Por: Oscar Pérez Corona.
Una
característica de los pueblos sometidos es que son más síntesis que tesis. Y
México es un país con una larga historia de sometimiento. Vivimos bajo el signo
de la imposición, la ocupación española nos impuso la religión y la lengua,
además de otros elementos culturales que fueron medianamente sincretizados con
la cultura propia. Después hemos aceptado con abnegada sumisión el sometimiento
ideológico del mundo occidental y de sus
modos de vida, de modo tal que la cultura mexicana original tiene apenas un par
de consejos para el resto del mundo, algunas ruinas arqueológicas que
maravillan a los turistas asiáticos, tres platillos gastronómicos exóticos, y
el verbo cantinflear como muestra contundente de la influencia de los
mexicanismos en el español del mundo.
Los modos de
pensar, de crear y de relacionarse con
la naturaleza y con la vida que tenían los pueblos prehispánicos son ya casi
desconocidos para la mayoría de nosotros, de modo que cuando hablamos del modo
del ser del mexicano nos vemos obligados a pensar en ese mexicano contemporáneo
que ha dejado del lado el folclor y la idiosincrasia indígena y ha adoptado, en
su mayoría, los modos de vida occidentales. Es natural que en la era de la
globalización, la influencia entre culturas sea denominador común, pero quiero
decir que es mucho más lo que el mexicano ha adaptado a su cultura que lo que
ha impuesto a las culturas del mundo. Ya lo dije: somos más una síntesis que
una tesis.
En su ensayo
titulado Unidad e imitación, Antonio Caso (1990) dice del mexicano que “Una de
las leyes fundamentales de su actividad social es la imitación. No sólo de la
vida social, sino de la vida psicológica. Se imita mucho más de lo que se
inventa y, al inventar, es más lo que se imita que lo que se inventa. (p. 58) Y
es en la imitación de la vida psicológica donde el mexicano pierde cada vez más
su identidad indígena a favor de una identidad más occidental. Que esto sea así
no es ni bueno ni malo en sí mismo, quizá lo que se torna un tanto lamentable
es que la imitación psicológica se limite al plano de la apariencia y de la
proyección; me tiño en castaño claro el cabello y de ese modo me deslindo
tibiamente de mi apariencia india y evoluciono mañosamente en una nueva e inclasificable raza para que me
acepten los otros mexicanos que también son indígenas y que también
evolucionaron en la raza nueva. Pero no sucede que la imitación psicológica se
dé en el plano intelectual: estudio, creo y arriesgo tanto como hizo Steve Jobs
e invento la nueva Ipad; pienso, trabajo y programo tanto como Mark Zuckerberg
y diseño una nueva red social.
La tendencia
natural del mexicano a la imitación de los modelos aspiracionales complica la
comprensión de lo que en verdad es, porque si bien es muy clara la diferencia
entre lo que verdaderamente se es y lo que se aspira a ser, en el mexicano esa
diferencia ha sido tan hábilmente camuflada que no puede sino confundirnos.
Hace algunos años no había más remedio que la relación personal para intentar
comprender la forma de ser de las personas que nos rodeaban pero ahora es
distinto, las formas de comunicarnos han cambiado en el nivel público y también
en el interpersonal. Tenemos que aceptar que las redes sociales intervienen
decisivamente en la imagen que se genera de cada uno de los miembros de esas
redes. Para entender esto tenemos que aceptar que los vínculos relacionales
entre miembros de redes sociales se definen en gran medida por eso que sucede
solamente en el ámbito virtual y que luego eso tiene consecuencias psicológicas
en el plano real. ¿Qué quiero decir? Que es posible que la impresión que tengo
de una persona cualquiera (un compañero de clase, el amigo de un amigo, un
colega de la empresa, o la hermana de mi cuñado) se haya gestado a partir de lo
que proyecta y lo que comparte en una red social y que esa impresión se
completa con los comportamientos que puedo observar en mis relaciones con ellos
en la vida real, o sea, que para definir la idea que tenemos de las personas
que nos rodean, vale tanto la relación del día a día, como la relación virtual
en las redes sociales. Y que un individuo puede fingir y alterar su yo
auténtico, tanto en una red social como en la vida misma.
Una práctica en
boga en las redes sociales lleva a los usuarios a tomarse fotos de ellos
mismos, utilizando generalmente cámaras de teléfonos móviles para elaborar un
autorretrato y compartirlo. Tal ha sido la notoriedad de dicha práctica
conocida en la sociedad red como “selfie”, que el diccionario Oxford la definió
en 2013 como la palabra del año.
Sergio Octavio Contreras ha
estudiado el fenómeno de las redes sociales durante algunos años y nos ayuda
con una clasificación del “selfie” en su ensayo titulado “El yo como
espectáculo” La clasificación se presenta de la siguiente manera:
1. Usie o usfie es una palabra derivada
de self pero anteponiendo el pronombre en inglés “us” y se refiere a
autorretratos que dejan la individualidad de un lado para mostrar a un grupo de
personas en variadas poses. Ellen DeGeneres.
2. Belfies es una palabra conjugada
con el vocablo inglés “bum” (nalgas) y se utiliza para dar significado a los
selfies que exhiben traseros y son distribuidos en las redes.
3. Braggie es un término
proveniente de “brag” cuya connotación está relacionada con alardear, se
utiliza para dar significado a las fotografías donde sus autores presumen
lugares en los cuales se encuentran.
4. Bikini bridge, se trata de
imágenes tomadas de la parte inferior del bikini donde se forma un “puente”
entre las caderas.
5. Underboob o selfie del escote,
consiste en autorretratos donde sus protagonistas ponen como centro de la
atención sus pechos.
6. Lelfie es una tendencia de
imágenes donde aparecen solo las piernas en distintas posiciones, siempre
capturadas de la cintura hacia abajo.
Antropólogos,
filósofos y sociólogos lamentan profundamente que las redes sociales y en
general las nuevas tecnologías hayan contribuido a que las relaciones sociales
se eclipsen. Los niños ya no salen a
echar el trompo o a jugar a las atrapadas, porque están encerrados en sus
recámaras, jugando a la “play” o en Facebook, casi ninguno de estos
intelectuales ha reparado en que la posibilidad del niño de salir a jugar sigue
abierta, sin embargo él ha decidido quedarse en casa pues prefiere la soledad
que la consola de videojuegos o la computadora la proporciona, al espacio común
de la calle en compañía de otros niños. El lamento del filósofo debería convertirse en pregunta ¿Qué hay en
la interacción dialógica de las redes sociales, que seduce tanto a tantas personas?
¿Por qué una persona sana y sensata prefiere facebook al bote pateado?
La clasificación
del selfie que acabo de presentar y “El laberinto de la soledad” la obra más
conocida de Octavio Paz, nos pueden arrojar mucha luz para ayudar al filósofo
en su búsqueda de respuestas.
Hay en el mexicano,
y en el ciudadano del mundo un profundo sentimiento de soledad.
Octavio Paz lo
describe así:
La soledad, el sentimiento y conocimiento de que uno está solo, excluido
del mundo, no es una característica exclusivamente mexicana. Todos los hombres,
en algún momento de sus vidas, se sienten solos. Y lo están. Vivir es separarse
de lo que fuimos para acercarnos a lo que seremos en el futuro. La soledad es
el hecho más profundo de la condición humana. (p. 79)
La soledad tiene
una vertiente negativa y otra positiva, o sea, hay gente que quiere, es más,
necesita estar sola y lo procura; y hay otros que no quieren estar solos, pues
no lo soportan. Aquí hay un híbrido bizarro de estas 2 vertientes. Mucha gente
se relaciona, convive y comparte con total normalidad en la escuela, el trabajo
o cualquier variante de la vida social, sin embargo, al volver a casa se siente
profundamente frustrado y deprimido ya que sus relaciones sociales no funcionan
en el nivel deseado; se sabe solo. Esa soledad la detesta. Sin embargo se vale
de la soledad que le provee su departamento o su habitación para lanzar una
serie de mensajes imposibles de formular frente a frente. Esa soledad le
agrada, pues como menciona también Octavio Paz (1989) "Solamente en la
soledad se atreve a ser” (p. 53) No le agrada su físico, piensa que es obesa,
pero tiene pechos grandes, abundantes. Es ahí, en la soledad de su recámara,
frente al espejo, con un Smartphone, donde puede obtener la imagen que dé la
información exacta, sólo la que quiere hacer saber y que limita al espacio
corporal de los pechos abundantes, no hay información sobre el cuello ni sobre
el abdomen, esa información se da de sobra todos los día en la oficina, ahora
se trata solo de los pechos, quien así lo desee puede fantasear con ellos,
porque son abundantes, a los hombres les encantan los pechos abundantes, ella
tiene algo que le encanta a los hombres y puede persuadir a alguno. La foto es
agradable, ella la entiende de esa manera y la publica en facebook sin
etiquetar a nadie, con ello queda claro que la foto es para todos y para
ninguno en especial, o quizá sí, pero etiquetarlo está fuera de toda
proporción. El “underboob” es como el papel al interior de una botella que el
náufrago suelta al mar desde la soledad
de la isla justo con la intención de ser rescatado de esa soledad tan desolada.
El náufrago digital necesita de la soledad para terminar de una vez y para
siempre con la soledad misma. Ésta es la paradoja de la soledad necesaria.
Las redes
sociales ya lo dije, solamente han ampliado los límites de la comunicación, han
permitido que las personas que no tienen
el valor ni las herramientas necesarias para comunicarse de forma directa lo
hagan de forma indirecta, y siempre con la posibilidad de que el proceso
comunicativo sea exitoso. La psicología humana es más compleja de lo que
advertimos y no podemos pensar que todos los mensajes virtuales caen por su
propio peso una vez que la realidad real llega y hace de las suyas. Por eso
cada vez son más los niños y los adultos que prefieren la intimidad de una
habitación a la felicidad feroz de las calles de la colonia.
Hablando de un
caso personal, tengo una sobrina de 11 años que atraviesa un momento muy
doloroso al saber que sus padres han decidido separarse. Mi sobrina rechaza
cualquier comentario al respecto, no quiere que nadie le explique nada ni le
pide explicaciones a nadie. En el mundo real. Porque en Facebook, tiene largas
pláticas conmigo sobre este tema, me pregunta tantas cosas como es capaz de
pensar. Me cuenta cómo se siente y cómo lleva día con día la separación de sus
padres. Pero el filósofo la quiere en la calle jugando sin darse cuenta que es
ahí, frente a la computadora, el único lugar y el único medio que acepta para
expresar lo que está viviendo. La valentía es una cualidad que no poseemos
todos y en este mundo salvaje ser cobarde es un mecanismo de autodefensa válido
y hasta inteligente, facebook es la armadura del mexicano frágil y “la
fragilidad es la cualidad del ser amenazado siempre por la nada, por la caída en
el no ser. (Uranga, 1987, p. 147) Si entendiéramos que las redes sociales son
incluso, posibilidad ontológica, seríamos menos duros con ellas. Facebook hace posible el discurso para los timoratos y
les permite crear lazos, sé de más de un caso en que de no existir facebook,
tal o cual persona seguiría sumida en la casi nada ontológica. Hay estudios,
como el de la Universidad de Humboldt y de la Universidad Técnica de Darmstadt,
llamado “El odio en facebook” que afirma que las redes sociales han arrebatado
el monopolio de la melancolía a las personas depresivas del mundo real ¿Qué
quiero decir? Que las personas que comúnmente se deprimen por su incapacidad de
relacionarse en la vida real, encuentran alivio en las posibilidades del mundo
virtual, pero también viceversa, o sea, que muchas personas que gozan de gran
popularidad y reconocimiento relacional en el mundo real, se frustran al notar
que ese reconocimiento no es similar en las redes sociales o que hay otras
personas que reciben mayor reconocimiento, y es que los instrumentos de
medición cuantitativa de redes como facebook han provocado más de un cuadro
clínico de depresión profunda. Tengo más carisma y tengo menos amigos o
seguidores que ella, soy más ocurrente y tengo menos comentarios positivos que
ella, soy más linda y tengo menos likes que ella. Este estudio toma también en
cuenta el tipo de selfie que llamamos braggie, en el que se alardea no sólo
sobre los atributos físicos sino además de los sitios visitados, enfatizando
siempre aquellos lugares que gozan de un prestigio concreto en el imaginario
colectivo de nuestro grupo de amigos o seguidores (playas, antros,
restaurantes) Foursquare. La investigación de la universidad de Humbolt afirma
que las fotos de vacaciones son la
principal causa de resentimiento y más de la mitad de los incidentes de envidia
son provocados por estampas vacacionales en Facebook. Los hombres muestran una
mayor tendencia a la autopromoción en Facebook para hacer que la gente sepa
sobre sus logros, mientras que las mujeres se centran más en su aspecto y en su
vida social. Quizá el caso más representativo de lo que menciono es el de Danny
Bowman un joven inglés que intentó suicidarse al no conseguir el selfie
perfecto. Danny tuvo un periodo de seis meses en el que pasó más de 10 horas
diarias tomando unos 200 selfies con su iPhone, no perdió la vida sin embargo
perdió sus estudios y a gran parte de sus amigos.
Conclusión
El selfie es un
modo narcisista de la expresión digital y su popularización es totalmente
comprensible. Los jóvenes mexicanos han encontrado en este recurso una vía de
comunicación segmentada que narra justo lo que se intenta narrar y en las
condiciones precisas. El resultado de esta práctica es multidireccional (puede
pasar casi cualquier cosa) por ello es una recurso valioso para aquéllos que no tienen absolutamente nada que
perder. La práctica constante del selfie en México confirma lo que sabemos
desde hace mucho tiempo, que los jóvenes de este país viven en un estado de
depresión profunda, con unas ganas inmensas de ser reconocidos y aceptados y
que el nivel de reconocimiento nunca será suficiente. Citando a Emilio Uranga sabemos que: “el
mexicano es una criatura melancólica; enfermedad que pertenece más a la
imaginación que al cuerpo. Es un ser infundio, con todos los matices del
disimulo, encubrimiento, mentira, fingimiento y doblez que entraña la palabra.
(p. 152) Y utiliza el selfie para eso, para construir una mentira que alimenta
en el día a día en el trato real con personas reales.
Al ser un
apologista de las redes sociales entiendo
a las selfies como una opción valiosa para un sector de jóvenes que no
saben o no quieren comunicarse de otra manera y a las redes sociales como un
instrumento integral que posibilita esta opción. Los estudios antropológicos
que lamentan la dirección que han tomado las prácticas juveniles en su conjunto
deberían mirar más de cerca la relación existente entre los usuarios y la información
que comparten en cualquier red social, porque quizá no estemos, como muchos
afirman, en el ocaso de las relaciones interpersonales sino en el crepúsculo de
una nueva forma de expresarnos mucho más efectiva, llena de trampas, filtros,
ajustes y retoques; pero es que así han sido las relaciones interpersonales
desde siempre y afirmar lo contrario, decir que la comunicación interpersonal
no es una gran trampa es quizá la más infame de todas las trampas.