidinal del individuo: en ambos casos los instintos pueden seguir tres caminos: se subliman (arte, etc), se consuman para procurar placer (por ejemplo el orden y la limpieza derivados del erotismo anal), o se frustran. De este último caso deriva la hostilidad hacia la cultura.

4 Examina aquí Freud qué factores hacen al origen de la cultura, y cuáles determinaron su posterior derrotero. Desde el principio, el hombre primitivo comprendió que para sobrevivir debía organizarse con otros seres humanos. En 'Totem y Tabú' ya se había visto cómo de la familia primitiva se pasó a la alianza fraternal, donde las restricciones mutuas (tabú) permitieron la instauración del nuevo orden social, más poderoso que el individuo aislado. Esa restricción llevó a desviar el impulso sexual hacia otro fin (impulso coartado en su fin) generándose una especie de amor hacia toda la humanidad, pero que tampoco anuló totalmente la satisfacción sexual directa. Ambas variantes buscan unir a la comunidad con lazos más fuertes que los derivados de la necesidad de organizarse para sobrevivir.

Pero pronto surge un conflicto entre el amor y la cultura: el amor se opone a los intereses de la cultura, y ésta lo amenaza con restricciones. La familia defiende el amor, y la comunidad más amplia la cultura. La mujer entra en conflicto con el hombre: éste, por exigencias culturales, se aleja cada vez más de sus funciones de esposo y padre. La cultura restringe la sexualidad anulando su manifestación, ya que la cultura necesita energía para su propio consumo.
5 La cultura busca sustraer la energía del amor entre dos, para derivarla a lazos libidinales que unan a los miembros de la sociedad entre sí para fortalecerla ('amarás a tu prójimo como a tí mísmo'). Pero sin embargo, también existen tendencias agresivas hacia los otros, y además no se entiende porqué amar a otros cuando quizá no lo merecen. Así, la cultura también restringirá la agresividad, y no sólo el amor sexual, lo cual permite entender porqué el hombre no encuentra su felicidad en las relaciones sociales.

6 En 'Más allá del principio del placer' habían quedado postulados dos instintos: de vida (Eros), y de agresión o muerte. Ambos no se encuentran aislados y pueden complementarse, como por ejemplo cuando la agresión dirigida hacia afuera salva al sujeto de la autoagresión, o sea preserva su vida. La libido es la energía del Eros, pero más que esta, es la tendencia agresiva el mayor obstáculo que se opone a la cultura. Las agresiones mutuas entre los seres humanos hacen peligrar la misma sociedad, y ésta no se mantiene unida solamente por necesidades de sobrevivencia, de aquí la necesidad de generar lazos libidinales entre los miembros.

7 Pero la sociedad también canaliza la agresividad dirigiéndola contra el propio sujeto y generando en él un superyo, una conciencia moral, que a su vez será la fuente del sentimiento de culpabilidad y la consiguiente necesidad de castigo. La autoridad es internalizada, y el superyo tortura al yo 'pecaminoso' generándole angustia. La conciencia moral actúa especialmente en forma severa cuando algo salió mal (y entonces hacemos un examen de conciencia).

Llegamos así a conocer dos orígenes del sentimiento de culpabilidad: uno es el miedo a la autoridad, y otro, más reciente, el miedo al superyo. Ambas instancias obligan a renunciar a los instintos, con la diferencia que al segundo no es posible eludirlo. Se crea así la conciencia moral, la cual a su vez exige nuevas renuncias instituales. Pero entonces, ¿de dónde viene el remordimiento por haber matado al protopadre de la horda primitiva, ya que por entonces no había conciencia moral como la hay hoy? Según Freud deriva de los sentimientos ambivalentes hacia el mismo.

8 El precio pagado por el progreso de la cultura reside en la pérdida de felicidad por aumento del sentimiento de culpabilidad. Sentimiento de culpabilidad significa aquí severidad del superyo, percepción de esta severidad por parte del yo, y vigilancia. La necesidad de castigo es una vuelta del masoquismo sobre el yo bajo la influencia del superyo sádico.

Freud concluye que la génesis de los sentimientos de culpabilidad están en las tendencias agresivas. Al impedir la satisfacción erótica, volvemos la agresión hacia esa persona que prohíbe, y esta agresión es canalizada hacia el superyo, de donde emanan los sentimientos de culpabilidad. También hay un superyo cultural que establece rígidos ideales.

El destino de la especie humana depende de hasta qué punto la cultura podrá hacer frente a la agresividad humana, y aquí debería jugar un papel decisivo el Eros, la tendencia opuesta.

1.    Explica con tus propias palabras el significado de subliminación.
2.    Explica con tus propias palabras cómo se crea la conciencia moral.
3.    Escribe un ejemplo donde se muestre el conflicto entre el amor y la cultura

lunes, 25 de junio de 2012

La guerra del futbol



Riszard Kapuscinki.

Luis… había leído un informe del partido de fútbol entre los equipos de Honduras y El Salvador. Los dos países jugaban para ganar el derecho a participar en la copa del mundo de 1970 en México. El primer partido fue llevado a cabo el Domingo 8 de Junio de 1969, en la capital hondureña, Tegucigalpa. Nadie en el mundo prestó atención.

El equipo de El Salvador llegó a Tegucigalpa el sábado y pasó una noche sin dormir en su hotel. El equipo no pudo dormir porque era blanco de la guerra psicológica emprendida por los hinchas hondureños. Una multitud cercó el hotel. La muchedumbre lanzó piedras en las ventanas y hacía ruido golpeando latas y barriles vacíos con palillos. Lanzaron petardos unos después de otros. Alinearon vehículos y tocaron sus bocinas parqueados delante del hotel. Los hinchas silbaron, gritaron y cantaron canciones hostiles. Esto duró toda la noche. La idea era que un equipo soñoliento, nervioso y agotado estaría limitado para perder. En América Latina éstas son prácticas comunes.

Honduras derrotó el día siguiente por uno a cero al soñoliento equipo de El Salvador.

Amelia Bolaños de dieciocho años de edad estaba sentada delante del televisor en El Salvador cuando el delantero hondureño Roberto Cardona anotó el gol en el minuto final. Ella se levantó y corrió al escritorio donde estaba la pistola de su padre y se disparó en el corazón. `La joven no pudo soportar ver a su patria perder,’ escribió un periódico de El Salvador el día siguiente. Toda la capital participó en el entierro televisado de Amelia Bolaños. Una guardia de honor del ejército marchó con una bandera al frente del entierro. El presidente de la república y sus ministros caminaron detrás del ataúd cubierto con una bandera. Detrás del gobierno venía la oncena del equipo salvadoreño que había sido abucheado, burlado y escupido en el aeropuerto de Tegucigalpa, y que había vuelto a El Salvador en un vuelo especial de esa mañana.

Pero el partido de vuelta de la serie tendría lugar en San Salvador una semana después, en el estadio con el bonito nombre de Flor Blanca. Esta vez el equipo hondureño pasó una noche sin dormir. La muchedumbre rompió todas las ventanas del hotel y lanzó adentro huevos podridos, ratas muertas y trapos que apestaban. Los jugadores fueron llevados al estadio en vehículos blindados de la primera división mecanizada –que los protegió de la venganza y de morir en manos de la multitud que alineó la ruta–, llevando las fotos de la heroína nacional Amelia Bolaños.

El ejército rodeó el estadio. En la cancha se apostó un cordón de soldados de un regimiento de la Guardia Nacional, armado con sub ametralladoras. Al ejecutarse el himno nacional de Honduras la muchedumbre rugió y silbó. Después, en vez de la bandera hondureña –que había sido quemada delante de los espectadores, enloquecidos de alegría– los anfitriones colocaron un trapo sucio, hecho andrajos encima del asta de la bandera. Bajo tales condiciones los jugadores de Tegucigalpa, no tenían, por razones comprensibles, sus mentes en el juego.Tenían sus mentes en salir vivos. Fuimos`terriblemente afortunados al perder,’ dijo con alivio el entrenador visitante Mario Griffin.

El Salvador ganó tres a cero.

Los mismos vehículos blindados llevaron al equipo hondureño directo desde el estadio al aeropuerto. Un destino peor aguardaba a los hinchas visitantes. Pateados y golpeados, huyeron hacia la frontera. Dos de ellos murieron. Más llegaron al hospital. Ciento cincuenta carros hondureños fueron quemados. La frontera entre los dos países fue cerrada algunas horas más adelante.

Luis leyó sobre todo esto en el periódico y dijo que iba a haber una guerra. Él había sido reportero durante mucho tiempo y sabía su oficio.

En América Latina, dijo, la frontera entre el fútbol y la política es vaga. Hay una lista larga de gobiernos que han caído o fueron derrocados después de la derrota del equipo nacional. Los jugadores del equipo perdedor son tratados como traidores en la prensa. Cuando Brasil ganó la copa del mundo en México un colega mio del Brasil se puso triste: ‘el régimen militar’, dijo, ‘ puede estar seguro al menos con otros cinco años de tranquilidad.’ En la ruta al título, Brasil ganó a Inglaterra. En un artículo con el titulo ‘Jesucristo defiende a Brasil’, el diario de Rio de Janeiro Jornal dos Sportes explicó así la victoria: ” siempre que la bola llegó a nuestra meta y un gol parecía inevitable, Jesucristo sacó su pie de las nubes y despejó la bola.” Dibujos acompañaron el artículo, ilustrando la intervención supernatural.

Cualquiera puede perder su vida en el estadio. En el partido en que México perdió con Perú, 2-1, un mexicano enojado gritó “¡Viva México!”y fue muerto, masacrado por la muchedumbre. Pero las emociones exaltadas encuentran a veces otras salidas. Después que México ganó a Bélgica 1-0, Augusto Mariaga, el guardia de una prisión de máxima seguridad en Chilpancingo (estado de Guerrero, México), llegó a delirar con alegría y corrió alrededor disparando una pistola al aire y gritando, `¡Viva México!’ abrió todas las celdas, liberando a 142 criminales peligrosos. Una corte lo absolvió, y según el veredicto, ` actuaba en exaltación patriótica.’

“¿Piensas que vale la pena ir a Honduras?” Pregunté a Luis, que entonces editaba la seria e influyente revista semanal Siempre .”Creo que vale la pena”, respondió, “algo va a suceder.”
La mañana siguiente ya estaba en Tegucigalpa.

Al anochecer un avión voló sobre Tegucigalpa y arrojó una bomba. Todos la oyeron. Las montañas cercanas repitieron el eco del violento estallido de modo que algunos dijeron más adelante que una serie entera de bombas habían caído. El pánico barrió la ciudad. La gente huyó a sus casas; los comerciantes cerraron sus tiendas. Los carros fueron abandonados en el centro de la calle. Una mujer corrió a lo largo del pavimento, gritando, `¡Mi niño! ¡Mi niño!’ Luego hubo silencio y todo quedó quieto. Era como si la ciudad hubiera muerto. Las luces se apagaron y Tegucigalpa se hundió en la oscuridad.

Corrí al hotel, entré a mi cuarto, puse papel en la máquina de escribir e intenté escribir un despacho a Varsovia. Intentaba moverme rápidamente porque sabía que en ese momento era el único corresponsal extranjero allí y que podría ser el primero en informar al mundo sobre el inicio de la guerra en América Central. Pero estaba oscuro en el cuarto y no podía ver nada. Encontré camino abajo a la recepción, donde me prestaron una candela. Regresé arriba, encendí la candela y encendí mi radio transistor. El locutor leía un comunicado oficial del gobierno hondureño sobre el comienzo de hostilidades con El Salvador. Entonces vinieron las noticias de que el ejército de El Salvador atacaba Honduras a todo lo largo de la línea fronteriza.
Comencé a escribir:

TEGUCIGALPA (HONDURAS) PAP 14 DE JULIO VÍA LA RADIO TROPICAL RCA HOY A LAS 6 DE LA TARDE COMENZÓ LA GUERRA ENTRE EL SALVADOR Y HONDURAS LA FUERZA AÉREA DE EL SALVADOR BOMBARDEÓ CUATRO CIUDADES HONDUREÑAS STOP AL MISMO TIEMPO EL EJÉRCITO SALVADOREÑO CRUZÓ LA FRONTERA HONDUREÑA TRATANDO DE PENETRAR EN EL PAÍS STOP EN RESPUESTA A LA AGRESIÓN LA FUERZA AÉREA DE HONDURAS HA BOMBARDEADO IMPORTANTES OBJETIVOS ESTRATÉGICOS E INDUSTRIALES Y FUERZAS TERRESTRES INICIARON UNA ACCIÓN DEFENSIVA.

En este momento alguien en la calle comenzó a gritar”¡Apaga la luz!” repetidamente, más y más alzando la voz con mayor agitación. Soplé la candela. Continué escribiendo ciegamente, por el tacto, encendiendo un fósforo al tocar las teclas.

LOS INFORMES DE RADIO DICEN QUE HAY LUCHA A LO LARGO DE LA FRONTERA Y QUE EL EJÉRCITO HONDUREÑO ESTÁ INFLINGIENDO FUERTES PÉRDIDAS AL EJÉRCITO DE EL SALVADOR STOP EL GOBIERNO HA LLAMADO A TODA LA POBLACIÓN A LA DEFENSA DE LA NACIÓN QUE ESTÁ EN PELIGRO Y HA LLAMADO A LA ONU PARA QUE CONDENE EL ATAQUE.

Desde temprano en la mañana la gente había estado cavando trincheras y erigiendo barricadas, preparándose para un ataque. Las mujeres almacenaban provisiones y protegían sus ventanas con cinta adhesiva. La gente corría cruzando las calles sin dirección; reinaba una atmósfera de pánico. Brigadas de estudiantes pintaban enormes lemas en las paredes y muros. Una burbuja de grafitis había estallado sobreTegucigalpa, cubriendo las paredes con numerosas consignas.

SOLO UN IMBÉCIL SE PREOCUPA NADIE ATACA A HONDURAS
Ó:

TOME SUS ARMAS Y VAMOS MUCHACHOS A DESTRIPAR A ESOS SALVADOREÑOS NOS VENGAREMOS DEL TRES A CERO

PORFIRIO RAMOS DEBE ESTAR AVERGONZADO POR VIVIR CON UNA MUJER DE EL SALVADOR

CUALQUIERA QUE VEA A RAIMUNDO GRANADOS QUE LLAME A LA POLICÍA ES UN ESPÍA DE EL SALVADOR

Los latinoamericanos tienen obsesión con los espías, conspiraciones y complots. En guerra, cada uno es quinta-columna. Yo no estaba en una situación particularmente cómoda: la propaganda oficial en ambos lados culpaba a los comunistas por cada desgracia, y yo era el único corresponsal en la región de un país socialista. Incluso así pues, quería ver la guerra hasta el final.

Fui al correo y pedí al operador del Telex que me acompañara para una cerveza. Estaba temeroso, porque, aunque él tenía un padre hondureño, su madre era una ciudadana de El Salvador. Era un nacional mezclado y estaba entre los sospechosos. No sabía que sucedería después. Toda la mañana la policía había estado reuniendo salvadoreños en campos provisionales, a menudo en estadios. En América Latina, los estadios desempeñan un papel doble: en tiempo de paz son lugares de deportes; en guerra se vuelven campos de concentración.

Su nombre era José Málaga, y tomamos una bebida en un restaurante cerca del correo. Nuestro estado incierto nos había hermanado. José telefoneaba a menudo a su madre, que estaba encerrada en su casa, y decía “mamá, todo está bien. No han venido por mi. Todavía estoy trabajando.”

Por la tarde otros corresponsales llegaron desde México, cuarenta de ellos, mis colegas. Habían volado a Guatemala y alquilaron un autobús, porque el aeropuerto en Tegucigalpa estaba cerrado. Querían ir al frente. Fuimos al palacio presidencial, un edificio azul brillante, feo, de principios del siglo, en el centro de la ciudad a arreglar el permiso. Habían nidos de ametralladoras y sacos de arena alrededor del palacio, y armas antiaéreas en el patio. En los pasillos adentro, los soldados dormitaban o caminaban alrededor en uniforme de campaña.

La gente ha estado haciendo la guerra por miles de años, pero cada vez es como si fuera la primera guerra emprendida, como si cada uno haya empezado de cero.

Un capitán apareció y dijo que era el portavoz de prensa del ejército. Le pidieron describir la situación y dijo que estaban ganando en todo el frente y que el enemigo sufría fuertes pérdidas.

“OK” dijo el corresponsal de la AP, vamos al frente.

Los estadounidenses ya están alli, dijo el capitán. Van siempre primero debido a su influencia – y porque comandan obediencia y pueden arreglar las cosas.

El capitán dijo que podríamos ir al día siguiente, y cada uno debía traer dos fotografías.

Fuimos a un lugar en donde dos piezas de artillería estaban emplazadas debajo de unos árboles. Los cañones disparaban y había municiones en el suelo. Delante de nosotros podíamos ver la carretera con dirección a El Salvador. A ambos lados de la carretera era pantanoso y más allá empezaba un denso bosque.

El sudoroso y barbado comandante en el mando nos dijo que no podíamos ir más lejos. Más allá de este punto ambos ejércitos estaban en acción, y era difícil distinguirlos. El bosque era demasiado denso para ver. Dos unidades opuestas se distinguían al último momento cuando se enfrentaban. Además ya que los dos ejércitos tienen similares uniformes, poseen el mismo equipo y hablan el mismo idioma era difícil distinguir uno de otro. El comandante nos aconsejó volver a Tegucigalpa, porque avanzar podía significar morir sin saber quién lo había hecho (como si importara eso, pensé.) Pero los camarógrafos de la televisión dijeron que tenían que ir a la línea del frente a filmar a los soldados en acción, disparando y muriendo. Gregor Straub del NBC dijo que él tenía que tener un primer plano del goteo del sudor de la cara de un soldado. Rodolfo Carillo del CBS dijo que él tenía que tener a un comandante desanimado que se sentaba debajo de un arbusto y que lloraba porque había perdido su unidad entera. Un operador francés deseaba filmar un panorama con una unidad de salvadoreños que atacaba a una unidad de Honduras desde un flanco, o viceversa. Alguien quería capturar la imágen de un soldado que llevaba a su camarada muerto. Los reporteros de radio apoyaron a los camarógrafos. Uno deseaba grabar los gritos de un herido pidiendo ayuda, al hacerse débil y más débil, hasta perder el aliento. Charles Meadows de Radio Canadá deseaba la voz de un soldado que maldecía la guerra en medio de un infernal ataque. Naotake Mochida de Radio Japón quería el grito de un oficial que gritaba a su comandante en medio del ruido de la artillería – usando un teléfono de campo japonés .

Muchos decidieron ir adelante. La competencia es un incentivo poderoso. Puesto que la televisión estadounidense iba, también tenían que ir los servicios de radio. Puesto que iban los americanos, Reuters tenía que ir. Excitado por la ambición patriótica, ya que era el único polaco en la escena, decidí unirme al grupo que intentaba hacer la desesperada marcha. A los que dijeron tener corazones enfermos, o estar desinteresados en detalles ya que escribían comentarios generales, los dejamos atrás bajo un árbol…

La guerra del fútbol duró cien horas. Sus víctimas: 6.000 muertos, más de 12.000 heridos. Cincuenta mil personas perdieron sus hogares y cosechas. Muchas aldeas fueron destruidas.

Los dos países cesaron la acción militar porque intervinieron los estados de América Latina, pero hasta éste día hay intercambios de fuego a lo largo de la frontera Honduras – El Salvador, y la gente muere, y se destruyen aldeas.

Éstas son las razones verdaderas de la guerra: El Salvador es el país más pequeño de América Central, tiene la densidad demográfica más grande en el hemisferio occidental (más de 160 personas por kilómetro cuadrado). Las cosas están apretadas, y tanto más porque la mayor parte de la tierra está en manos de catorce grandes clanes de terratenientes. El pueblo incluso dice que El Salvador es propiedad de catorce familias. Mil latifundistas poseen exactamente diez veces más tierra que cien mil campesinos. Dos tercios de la población rural no posee ninguna tierra. Por muchos años una parte de los pobres sin tierra ha estado emigrando a Honduras, donde hay zonas extensas de tierra sin cultivar. Honduras (112.492 kilómetros cuadrados) es casi seis veces más extenso que El Salvador, pero tiene casi la mitad de la población (2,500,000). Ésta fue una emigración ilegal pero fue mantenida silenciada, tolerada por el gobierno hondureño por años.

Los campesinos de El Salvador se asentaron en Honduras, establecieron aldeas, y crecieron acostumbrados a una vida mejor que la que habían dejado detrás. Llegaron a ser cerca de 300,000.

En los 1960, el malestar comenzó entre el campesinado de Honduras, que exigía tierra, y el gobierno de Honduras pasó un decreto de Reforma Agraria. Pero puesto que era un gobierno oligárquico, dependiente de los Estados Unidos, el decreto no tocó la tierra de la oligarquía o de las plantaciones grandes de banano que pertenecían a la United Fruit Company. El gobierno decidió redistribuir la tierra ocupada por los ocupantes ilegales de salvadoreños, significando que los 300,000 salvadoreños tendrían que volver a su propio país, en donde no tenían nada, y donde, en cualquier caso, serían rechazados por el gobierno de El Salvador, temiendo una revolución campesina.

Las relaciones entre los dos países eran tensas. La prensa en ambos lados emprendió una campaña de odio, llamándose nazis entre si, enanos, borrachos, sádicos, agresores y ladrones. Había pogroms. Las tiendas fueron quemadas.

En esas circunstancias había ocurrido el partido entre Honduras y El Salvador.

La guerra terminó en un estancamiento. La frontera siguió siendo igual. Es una frontera establecida a vista en el bosque, en terreno montañoso que ambos lados demandan. Algunos de los emigrados volvieron a El Salvador y algunos de ellos todavía están viviendo en Honduras. Y ambos gobiernos están satisfechos: por varios días Honduras y El Salvador ocuparon los titulares de prensa del mundo y fueron objeto de interés y preocupación. El único chance que los países pequeños del tercer mundo evocan un animado interés internacional es cuando derraman su sangre. Es una triste verdad, pero así es.

El juego decisivo se realizó en campo neutral, en México (El Salvador ganó 3 a 2). Los hinchas de Honduras fueron colocados a un lado del estadio, los salvadoreños al otro lado entre 5,000 policías mexicanos armados con garrotes.

domingo, 24 de junio de 2012

Escape de Disney World




Por: Juan Villoro

Después de una juventud de tiras cómicas y una primera madurez de dibujos animados, Mickey Mouse encontró su vocación como emblema corporativo. En tiempos heráldicos, sólo las bestias mitológicas o las fieras rampantes aspiraban a decorar escudos de armas. En el siglo de las caricaturas no es extraño que el Reino de la Fantasía tenga por logotipo a un roedor de manos enguantadas. Como la estrella de Mercedes o el doble arco de McDonald’s, Mickey es una marca registrada. A estas alturas de su consolidación empresarial, sería un pavoroso error de reparto incluirlo en una película. El anfitrión del emporio Disney no puede rebajarse a tener historias: es el talismán que convalida las transacciones de un territorio donde sólo hay transacciones. Cuando una tormenta tropical se abate sobre Disney World, los visitantes compran impermeables amarillos. “Nunca me había sentido tan ridículo”, comenta un padre que parecería un bombero errante de no ser por el ratón tutelar adherido a su espalda. “¿¡Le dices ridículo a Mickey!?”, protesta un hijo que conoce el valor de los mitos.

Umberto Eco advirtió que cada atracción Disney World desemboca en “un supermercado disfrazado donde compras obsesivamente, creyendo que todavía estás jugando”. El consumo es el principio rector y el fin último del lugar, pero se confunde con la diversión. Incluso el dinero adquiere otra dimensión simbólica. En Disney World puedes pagar en dólares o en la moneda local, que parece acuñada por un banco de dibujos animados. Aunque la equivalencia es de uno a uno, los disneydólares representan algo más que una divisa: el ingreso a otra realidad. Ahí el dinero se somete a la lógica de la fantasía, es un artículo desplazado que reclama una imaginativa manera de pertenecer a ese entorno, como los soldados de la guerra civil que recorren la Calle Principal, o los coches color malvavisco que hacen las veces de taxis. El dinero se vuelve un juguete, aunque sirva para lo mismo que en el olvidado mundo de fuera. Y no sólo eso: también cumple las funciones de souvenir, lo cual redondea sus méritos comerciales. Para tener un recuerdo adicional, numerosos visitantes prefieren “no gastar” sus últimos disneydólares, olvidando que ya los han gastado.

***

Mi familia y yo salimos de prisa del show del Rey León y olvidamos la cámara en el asiento. Volvimos dos minutos después y ya no estaba ahí. Me aconsejaron ir al día siguiente a la oficina de Objetos Perdidos (que en inglés recibe un nombre más optimista: Lost & Found). Tomé un autobús entre prados y estanques hasta una zona apartada. Creí sustraerme a la lógica del parque de atracciones, sin saber que me incorporaba a su núcleo duro. Cuando describí mi cámara, una de esas empleadas que parecen conocer las respuestas antes de oír las preguntas me vio como si yo fuera el informante de una tribu preverbal. No bastaba con saber la marca y el modelo. Disney World es visitada por millones, sí, millones de cámaras. Cada una tiene una especificidad. Por desgracia, yo no pude ser más específico. “¿Cuántas fotos había tomado?”, preguntó la mujer. Naturalmente, yo no lo recordaba. Habíamos llegado a un punto de inflexión kafkiano: la cámara perdida sólo podía ser en verdad mía si yo cumplía con el requisito paranoico de saber el número de fotos tomadas que albergaba. La mujer repitió su pregunta. Entonces demostré que provengo de una cultura convencida de que la lotería es el principal remedio contra la adversidad. Cerré los ojos y dije un número. La empleada fue a ver. No, mi cámara no estaba ahí. Aunque esto pudiera ser cierto, mi mente supersticiosa asociará para siempre la pérdida de la cámara a mi incapacidad de decir el número correcto.

Pero no era ése el sitio para tratar al destino como algo que se improvisa. La pregunta de la responsable de Objetos Perdidos revelaba el mecanismo contable del lugar. Disney World ha desterrado la posibilidad de azar. En Semana Santa, cien mil personas recorren Disney World; cada una de ellas recibe pasaporte de ciudadanía y cada una está de paso. En esta metrópoli que odia lo sedentario, incluso la noción de “visitante” es exagerada. Sólo hay pasajeros: el espectáculo y el traslado son una y la misma cosa.

Las dos experiencias más sorprendentes que tuvimos ocurrieron en nuestra llegada y nuestra salida. Dos sobresaltos vinculados con el tiempo y el espacio, del todo ajenos a la seguridad glacial que promete Disney World. El primero ocurrió al desempacar en el hotel. La maleta de nuestro hijo contenía un objeto que no habíamos puesto ahí. Junto a su fiel peluche Coco, había un despertador, uno de esos artefactos redondos, con manecillas juguetonas, coronado por dos campanillas, que en las caricaturas suenan tanto que no sólo despiertan a Pluto sino que lo lanzan hasta el techo. ¿Por qué estaba ahí? Esto ocurrió algunos años antes del 11-S, pero aun así no costaba trabajo asociar un despertador con una bomba terrorista.

Fue uno de los momentos del viaje en que actué con mayor infantilismo. Evacué a la familia del cuarto, tomé la maleta (juzgando que si no había explotado para llegar ahí tampoco lo haría para ir al estacionamiento), saqué el reloj con dos dedos de la mano izquierda (juzgando que la explosión sólo me amputaría esos apéndices que en ese momento me parecieron prescindibles) y lo deposité en un bote de basura (juzgando que por el hecho de quedar ahí pasaría de ser amenazante a ser reciclable). Cuando me volví para dirigirme al cuarto, vi a mi hijo y a mi mujer parapetados tras un coche a dos metros de distancia. Sus ojos brillaban como si yo regresara de Vietnam. Una mano benévola o el distraído azar colocaron ese absurdo despertador en la maleta para crear ese juego alternativo, el único en verdad divertido de Disney World. Bueno, el único no. También la salida tuvo lo suyo. Más información más adelante.

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Volvamos ahora a la urbe obsesionada por el desplazamiento. Disney World sigue el principio de las excursiones infantiles, donde nada es tan divertido como el viaje en autobús. “Aunque la meta sea el paraíso, lo que más les gusta es el camión”, comenta la mayor experta en niños que conozco. Disney World industrializa esta idea. Moverse no es un camino a la diversión, es la diversión. En este sentido supera a Disneylandia, pues su territorio es muy superior (el doble de Manhattan, el mismo de San Francisco). Sus tres grandes hoteles están enlazados por un monorriel: el vértigo mecánico comienza en el lobby. Lejos, muy lejos, quedan los automóviles. El visitante mexicano suele llegar en avión. Si acaso lo hace en coche, el estacionamiento, última instancia de la sociedad motriz anterior a Disney World, le parecerá un predio del tamaño de Chihuahua.

En un sitio donde lo más interesante es moverse, la tensión deriva de la espera. Los sociólogos del deterioro calculan que, en un día promedio, una visita de ocho horas puede estar compuesta por cinco horas de colas. Por eso, la mayor innovación arquitectónica de los parques con el sello Disney son los tendajones anexos a cada uno de los juegos, diseñados para ocultar las colas. Al estar bajo techo, tienes la sensación de que te encuentras “dentro”. El sinuoso recorrido de la fila hace que no puedas ver el punto de llegada, y la música, los carteles y hasta los olores generan la impresión de que eso ya es parte del show. Aunque un letrero anuncia el tiempo estimado de espera, el visitante no ve tanta gente, y se queda ahí. Después de una hora de serpentear en un espacio inverosímil, está al borde del ataque de nervios pero sabe que no hay marcha atrás: ya invirtió demasiado en en ese recinto que, sin estar despejado, no parecía tan lleno.

Las colas son el principal escenario del psicodrama. Como las familias se sienten obligadas a ser felices el día entero, sufren severas crisis emocionales en el largo preludio al juego que durará unos minutos. Purgatorios de la frustración en un sitio que pide ser recorrido, las colas producen monstruos. En esa encrucijada, la madre recuerda que ella había sugerido otra opción, seguramente despejada, y le reclama al padre con una acritud que parece incluir a todas las rubias que le han gustado. Un momento de ruptura en que los niños descubren que un berrinche puede ser tan eficaz como los instrumentos del doctor Mengele. Las colas son la oportunidad de que alguien vomite, un obeso de ciento cincuenta kilos te unte sudor y mantequilla de palomitas, y una argentina exclame con potencia impía: “¡Vení, nene, vení!”. En ese trance de sudor, lagrimas dignas de mejores teledramas y manitas desconocidas que embarran pulpas dulces en el calcetín, los padres que conservan un mínimo de compostura pueden sentirse héroes de la voluntad. Han hecho todo eso por sus hijos, son capaces de sufrir en silencio junto al vástago que sufre en estéreo y que después de la caída libre querrá volver a hacer la misma cola. Esta sumisa entrega preconciliar amerita un más allá compensatorio. Después de cinco días en Orlando, los padres merecerían una moratoria moral: mamá podría pasar un fin de semana con Kevin Costner, y papá con Sharon Stone sin que eso calificara como infidelidad.

***
A pesar del cambio de nomenclatura, Disneyland París es un sucedáneo más o menos pálido de Disney World. Para empezar, los franceses no saben producir sonrisas ajenas a la conciencia, y, en todo parque que aspire a ser gringo, el trato humano depende de la sonrisa que certifica que ese instante debe ser vivido como un éxito (aunque tu habitación sólo esté disponible dentro de dos horas). No, los franceses no saben reír así ni disponen de ortodoncistas que convierten la dentadura en seña de identidad nacional. Tampoco saben hacer colas. La Ilustración no fue en vano. Aunque esto es bueno para la Francia que rodea a Disneyland, crea problemas en un terreno donde las colas deben responder a un ritmo de campo de exterminio. Esclarecidos por el siglo de las luces y alertados acerca de su responsabilidad individual por el existencialismo, los franceses (incluso los que no fuman Gaulois) rompen las reglas y se meten a codazos. Estamos en el único sitio donde la cultura de la libertad fomenta el vandalismo.

Las largas filas de expiación contribuyen a prestigiar el movimiento. El hombre detenido mira los funiculares y los vagones que lo circundan como fugitivas formas del edén. En Disney World —ese bazar urbano integrado por una castillo bávaro, una montaña espacial y dumbos voladores— lo único local es la mecánica, la ciudad transporte, sin otro destino que ella misma. Los veintiséis mil empleados no califican como lugareños: en primer lugar, porque juegan a estar ahí (los hombres de camisa guinda son espectadores de los espectadores), y en segundo, porque casi todos trabajan de noche, aspirando palomitas o supervisando rayos láser para que el sitio amanezca en perpetuo estado de presente. En los estudios MGM, una cafetería de los años cincuenta incluye meseros que ponen en escena la dudosa psicología de entonces: si un niño se niega a comer, lo amarran a la mesa y le embarran cucharadas. La realidad se transforma en un programa de televisión: nadie puede culpar de crueldad al mesero porque está actuando, es emisario de una época cuya mayor virtud es que ya no existe. Al ver esto, mi hijo, que nunca comerá las verduras que deseamos (y que yo tampoco como), me dijo: “Qué bueno que tu mundo ya se fue”, frase lógica en la galaxia Disney.

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¿Por qué las familias van y regresan a ese enclave que cumple con ser distinto pero no siempre hace sentir bien? En Variatons on a Theme Park, Michael Sorkin argumenta que el éxito de Disney World depende, en buena medida, de su deliberada inautenticidad. No puede decepcionar porque no promete ser otra cosa que una imitación artificial, sin un modelo preciso que le sirva de referencia. “Lo que se falsifica”, comenta Eco, “es nuestro deseo de consumir”. En este sentido, nuestra conducta es más falaz que las honestas simulaciones del parque, condicionadas por la idea de que la tecnología aporta más dosis de realidad que la naturaleza.

El ingobernable reino de lo auténtico puede ser decepcionante. Entras a la jungla en pos de monos araña y después de seis horas no has visto ninguno y ya fuiste presa de los mosquitos; vas a cazar un crepúsculo a un peñasco arriesgado y las nubes te tapan la vista; llegas a la playa de las bellezas en tanga, y encuentras una convención de esperpentos desinhibidos. En un planeta inestable, Disney World ofrece las virtudes de lo previsible y la superioridad de la imitación: “Se parece al mundo, pero en mejor”, escribe Sorkin.

Disney World es el primer enclave urbano con copyright: su paisaje está patentado. Aunque vive de la imitación de escenarios y personajes célebres (el lejano Oeste, el castillo de Ludwig, Pinocho, La guerra de las galaxias), otorga una nueva significación a la copia. Ahí el Hotel Polynesian cumple el doble propósito de evocar los palafitos en los que se inspira y ser un edificio de Lego. Estamos en una segunda realidad: las lianas de plástico evidente demuestran que jugamos a atravesar la selva. Los parques temáticos de Disney son sitios detrás de la aventura, no porque ahí se conozcan los trucos de la tramoya, sino porque ingresamos a un entorno precodificado por los cuentos de hadas, el kindergarten, la televisión, los estrenos de los últimos sesenta veranos: Goofy nos da un abrazo de fieltro mientras Indiana Jones se acerca a proximidad ideal para oler su épico sudor.

La singularidad que encuentran los viajeros es la de constatar, ya dentro del Reino de la Fantasía, que el lugar sigue siendo imaginario. De ahí la importancia de los vistosos tornillos de plástico en el palacio de Cenicienta, el ronroneo mecánico en las piraguas primitivas, la cortesía de las cascadas que caen cuando ya no pueden salpicarnos, la robótica amabilidad del personal. El mundo se reproduce con honesto artificio. La misión de los hombres consiste en imitar el gozo pánico de Porky y compañía. En parajes garantizadamente falsos, sentimos la perturbadora fascinación de ser ficticios, copias de las copias. Los amantes de la veracidad pueden bajar los escalones de la Tumba 7 de Monte Albán o despreciar El caballero del casco dorado, el espléndido óleo que por desgracia no es de Rembrandt. Disneylandia es el emporio de la mentira: vale la pena describir sus contrabandos culturales, pero sirve de poco lamentar que las lágrimas de Blanca Nieves sean de glicerina: su efecto depende de su descarada irrealidad.

Como los parques de atracciones se proponen replegar las calles tristemente verídicas, la periferia no suele ser tomada en cuenta. La disneificación del espacio oculta lo que queda fuera, el entorno más allá de la Ciudad Alterna. Pero en forma oscura, el parque se rodea de una Ciudad Parásita (en sus primeros diez años, Disneylandia ganó doscientos setenta y tres millones de dólares; y su abusiva periferia, quinientos cincuenta y cinco millones). Por ello la segunda heterotopia se propuso absorber en su propio territorio todos los negocios paralelos. Disney World se alza entre suficientes lagunas y pantanos para estar garantizadamente aparte. Su tamaño enfatiza la importancia del transporte: el día es una canastilla que sólo se detiene con los fuegos artificiales de la noche.

La sensación de pertenecer a un ecosistema dominado por los vehículos comienza en el aeropuerto de Orlando, donde un tren une las dos terminales y los anuncios prometen que muy pronto nuestros mejores amigos serán de plástico. De hecho, el aeropuerto ofrece la posibilidad de un juego adicional. Llegamos al otro sobresalto que nos hizo desafiar el tiempo y el espacio. Para ese momento, mi familia ya se había convertido en el reparto de una obra teatral. Nos habíamos representado tanto a nosotros mismos que nos veíamos en tercera persona. Esta es la última escena de un grupo que ya no distingue entre ser protagonista o espectador. El día del regreso, el padre se presenta en el mostrador del aeropuerto, la cabeza decorada por su hijo con las emblemáticas orejas negras. El encargado de American revisa el boleto y descubre que la familia ha llegado una hora tarde a la cita. Estamos ante uno de los grandes momentos en la ronda de las generaciones: papá cometió una pendejada. Ya no hay tiempo para registrar el equipaje. La familia debe romper un récord paraolímpico, entre carritos de maletas y monjas con zapatos de Peter Pan.

En el control de metales, se dispara un ruido atronador. Un comando descubre que el hijo lleva un revólver en la maleta, junto a su cocodrilo de peluche. No importa que el arma sea una estafa comprada en el galerón donde actúan los dobles de Indiana Jones: un niño empistolado califica como aeropirata. Hay que decir adiós a las armas, y correr rumbo al tren sin dejar de gritarle al huérfano de armamento: “¡En México podemos comprar una AK-47!”. Luego viene la carrera por el túnel de plástico que conduce al avión, el check-in de pánico, el sprint a empellones hasta los asientos. “¡Lo logramos!”, dice el equívoco jerarca de la tribu. “¡Este juego sí estuvo genial!”, comenta el hijo, después de experimentar la única emoción real que permite Disney World: el inesperado escape.


martes, 19 de junio de 2012

Principales conceptos de Nietzsche


El hombre actual parecería que se encuentra inmerso en una cultura de muerte: la matanza masiva de personas en México, las guerras étnicas que viven las tribus africanas, el índice elevado de mortalidad infantil en nuestra América y en África, las muertes que se suman cada vez más por efectos del SIDA, el consumo de sustancias nocivas al organismo humano, las pruebas nucleares, la manipulación genética hacia la clonación de los seres humanos y muchas otras realidades nefastas que podríamos seguir enumerando. Nos encontramos en una época donde reina el egoísmo y la lucha por el poder. Es un tiempo de regresión al realismo ilustrado del siglo XVI; pero con la diferencia de que no posee un fin común, cada uno tiende hacia donde mejor le parece. También se resalta el hedonismo, donde prevalece el placer personal sin importar el otro. Reina la espontaneidad, el momento presente, ya no se tiene un proyecto o una visión de futuro. El hombre de hoy vive según su propio arbitrio. Dios ya no aparece como referente moral en la vida personal ni social. Se podría decir que Dios ha muerto.

La idea de la muerte de Dios hace referencia muy clara a Federico Guillermo Nietzsche, cuando lanza su grito desesperado afirmando que Dios ha muerto y que cada uno de nosotros lo hemos matado. Este filósofo arrogante fue tildado de "loco" por sus contemporáneos; pero hoy, en el mundo en que nos encontramos, donde sus ideas son actuales y recurrentes, las afirmaciones que lanzaba nos invitan a una reflexión profunda, interpelante y contrastante, para abrir senderos de esperanza en esta selva de desánimo y muerte.

Uno de los tantos pasos posibles para sacudir al hombre actual del sueño narcisista y cínico, sería el de abrirle los ojos a otra manera de entender la muerte de Dios para que haya vida y esperanza en el hombre. Nosotros, para cumplir con dicho cometido, hemos escogido el pensamiento cristiano por considerar que presenta una visión ecuánime e integral de quién es el hombre.
¿Cómo entender la muerte de Dios en Nietzsche y en el pensamiento cristiano?

La hipótesis que ha orientado el trabajo es la siguiente:
Revisando la biografía y autobiografía de Nietzsche, advertimos que los principales temas de su filosofía (La transvaloración de los valores, el eterno retorno, la voluntad de poder, el superhombre, la muerte de Dios), tienen una conexión singular con la doctrina de sus obras. En Zaratustra, Nietzsche se muestra como el superhombre que da a conocer esta doctrina. Estos principales temas del pensamiento nietzscheano se articulan e integran en el de la muerte de Dios. Contrastando la idea nietzscheana sobre la muerte de Dios con la postura cristiana (Dios que muere en la cruz), se entrevé que la primera conlleva una transvaloración de los valores, un sinsentido de la vida que concluye matando al mismo hombre; mientras que la segunda da sentido y fuerza a la vida del hombre y lo transfigura desde el amor.

1.- Federico Guillermo Nietzsche (1.844 - 1.900)

Se puede conocer a Federico Guillermo Nietzsche, desde tres puntos de vista: Primero: se observa la biografía desde terceros autores, exponiendo su cronología. Segundo: desde su libro: Ecce Homo, donde él se elucida como un espíritu curioso - sui géneris - sólo para almas bellas. Tercero: la autobiografía desde su locura, reminiscencia de su infancia, la educación recibida, la lucha consigo mismo.
Desde estas tres perspectivas hemos estudiado la vida de Nietzsche y hemos podido leer entre líneas que su filosofía es una autovaloración de sí mismo plasmada sobre todo en su obra Así habló Zaratustra. Nietzsche, al tomar la figura semilegendaria del filósofo persa del siglo VI a. J.C., le presta su voz para "advertir que la auténtica rueda que hace moverse a las cosas es la lucha entre el bien y el mal" (Nietzsche, 1971: 125). Zaratustra tiene más valentía que los demás pensadores para decir la verdad. Y como buen persa tiene, según Nietzsche, la virtud de disparar bien las flechas, y no huye de la realidad.

Luis Jiménez comenta, en su libro El pensamiento de Nietzsche, la necesidad de un arte de interpretar (la hermenéutica) para leer su filosofía y poder descifrar el simbolismo de la obra (Jiménez, 1986: 433). Nietzsche afirma: "he filosofado con mi ser total y las ruedas del caos me han arrastrado al torbellino de la locura" (Nietzsche, 1969: 199). Se podría entender que toda su vida, junto a sus actividades, los cambios que hizo, los rechazos que experimentó, lo llevaron a la locura, porque oscilaba entre el deseo de ser dios y la condición de seguir siendo uno más de los hombres. Se arrojó a la llama de la locura para contemplar su apoteosis, queriendo poseer el derecho de sentarse en el lugar vacío que dejó Dios.

La filosofía de Nietzsche tiene una estrecha relación con la vida que llevó. En sus obras podemos descubrir cuatro ejes entrelazados por el tema de la muerte de Dios. Estos ejes o ideas centrales nosotros los sintetizamos en: la transvaloración de los valores, la voluntad de poder, el eterno retorno y el superhombre.

2.- Filosofía Nietzscheana: cuatro directrices entrelazadas por la idea de la muerte de Dios

2.1.- La transvaloración de los valores


Nietzsche, en su intento de despertar de su letargo al hombre, propone comprender el amor fati, amor que aspira a amar la tierra y no las esperanzas sobrenaturales, la necesidad de instintos buenos y malos, ser hábiles en crear nuevos valores y rechazar aquellos valores del amor, de la igualdad, etc. Ser creadores de nuevos valores en el hombre, no es crear valores nuevos, sino aceptar los valores como verdades que proponen en cada momento lo que es útil al hombre.
La transvaloración nietzscheana no se ocupa de la esencialidad de los valores, sino que es una axiología antropológica, dirá Jiménez Moreno (1986: 172), los valores serán descubiertos por el hombre mismo a favor de su vida misma, este valor es crear. Implica el no contentarse con los valores superpuestos, no vividos, sino en apreciarlos, hacerlos suyos por necesidad de la propia vida. Remarcando que transvaloración no es transformación (que una cosa pierde su forma para adquirir otra) Nietzsche reclama una nueva jerarquía de valores y no acepta la tradicional.
Nuestro filósofo, cuando habla sobre transvaloración de los valores coloca en labios de Zaratustra el tema de educarse para abandonar el espíritu paciente y adquirir el espíritu libre. Para esto se deben seguir tres pasos: pasar del estado de camello al de león y culminar en la figura del niño.
El camello es un animal de carga, todo lo soporta, incluso aquello que el hombre no carga. Esta figura "es la propia tontería para burlarse de la propia sabiduría" (Nietzsche, 1985: 49). Este espíritu ingresa en un momento de cansancio cuando se escucha a sí mismo, realiza una reflexión sobre su destino y se avergüenza de sí mismo. De esta manera camina hacia la conquista de la libertad. Este es el sujeto que vive más tiempo por poseer dentro de sí deseos de cambios (Nietzsche, 1968: 117-118).
El león tiene la característica de conquistar su libertad atrapando a su presa y así ser dueño de su propio destino. El hombre que tenga este espíritu buscará eliminar a su último señor y Dios, al "Tú debes", a la recta moral inculcada. De aquí nace el "Yo quiero". Superar ese peso milenario, una tradición de tradiciones, no será faena fácil porque la tradición es una actitud superior a la que se obedece, no porque manda lo útil, sino porque manda (Nietzsche, 1985: 178). El niño, desde su inocencia, capricho, exige aquella ilusión que siente. Todo hombre debe tener este espíritu para poder crear su propia voluntad.
Zaratustra, a través de estos pasos, anuncia que todo hombre transmundano debe superarse a sí mismo. Anuncia que se debe dar apertura a una nueva voluntad que nace del yo, "un yo que crea, que quiere, que valora y que es la medida y el valor de las cosas" (Nietzsche, 1985: 58), un yo que habla con honestidad y encuentra honores para el cuerpo y la tierra, un yo que enseña un nuevo orgullo, a no esconder la cabeza como el avestruz, sino a estimar, a querer ese camino que se recorrería a ciegas y llamarlo bueno.
Nietzsche, al proclamar el tema de la transvaloración de los valores, enseña a ser espíritu libre, de corazón libre, que ame la tierra, y el cual, a partir de esta voluntad de poder creadora, podrá dar cabida a una reorientación del sentido del hombre.

2.2.- La voluntad de poder

Zaratustra, al mostrar su transvaloración de los valores, enseña a dar apertura a la voluntad de poder creadora, una voluntad que quiere despertar al espíritu, antecediendo a la sepultura de ese amo y señor, que apaga todas las aspiraciones del débil, del esclavo, del sumiso. De esta manera enseña a superarse a sí mismo para acoger al hombre nuevo.

Para Nietzsche la voluntad de poder es identificada como la esencia más íntima del ser. "Es así que los valores son creaciones de la vida, según ella sea ascendente o descendente" (De La Vega, 1980: 518).

La voluntad de poder creadora es la síntesis de la voluntad que ordena, que obedece, es dinámica. Deleuze define a la voluntad de poder como quien quiere (1971: 73), es la fuerza que ayuda al hombre a superar la moral del esclavo, a marchar hacia la vida, hacia la evolución vital.

2.3.- Preámbulo al eterno retorno

Martha de la Vega, al hablar sobre el eterno retorno en Nietzsche, afirma que el eterno retorno nietzscheano es identificado con la vida misma, puesto que la vida es un tema ineludible en él. El sentido de la voluntad de poder creadora da el sentido a la vida y "el eterno retorno pone de manifiesto el juego cósmico de fuerzas, el cambio, la destrucción, el dolor, la lucha, cuya realidad última es el devenir" (De La Vega, 1980: 516). Entonces, cuando Nietzsche habla del eterno retorno se refiere a una selección vital, determinada por una voluntad de poder creadora.
Metafóricamente hablando, el eterno retorno es un aro circular y eterno. Todo es uno y la fatalidad es inevitable, porque el fin se transforma en inicio y éste, a su vez, en fin. Todo es un devenir y un repetirse evolutivo de la vida misma y del cosmos.

2.4.- El superhombre

A Zaratustra le visita un adivino, éste le explica sobre la identidad de todo. Le advierte sobre su último pecado, la compasión. Escucha gritos de auxilio, gritos de hombres desesperados, pues ellos sienten náuseas de la plebe.

Zaratustra, con su canto de felicidad, atrae a los hombres, este canto es el riesgo que encuentra cuando topa con los hombres desesperados, que en primera instancia están insatisfechos por la vida que llevan. Entre estos se encuentran los reyes, el concienzudo del espíritu, el mago, el Papa jubilado, el más feo de los hombres, el mendigo voluntario, la sombra viajera; todos estos tienen una peculiaridad, pues buscan al gran sabio que les enseñe la novedad, algo nuevo. Acogerá a todos los hombres, que posteriormente se darán cuenta de que eran simples payasos, pues no ingresan en su ocaso y vuelven a la rutina que vivían. Buscará deshacerse de ellos, lo que sólo le será posible a partir de la llegada del signo que él espera: el superhombre.

Para Zaratustra el hombre superior es guerrero, bien nacido, que contradice al espíritu de igualdad, de la pesadez que afirmaba que todo hombre es igual ante Dios. Afirma que Dios era obstáculo para el hombre. Si Dios ha muerto, tiene que resurgir el superhombre, el primero y el único capaz de superar y conservar al hombre, el que se convierte en Señor, el que supera las pequeñas virtudes, el que domina el miedo con orgullo ante un abismo, el que ingresa en su ocaso para un nuevo amanecer. Sube con su propio esfuerzo a la cima, sólo así el superhombre estará en lo alto, como un águila.


El hombre superior arregla lo estropeado, tiene una vida dura, es cauteloso ante la honestidad, desconfía ante ella, mantiene secretas sus razones; no se hace adoctrinar con los llamados doctos por ser muy estériles, fríos, secos; miente porque comprende la verdad. La virtud del superhombre está en que no actúa "por" ni "a causa de" ni "por qué", esto sería actuar como gente pequeña, conformista, como la plebe.

Zaratustra adoctrina al superhombre en la virtud, aconseja que camine por las sendas conocidas si quiere ser el primero y no el último. Que no sea necio en ser conformista, ni estancarse en fundar una casa que enseñe el camino a la santidad, pues sería fundar su propio asilo de soledad. No ser estatua rígida, insensible como una columna, el andar revela búsqueda. Debe reírse de sí mismo, porque esto es indicio de madurez, porque se ama a sí mismo. Debe reírse también de todas las cosas buenas y de todo lo que ama su corazón. Zaratustra es el que ríe de verdad, no es condicionado ni impaciente, es loco; pero de felicidad (Nietzsche, 1985: 415).

La filosofía nietzscheana está integrada, entrelazada, por la postura de la muerte de Dios. No orienta a los valores sino da a conocer al superhombre para que sea él quien sustituya a Dios.

3.- La muerte de Dios 

Zaratustra anuncia la muerte de dios, lo que significa que es el hombre ahora el responsable de su propia vida, es como si Zaratustra hubiese dado una caja de regalo a cada persona y dentro estuviera la vida de esa persona. Dese ahora ya no habrá que acudir a instancias divinas para resolver los problemas del mundo, ni tampoco habrá de pensarse en el castigo y el premio divino para cada acción del hombre en el mundo. El cielo es un truco para que la gente le encuentre sentido a lo que hace, sin embargo lo importante no está ahí, en el cielo, sino acá en la tierra con los hombres de carne y hueso que sufren y que laboran día con día tratando de alcanzar la felicidad.


Preguntas:
1.       Escribe un ejemplo donde puedas aplicar sobre ti mismo las transvaloración de los valores explicando cada cambio (En camello- en  León, en niño)
2.       ¿Qué tendrás que hacer para afirmar tu voluntad de poder en tu vida?
3.       ¿Por qué no hay superhombres en el mundo?
4.       ¿Qué significa la frase “Dios ha muerto”?

sábado, 16 de junio de 2012

Desde Rusia con amor.


Por: Ángel Trinidad.
Parece mentira que haya habido que esperar nada menos que quince años para tener un directo oficioso de Molotov. Desde su revolucionario debut con ‘¿Dónde Jugarán Las Niñas?’ en 1997, la banda ha tenido un proceso creativo irregular en el tiempo. Un álbum muy ambicioso, pero quizá incomprendido, como ‘Apocalypshit’. Cuatro años de espera para el veloz ‘Dance And Dense Denso’, álbum de versiones ‘Con Todo Respeto’, una separación ficticia y comercial para ‘Eternamiente’… Y cinco años después nos llega este directo grabado en tres ciudades rusas: Kazan, Kosovo y Perm. Casi nada.

¿Y qué hacen tres mexicanos y un yanqui cantando sus canciones irónicas de cotidianeidad social y rebeldía en Rusia? ¿Se enterarán de algo? Parece que sí. Tras su paso en 2000, volvieron a repetir experiencia en 2010 y de ahí las grabaciones de este disco y vídeo. El contenido representa toda las épocas de la formación. Todos los álbumes están presentes con lo que, a parte de las preferencias personales de cada seguidor, lo que está es lo más conocido de Molotov. El sonido acompaña, así que hay para disfrutar.
Se abre con la funky rapera de ‘Chinga Tu Madre’, que se azuza aún más con la rapera y excesiva ‘Chandwich A La Chichona’. Mientras que el rock más clásico llega con la versión de La Grange de ‘Perro Negro’, dando salida a los cambios constantes de voces e instrumentos entre batería y bajo. Una de las locuras que Molotov, con Tito Fuentes, Paco Ayala, Micky Huidobro y Randy Ebright, lleva por bandera y que le hace ser un grupo alejado de convencionalismos.
En Molotov no hay más de dos canciones iguales. ‘¿Por qué no te haces para allá al más allá?’ y ‘Here We Kum’ son dos ejemplos más de versatilidad, mientras que ‘DDD’ es toda una explosión punk. El calor bailón de ‘Voto Latino’, la versión de ‘Amadeus’ completan el revuelto hasta que llegar a dos canciones de lenguaje internacional: ‘Gimme Tha Power’ y ‘Frijolero’. Impresiona ver y escuchar las celebraciones rusas ante ambos temas. Impresionante también el inscrescendo de ‘Mas Vale Cholo’ que enlaza bien con la energía punk de los Mifits y la versión ‘Marciano’.
Para cerrar, otras tres imprescindibles. La versión de ‘Bohemian Rapsody’ de Queen, la saltona y saciante ‘Puto’ y el ragga bailable de ‘Rastaman-Dita’. Una hora que se pasa volando y que sí recoge lo que se espera de un concierto de Molotov y no el recuerdo que me quedó en la edición de Viñarock 2010.
Ahora a esperar el nuevo disco en estudio que llegará entre finales de 2012 y principios de 2013. Podrá ser muchas cosas, pero convencional seguro que no. Mientras tanto, se ha estrenado ya en Méjico la película ‘Gimme Tha Power’, un documental dirigido por Olallo Rubio en el que el protagonista es la libertad de expresión.

martes, 5 de junio de 2012

10 consejos para hablar bien en público





Hablar en público impone mucho y, según se dice, llega a causar casi tanto temor como ir al dentista. 

Puede ser invitado a hablar en un congreso internacional, unas jornadas de su sociedad profesional o ante unos clientes. Puede ser una oportunidad para hacer un nuevo negocio o ganar reconocimiento dentro de la compañía o del sector, pero esto será así si en esta intervención se tiene éxito.

Como oyente, se agradecen las presentaciones que resultan entretenidas y que además iluminan sobre el tema del que traten. La clave para llegar a ser un ponente eficaz no es otra que la práctica. No obstante, hay una serie de principios que siempre viene bien conocerlos.

Jack Fox, consultor, conferenciante, autor de libros de éxito sobre cómo poner en marcha negocios y presidente de Accounting Guild, una organización profesional basada en Internet, con sede en las Vegas, plantea, en un artículo de accounting.pro2net.com, 10 consejos útiles para hablar en público con éxito.

1. Conocer a la audiencia 
Antes de preparar su presentación, determine qué intereses tiene su auditorio y haga su ponencia a la medida de estas necesidades. Algunas de las cuestiones que se debe plantear son: ¿qué saben ellos del tema que va a abordar? ¿Qué saben de usted, de su posición y curriculo y de por qué habla sobre ese tema? ¿Cuáles son sus expectativas y cómo puede superarlas y sorprenderlos?

Si usted improvisa, corre el riesgo de decepcionar, e incluso ofender, a la audiencia y dejar en evidencia a su empresa, a su anfitrión y, por supuesto, a usted mismo. 

2. La regla de tresPiense que tiene sólo tres minutos para explicar la esencia de su intervención. Para ello, plantéese estas tres preguntas: 
-¿cuál es el principal argumento? 
-¿qué evidencia presenta? y
-¿qué actuación se debe emprender?

3. Prepare el escenario 
Incluso si hay otros responsables del equipo técnico, como el sonido o las luces, siempre debe revisarlos personalmente y además es bueno analizar los distintos ángulos de visión que hay desde la sala. Asegúrese de que cuenta con suficiente espacio para desarrollar su exposición con los apoyos que sean necesarios. Estar vacilante con ellos frente al auditorio socava su credibilidad y, además, le pondrá nervioso.

4. Calme sus nervios 
Un poco de nerviosismo es natural y la mejor manera de superarlos es haber hecho un buen trabajo y sentirse seguro de ello. 

5. Sepa exactamente cómo quiere comenzar 
Su audiencia comenzará a juzgarle y evaluarle en los primeros segundos de su aparición. Empezar de forma convincente –con una historia interesante o una estadística sorprendente- captará la atención de su audiencia. El humor es muy efectivo, pero sólo si se trata con habilidad y medida. Si usted nunca lo ha hecho antes, la presentación no es el mejor lugar para empezar a practicarlo.

6. Cuide su apariencia 
Vista de forma adecuada para la audiencia ante la que va a hablar y, sobre todo, que su indumentaria sea confortable y que le haga sentirse bien.

7. Salude y haga colegas 
Aproveche las oportunidades que le surjan para charlar con alguno de los asistentes o de los otros ponentes antes de iniciar su presentación.

8. Hable con entusiasmo 
Ponga una buena cantidad de energía física en su intervención. Usted es el centro de atención y debe usar las inflexiones de voz para potenciar las ideas que está presentando. Hable lo bastante alto para que le oigan los que se encuentran al fondo de la sala. Resultar inaudible es el mayor pecado en una conferencia, ya que no hay nada más irritante que tener que estar haciendo esfuerzos para oír al conferenciante.

9. Module bien las palabras 
Si no vocaliza bien, intente hablar despacio y haga pausas (existen manuales que ayudan a practicar y mejorar la vocalización). Tenga en cuenta que una voz fuerte y bien modulada es una de las herramientas más útiles para el éxito en cualquier presentación.

10. Lo más importante: diga lo que verdaderamente cree 
Su presentación transmite de usted tanto como sus teorías e ideas, sus propuestas o trabajos. En última instancia, se está vendiendo usted mismo. Por tanto, sea cual es y compártalo con la audiencia. Le estrán agradecidos por ello.