martes, 25 de marzo de 2014

Los cárteles que disputan el Estado de México

Este es el link para leer el reportaje
http://narcconoticias.blogspot.mx/2014/03/los-carteles-que-disputan-el-estado-de.html

lunes, 24 de marzo de 2014

La seducción de las palabras

Este link te llevará a la página donde podrás leer el texto:
http://es.scribd.com/doc/212289210/La-seduccion-de-las-palabras

Para la clase de esta semana hay que leer el capítulo número 4, habrá examen y para la proxima semana hay que leer el capitulo 5

jueves, 13 de marzo de 2014

El color de las palabras

1. EL COLOR DE LAS PALABRAS1

 La poesía acudió siempre a los sonidos seductores, con ocedora de
este valor inmenso de las sensaciones que saben distinguir los sentidos
con tan buen paladar auditivo.
 Los poetas demostraron, antes que los pico-lingüistas, que todas las
palabras suenan en nuestros oídos aunque las leamos en silencio.
Después los estudiosos del lenguaje y del cerebro humano han convenido
en que la lectura de un texto va acompañada de una articulación interior,
imperceptible. Ellos lo llaman "subvocalización”. Por eso aprender a leer
afecta a la forma de percibir las palabras que se oyen. Una vez que
sabemos leer, no sólo vemos las palabras con sus letras. También las
escuchamos con sus sonidos.
 Y con los sonidos nos llegan los colores de los fonemas y cuanto
sugieren. Las formas que envuelven los vocablos crean también una
estética que alcanza a los sentidos del ser humano y puede, como un
lienzo, dejar admirados nuestros ojos. Las letras cumplen el papel de
colores en la paleta de quien plasma un poema.

1.1. LA VOCAL “U”

Por ejemplo, se inserta en “luz”, en “lumbre”, en “fulgor”, en "fulgurante",
en "iluminar”, "iluminaria"... palabras todas ellas que se apoyan en el
sonido "u" y que se relacionan con la luz misma. Dámaso Alonso hablaba
de "la magia de la imagen fonética" para componer "la imagen poética”, y
recordaba aquel verso del poeta dueño del color, Luis de Góngora:
"Infame turba de nocturnas aves”, donde la acentuación de la frase en las
dos sílabas "tur" (turba y nocturna), en los dos golpes de la u, hace caer
sobre el verso dos intensos chorros de luz, pero de luz negra; la misma
luz negra que inunda la palabra "lúgubre"… La negrura de "luto" y
"luctuoso", las sílabas que evocan el dolor primitivo de la palabra.
 Y es esa misma sílaba "tur" acentuada en "turba” y en "nocturna" la
que encontramos en “turbio", en el dúo de letras "ur" que hallamos en
"oscuro", la misma letra u que sobreviene opaca en el azul marino o en la
lúgubre luz del ángulo umbrío, del ángulo oscuro: un cierto fulgor, luz, sí;
pero de brillo negro, el brillo de la "púrpura" y del “crepúsculo"; porque el
azul profundo y las úes que lo muestran se hallan muy cerca, hasta el
punto de que en francés se dice "no veo más que azul" para explicar que
alguien no ve nada; y en alemán, "estar en azul" equivale a "estar
borracho"... situación que en España se llama también "estar ciego", "ir
ciego" o "coger un ciego"... así que estar en azul es estar ciego... y estar
ciego es estar borracho, y no ver por culpa de la luz oscura de la
borrachera que obliga a "estar en azul"... Las palabras evol ucionan en
círculos... Porque no en vano las palabras circulan.
 Por el contrario, se muestra blanca... blancas son las letras a de
alma y de cándida, de clara y de diáfana, de glaciar, de alba y de cal y de
agua, y de cana o de diana, la a que transparenta, la a de cristalina y de
escarcha... y de la propia palabra "blanca", que exhibe su blancura en las
bocales que la pronuncian. Y blancos son los "álamos" en su madera
blanca, y los "fantasmas" en sus "sábanas", en sus sábanas blancas,
vestidos por las aes de todas esas sílabas que hacen menos blanca la
"nieve" que la "nevada”.
 1.3. LA LETRA “I”
 Es tal vez el amarillo, palabra que la acoge además en su sílaba tónica, el
amarillo que se marchita y amarillea marchitándose y que pone el acento
en la i de marchito, el amarillo del pelo rubio, el amarillo de un rostro
lívido, del cofre aurino, de la piel cetrina, de la orina, de la ictericia y su
palidez, el amarillo del trigo, el amarillo del limón amarillo que comparte
el sabor con él, pues el nombre de este cítrico procede del término latino
amarellus (amargo), pero la palabra que lo nombra tomó el color del claro
brillante y se formó con la i acentuada... el mismo amarillo que asume la
carga tónica de la delgada vocal que apuntala todas esas palabras, el
amarillo que brilla.
 1.4. LA “O”
 Lleva los valores de "negro", cuyo sonido se asocia con lo fúnebre tal vez
porque nekro llegó al español desde el griego para nombrar a la muerte
(identificamos el negro con la necrológica, y vemos el negro futuro de
alguien... no se trata de un problema de racismo, sino de sonidos y
etimología)... Negro como el carbón, como el luto también, como el
chocolate, como el oro negro.

 1.5. LA “E”
Parece en cambio, una letra menos coloreada, menos evident e, pero
sugiere los marrones y los tonos pardos... el color marrón oscuro del
café… la e del roble, de arce, del alce, del reno, del ciervo, del rebeco, la
e de los árboles que en plural marronean con sus maderas perennes y
que alfombran el suelo con sus pieles despegadas del cuerpo. El marrón
del bosque que imaginamos cada vez que se oye la palabra "septiembre".
 Mallarmé lo resumió al decir que la poesía no se hace con ideas,
sino con palabras. Como la seducción. Porque la seducción vive en la
poesía.
 De la relación entre colores y sonidos; el oído y la vista se
relacionan también gracias a que los conectan las palabras. Pero no ha
elaborado nadie una teoría científica, sino sólo poética; que sólo se
puede demostrar ante quien esté dispuesto a quedar sedu cido. Color y sonido de las palabras Luis Hernando Mut 5 is Ibarra
 Los sonidos seductores nos evocan el color, pero también el
tamaño. La letra i se ha apropiado del mensaje de lo pequeño, con
decenas de palabras que muestran lo diminuto gracias a ella, una i con
frecuencia arrullada por alguna eme o ene que, cuando aparecen, le dan
un punto afectuoso: ínfimo, infantil, infinitesimal, mínimo, milimétrico,
disminuir, miseria, minucia, diminutivo, aminorar, chiquitín, microbio,
minimizar, micra... Y también palabras como ridículo, irrisorio,
insignificante, nimio, pizca, chiquito... La seducción de los cuentos
infantiles está implícita en el amarillo de tantas íes como aparecen en
ellos. La i evoca aquello que, por pequeño, ha de cuidarse, lo que no
pesa, lo que se disimula entre líneas…: liviano, delicado, sibilino... Las íes
llevan prendidas la escasez y la ligereza, porque su sonido se apropió de
ellas.
 Los diminutivos se adornan con la i, no por casualidad: la i tónica
de -ico, -ito, -illo, -ino, -ín... Y nos seducen expresiones como "el
parquecito que conozco" o "mi casita en la montaña". La seducción
literaria puede servirse de los diminutivos porque la historia de la lengua
le da razones para ello. La vida de los sufijos ha ido saltando los años
con el inmenso trabajo de dar connotación a las palabras, de adornarlas y
exaltarlas o, por el contrario, envilecerlas y despreciarlas. El latín vulgar
se enamoró de la derivación, y su expresividad afectiva creó diminutivos
como aurícula (ahora oreja), genúculu (hinojo, rodilla). La orejilla, los
hinojillos, el solecillo. Genúculu conduce a hinojos ("caer de rodillas),
pero rótula deriva en el diminutivo rotella y por eso hoy en día
pronunciamos rodilla sin que veamos ya el diminutivo que, sin embargo,
existió.
 Los hablantes de aquellos siglos percibi eron la identificación entre
las íes y sus afectos. El diminutivo illo nació precisamente con el mayor
protagonismo de la letra i; porque cuando se generaliza (en el siglo XIV)
los españoles de entonces abandonan la vocal e que la acompañaba y
competía con ella, de modo que el primitivo sufijo iello se convierte en
arcaísmo. Algo hubo en el ambiente que invitó a elegir la letra amarilla
frente a la marrón a la hora de pensar los objetos pequeños. Quizá
porque el amarillo se confunde con el blanco y se aprec ia menos; su
presencia se hace menor… queda disminuida.
 Desde luego, no todas las palabras con predominio fonético de la i
se pueden relacionar con algo reducido (ni con algo amarillo); pero sí
parece que cuando el lenguaje desea profundizar en tal concep to acude
con muchísima frecuencia a la letra, Ia más fina del alfabeto. El sonido
más delgado.
 Los aumentativos escogen en cambio la a y la o (-azo, -ato, -ona, -
ón...), porque abrimos más la boca con sus fonemas y porque su
sonoridad y la carga tónica del acento sobre ellos logran asociarlos a los
conceptos de lo inmenso: descomunal, grandilocuente, aparatoso,
megalómano, ampuloso, faraónico-. Incluso prefijos como "macro” y
"micro" llevan en su marca diferencial la función clara de las dos letras
que los distinguen entre sí.
 "Habráse visto tamaño error"..., podrá decir alguien. Y el concepto
"tamaño", que obliga a abrir generosamente la boca para pronunciarlo, no
evoca en un principio una medición concreta: el tamaño puede concebirse
grande o pequeño, los fabricantes de zapatos lanzan al mercado todos los Color y sonido de las palabras Luis Hernando Mut 6 is Ibarra
tamaños... Y, sin embargo, el poder de la palabra, de sus letras, de su
etimología, nos seduce con el concepto oculto que se hallaba en su
origen latino: tan magno... tan grande... tamaño... He ahí por qué ese
error se reveló así de grave, ese tamaño error. He ahí por qué la historia
de la palabra y su sonido la condicionan.
 1.6. LA “J” Y LA “CH”
 J (o la g cuando adquiere esa misión fonética) y la ch se instalan en
las palabras del desprecio: paparruchas, chorradas, pendejadas, casucha,
hatajo, grupejo... Los sufijos despectivos suelen dar mucha rentabilidad a
quien los profiere, con un mínimo gasto: no encubren ningún insulto, no
resultan malsonantes; pero alcanzan de lleno al inconsciente. Suponen
así un mecanismo claro de seducción fonética negativa, porque envuelven
la palabra con un cierto hedor que nos hace volver la cara, desdeñarlas
en en un sonido y por ende en su significado. "Derechona", o "litrona" y
"botellón"... cuyos líquidos arrullan el i nconformismo de muchos jóvenes
en los parques y tocan su paladar a granel.


1.7. LAS ERRES
 Se perciben a su vez con la connotación de la energía o de la fuerza, de
los verbos que implican un nuevo intento. Porque la fuerza y la energía se
hallan en palabras como "resurgir", “romper", "resucitar", "reactivar",
"penetrar", “rearmar", "recomponer", "rasgar", "irrumpir", "rebatir",
"rebelarse"... y las erres del prefijo re- que invitan a la repetición, a no
desesperar y a emprender de nuevo lo que no se ha co mpletado. La r que
entra raspando en los oídos y que servirá para dotar de brío a las ideas
aunque su contenido careciere de fuerza.
Las sílabas hacen que "patraña" sea más grave que "mentira", y
"mentira" (con su famélica i resaltada) menos que "embuste", y dejan en
venial la acusación de "falsear la verdad" frente al contundente insulto
sonoro de la "manipulación".

 1.8. LA “S” EVOCA LA SUAVIDAD
 Como la misma palabra falsear, como suave, como terso, como delicioso,
bálsamo, vaselina, sabroso... La s influye en el significado. La s se
desliza por el paladar del lenguaje, tiene un sabor liviano y contagia la
idea más antagónica de la fuerza y la violencia. He aquí la s que da su
principal valor fonético a la seducción, porque es el engatusamiento
suave y casi imperceptible e inasible.
El valor de los sonidos moldea, pues, las palabras y cuanto nos
sugieren. "El jarrón estuvo en un tris de romperse", pronunciamos
repitiendo una frase hecha, heredada. En un "tris": tris representa un
instante brevísimo y evoca el sonido de algo que se rompe. Faltó casi
nada para que el jarrón se rompiera... O alguien permaneció "erre que
erre", machacón, como serrando un árbol, sierra que sierra con la
herramienta, y la r nos da también así el ruido de la sierra en la rama del
roble... Y podemos comparar la frase el ruido de la sierra en la rama del Color y sonido de las palabras Luis Hernando Mut 7 is Ibarra
roble (que acabamos de escribir para buscar el estruendo reiterado) con
su alternativa el sonido de la sierra en los surcos del sauce, expresión
que podría adornar cualquier poema bucólico.
En la primera frase, la combinación rugiente resalta la r de "sierra".
Pero en la segunda, la oración siseante potencia la s inicial de la misma
palabra, lo que nos muestra dos valores fonéticos diferentes de un solo
término, dos ruidos distintos para un mismo instrumento que corta la
madera.
En el lado de lo pequeño, sucede algo parecido con "pírrico".
Perdida ya la herencia de Pirro (aquél qué ganó una batalla en la cual el
daño sufrido no compensaba la victoria lograda), las íes de esa palabra
hacen creer a algunos hablantes que este adjetivo equivale a
"insignificante. Como tantos otros, se dejan seducir por el envoltorio de la
palabra, el sonido de desprecio que acompaña a pírrico igual que a
irrisorio y a ridículo.
 Por todo eso nuestros antepasados identificaron ya la palabra
"miniatura" con algo pequeño, cuando su raíz procede de "minio", el
colorante usado por los dibujos que acompañaban a los textos en los
manuscritos medievales. El sonido de la i, el falso sufijo "mini", esa
terminación en “ura”… que vemos también en "ternura", "dulzura”… ¿cómo
no vamos a regalar una miniatura a un ser querido? El sonido de la
palabra se ha impuesto a sus propios genes, y la hemos tomado por la
idea que transmite la fachada antes que por el interior de la casa.
La magia de los sonidos acompaña a las fórmulas y los hechizos;
abracadabra, por ejemplo: una sucesión de aes que abren la boca y la
gruta que resulten necesarias. Y con palabras llenas de magia y de
sonidos se hacen los maleficios, y con palabras seductoras se conjuran.
La fuerza de la palabra "ensañamiento”, el sonido expresivo de la ñ que
invita a pensar en alguien recreado en el crimen, se situaba por encima
de cualquier considerando y más allá de cualquier resultando. Ensañarse:
"Deleitarse en causar el mayor daño y dolor posibles a quien ya no está
en condiciones de defenderse" (Diccionario de la Real Academia
Española).

 1.9. LA “Ñ”
 La ñ invita a pensar en la insistencia, ñaca ñaca, ñiqui ñiqui, saña a
saña, el ensañamiento emparenta con la ñ explícita del empeño, con la ñ
implícita reiteración, el furor, el enojo ciego, la saña que da sentido a
esta palabra de origen, incierto en nuestro idioma y, por tanto,
antiquísima. Su sonido ya la hizo merecedora de este significado en el
primer diccionario del idioma español: "Cólera y enojo con exterior
demostración de enfado e irritación"; y en "sañudo" (aún más
onomatopéyica) vemos "furioso, colérico y airado o propenso a la cólera”.
La fuerza de la saña está en la historia de nuestra fonética, y mal hizo
aquel tribunal al orillar a su expresividad, al separar, por un lado, unos
hechos que encajan en la imagen eterna de la saña y, por otro, la
definición técnica que la enfría y la disecciona como si fuese una sandía.
Valoramos el sonido también cuando damos nombre a un hijo,
incluso a nuestro perro. Desconocemos generalmente el significado de los Color y sonido de las palabras Luis Hernando Mut 8 is Ibarra
nombres ajenos, casi nunca nos planteamos la etimología de palabras
como Teresa, Irene, Julia, Lucas, Ignacio, Ruth, Cristina, Leonor,
Carmen, Emma, Sara, Isabel, Marta, Enrique, Joaquín, Javier, José,
Carlos, Emilio, Femando, Antonio, Jaime, Juan, Wilfredo, Miguel,
Santiago, Adolfo... y sus sílabas nos empujan y nos seducen, hasta el
punto de que incluso se teoriza sobre la influencia del nombre en el
propio comportamiento. Y llamamos al perro recién comprado o recién
recogido con un nombre que proyecta sobre él nuestra idea de su carácter
o de su figura. Y con su nombre lo educamos, y de su nombre obtenemos
su imagen. De repente, unos vecinos dan en la fl or de llamar “Tyson" a su
rottweiler, y después el animal tendrá atemorizado al barrio porque,
constituido en arma y tratado como un boxeador y no como un amigo,
andará suelto y sin control muy a menudo por la calle (al contrario que el
púgil de quien toma el nombre, que suele pasar más tiempo encerrado).
Quien da a su perro un apellido de boxeador, cuando ni siquiera se trata
de un boxer (uno de los cachorros más hermosos de la creación,
permítaseme este paréntesis que no hace al caso), le da también, con su
idea del nombre, el carácter que espera de él. En el mismo acto de
nombrar lo que carece de palabra nos solemos entregar al sonido como
significante, y los nombres nos seducen por sus fonemas y por su
herencia antes que por su contenido. No otorgamos a un niño el nombre
de alguien a quien odiamos. La palabra usada influye. Su contexto la
anatematiza o la endulza.
Nuestro idioma tiene muchas palabras nacidas de un sonido para
representarlo a su vez: murmullo, susurro, ronquido, bramido, estampido,
tintineo, tableteo, triquitraque, maullido, glugluteo, carraspear, arrullo,
castañetear, trueno, estruendo, tronera, rugido, traqueteo, trino; carraca,
estrépito, gorjeo, bullicio, rumor, fragor, bregar, cencerro, alboroto,
ulular, rasgueo, crujido, atronador, es tridente, kikirikí, chirrido, rechinar,
chillido, chapotear, cacarear, balar, gruñir, mugir, zurear, arrancar,
arrullar, chiscar, roncar, rezongar, ronronear, runrún, cacareo, incrustar,
farfullar, cuchichear, balbucear, balbucir...
Y cómo no: bomba, una palabra que nos explota en la boca, con los
mismos efectos fonéticos de "tromba" O de "tumba".
Las letras que evocan sonidos sirven también para dar un aura
mayor a conceptos visuales, que adquieren, por contagio analógico, la
metáfora de sus fonemas: las estrellas "titilan"; alguien empleó una
"triquiñuela"; otro se "aturulla", o es un "papanatas"...
Son todas ellas expresiones seductoras si se emplean en el
contexto adecuado, porque alcanzan un valor superior a sí mismas.
"Noticia bomba", gustan de decir los periodistas. Y el lector se siente ya
en la primera fila de una explosión informativa.


2. VOZ Y SONIDO
 A menudo no recordamos una palabra, la tenemos en la punta de la
lengua, esperamos a que llegue para enunciar un concepto que sí
apreciamos con claridad... Pero intuimos sus vocales, que merodean por
nuestra memoria a la busca de las consonantes que necesitan para vivir.
La evocación de su sonido será la mejor pista para encontrar el término
preciso. Y eso muestra cómo la sonoridad de la s palabras, y
especialmente su primera sílaba, tiene tanto poder en nuestro
subconsciente. La primera sílaba nos permite a menudo reconocer la
palabra que escuchamos, antes de que el hablante o el texto la
completen. Y luego acudiremos a ella para recordar un nombre, una idea.
El sonido envuelve las palabras, es la presentación y el vestido; y como
los adornos en un plato de restaurante o la ropa que elegimos para una
fiesta, influye en el concepto de fondo, igual que la primera impresión que
percibimos sobre la comida o sobre las personas se relaciona con el
primer examen sensorial completo que hacemos de ellas.
El sonido envuelve, pues, los significados y los condiciona. Pero
además cumple un peculiar papel (secundario y a la vez fundamental) en
la percepción de las palabras. El sonido constituye la clave de acceso
para que una idea entre en nuestra enciclopedia mental y encuentre en
ella su sentido. Porque en el proceso que nos lleva a comprender las
palabras se produce una sucesión de actividades cerebral es relacionadas
primordialmente con su música. Y esa cadena de sucesos infinitesimales
que se desarrollan en nuestro cerebro se basa en primer lugar en las
similitudes fonéticas con las que contamos en el diccionario mental de
cada uno. Nuestra mente compara un estímulo fonémico o grafémico con
todas las representaciones almacenadas en nuestro lexicón privado, y ahí
empieza la selección. Empieza la comprensión de las palabras pero
también el mecanismo de las seducciones.
El sonido de las palabras influye en la seducción amorosa, en la
fascinación política o en las manipulaciones de la publicidad. Algunos
especialistas han demostrado que los fonemas de las palabras tienen
incluso un efecto de eco sobre aquellas que se les parecen.
El cerebro de un adulto medio pesa 1.3 kilogramos y contiene unos
10 billones de células nerviosas o neuronas. Cada una de ellas puede
estimular a otras en una cuantía que varía entre unos pocos cientos y tal
vez cien mil. Una neurona, a su vez, puede recibir la misma cantidad de
estímulos. Las combinaciones, pues, se acercan a lo infinito. Parece
mentira que, con estos datos, el cerebro humano resulte operativo. Pero
lo es. Y todo empieza con un sonido.
Los sonidos son, entonces, resortes de la seducción con las
palabras, porque se aposentan en ellas, acompañan su historia y se
manifiestan con gran potencia al convertirse en el envoltorio que las
rodea, casi imperceptible, sin embargo. Influyen en sus significados y en
la percepción de los conceptos. Quien logre dominar las sutilezas de los
sonidos habrá adquirido un poder intransferible, para crear belleza y para
expresarse con eficacia.
Hay que recordar que las palabras sólo pueden darnos parte de su
significado, el resto nos la da su experimentación
 El espacio de las palabras no se puede medir porque atesoran
significados a menudo ocultos para el intelecto humano; sentidos que, sin
embargo quedan al alcance del conocimiento inconscientes. Una palabra
posee dos valores: el primero es personal del individuo, va ligado a su
propia vida y el segundo se inserta en aquél pero alcanza a toda la
colectividad donde vivimos. Y este segundo significado conquista un
campo inmenso, donde caben muchas más sensaciones que aquellas
extraídas de su preciso enunciado académico.
 Las palabras se heredan unas a otras, y nosotros también
heredamos las palabras y sus ideas, y eso pasa de una generación a la
siguiente con la facilidad que demuestra el aprendizaje del idioma
materno.
 Por ejemplo: “Acorde, se ha ido rebozando en cuantos significados
reunió su raíz, cordis: corazón, y los mantiene aunque algunas de sus
acepciones cayeran en desuso; porque el verbo “acordar” también
significó en otro tiempo hacer que alguien vuelva a su juicio, que
reencuentre su corazón, metáfora antigua de la conciencia. Y, como
sucede con las estrellas muertas, habrá desaparecido la acepción, pero
no su reflejo.
 “El verbo “acordarse” nos muestra a su vez una contorsión del
concepto que toma un valor reflexivo (la acción que se refleja hacia uno
mismo) por que aquello de lo que nos acordamos es lo que nuestro
corazón guarda y hace latir, y nos envía a la memoria. Acuerdo evoca
también concordia, y el viaje por el túnel del tiempo de su etimología
conduce de nuevo al corazón, a su raíz; y “concordia” nos sugiere
“concordancia”, voces ambas que tienen sus antónimos en discordia y
discordancia… expresión ésta que a su vez forma un concepto musical
para amenazar al más tradicional de los “acordes” 2
.
 El lenguaje no es un producto, sino un proceso psíquico, donde no
existen los sinónimos completos, porque las palabras no sólo significan:
también evocan. Pensamos con palabras, y la manera en que percibimos
los vocablos, sus significados y sus relaciones, influye en nuestra forma
de sentir. Por ejemplo, ni siquiera dos verbos tan igu ales como empezar y
comenzar se equiparan en su valor profundo; desprecio y despecho,
puesto que el despecho se mueve al final de su camino con un aire de
desdén hacia lo que nos ha zaherido; ligar y obligar, voces que comparten
la raíz de lo que ata, ya sea por voluntad o por obediencia; espejo y
espejismo, los reflejos que muestran una irrealidad en sí misma; a ngustia
y angosto, el ahogamiento que sentimos ante una desgracia y que nos
cierra la garganta para convertirla en pasadizo. Las palabras tienen,
pues, un poder oculto por cuanto evocan.
 Las palabras tienen un poder de persuasión y un poder de
disuasión. Y tanto la capacidad de persuadir como la de disuadir por
medio de las palabras nacen en un argumento inteligente que se dirige a
otra inteligencia. Su pretensión consiste en que el receptor lo
descodifique o lo interprete; o lo asuma como consecuencia del poder que
haya concedido al emisor. La persuasión y la disuasión se basan en
frases y en razonamientos, apelan al intelecto y a la deducción pers onal.
 Todos los psicólogos saben que cualquier intento de persuasión provoca
resistencia. Por pequeña que parezca, siempre se produce una
desconfianza ante los intentos persuasivos, reacción que se hará mayor
menor se según el carácter de cada persona. Y s egún la intensidad del
mensaje.
 La seducción de las palabras, su olor, el aroma que logran
despertar aquellas percepciones reside en los afectos, no en las razones.
Ante determinadas palabras (especialmente si son antiguas), los
mecanismos internos del ser humano se ponen en marcha con estímulos
físicos que desatan el sentimiento de aprecio o rechazo,
independientemente de los teoremas falsos o verdaderos.
 Las palabras denotan porque significan, pero, connotan porque se
contaminan. La seducción parte de las connotaciones, de los mensajes
entre líneas más que de los enunciados que se aprecian a simple vista.
La seducción de las palabras no busca el sonido del significante que llega
directo a la mente racional, sino el significante del sonido, que se percib e
por los sentidos y termina, por tanto, en los sentimientos.
 Todo esto nos lleva a saber que en cada contexto existen unas
palabras frías y unas palabras calientes. Las palabras frías trasladan
precisión, son la base de las ciencias. Las palabras calient es muestran
sobre todo la arbitrariedad, y son la base de las artes.
 El sonido no es sólo el contorno de las palabras. En nuestra vida
cotidiana solemos quitarle valor porque nos parece periférico. Pero
representa la fachada que vemos en ellas antes de co nocer sus
habitaciones. Los bebés son sensibles al sonido y a la entonación,
incluso la perciben cuando aún se encuentran en el seno materno.
También los animales son capaces de desentrañar los sonidos en que van
prendidas las palabras y acercarlas a su contenido. La voz nos da el tacto
de las frases, y con sus sensaciones vivimos la parte más irracional del
lenguaje porque su registro nos permitiría incluso prescindir de los
significados. Ahí reside su poder de seducción.
 El lenguaje, pues, constituye en primer lugar un hecho sensorial,
que recibimos con el oído o la vista. La primera impresión de lo que
escuchamos nos llega con los golpes de voz, y en ese momento el
cerebro humano descodifica fonéticamente una clave que le permite
adentrarse luego en las ideas. El sonido pone la llave y abre la puerta, y
lo hace con una velocidad que supera todas las conocidas.
 “En su libro Magia caldea Lenormand, refiriéndose a una leyenda
que recuerda el mito de Orfeo escribe: En los tiempos antiguos, los
sacerdotes de On, valiéndose de sonidos, provocaban tempestades y
levantaban en el aire, para construir sus templos, piedras que mil
hombres no hubiesen podido levantar. Y Walter Owen: Las vibraciones
sonoras son fuerzas… La creación cósmica está sostenida por vibracion es
que podrían igualmente suspenderla. Esta teoría no está muy alejada de
los conceptos modernos. Mañana será fantástica: todo el mundo lo sabe.
Pero tal vez lo será doblemente el desmentir la futilidad del ayer”. 3

 3. ESCUCHAR
  ¿Alguna vez se ha sentado usted muy
silenciosamente, no con la atención fijada en algo, no haciendo un
esfuerzo para concentrarse, sino con la mente muy quieta, realmente
silenciosa? Entonces escucha todo, ¿no es así? Escucha tanto los ruidos
lejanos como los que están más próximos, y también los sonidos
inmediatos, muy cercanos a usted, lo cual significa que presta atención a
todo. La mente no está restringida a un solo canal estrecho y pequeño. Si
puede escuchar de este modo, con facilidad, sin esforzarse, hallará que
dentro de usted se produce un cambio extraordinario, un cambio que
adviene sin que ponga voluntad en ello, sin que lo pida; en ese cambio
hay gran belleza y profundidad de discernimiento.

Dejar de lado las pantallas. ¿Cómo escucha usted? Escucha con sus
proyecciones, a través de lo que proyecta, a través de sus ambiciones,
deseos, temores, ansiedades, escuchando únicamente lo que desea
escuchar, lo que será satisfactorio, lo que habrá de gratificarlo, lo que le
brindará consuelo, lo que aliviará momentáneamente su sufrimiento? Si
escucha a través de la pantalla de sus deseos, entonces escucha su
propia voz, es obvio; está escuchando sus propios deseos. Existe alguna
otra forma de escuchar no sólo lo que está diciendo, sino todo: la gritería
de las calles, el parloteo de las aves, el ruido del tranvía, el mar agitado,
la voz de nuestro marido, de nuestra esposa, de nuestros amigos, el
llanto de un bebé...? Escuchar es importante sólo cuando no estamos
proyectando nuestros propios deseos por medio de aquello que
escuchamos. Puede uno dejar de lado todas estas pantallas a través de
las que escucha, y escuchar realmente?

Más allá del ruido las palabras. El escuchar es un arte que no se
obtiene fácilmente, pero en él hay belleza y gran comprensión.
Escuchamos con distintas intensidades de nuestro ser, pero nuest ro
escuchar es siempre con una idea preconcebida o desde un punto de
vista particular. No escuchamos simplemente; se interpone siempre la
pantalla de nuestros propios pensamientos, de nuestras conclusiones, de
nuestros prejuicios [...]. Para escuchar tiene que haber quietud interna,
una atención relajada; hay que estar libre del esfuerzo de adquirir. Este
estado alerta y, no obstante, pasivo, puede escuchar lo que está más allá
de la conclusión verbal. Las palabras confunden; son sólo medios
exteriores de comunicación; pero para comunicarnos más allá del ruido de
las palabras, en el escuchar tiene que haber una pasividad alerta. Los
que aman pueden escuchar; pero es extremadamente raro encontrar a
alguien que escuche. Casi todos vamos tras de resultados, que remos
alcanzar metas; estamos siempre venciendo y conquistando; en
consecuencia, no escuchamos. Sólo cuando uno escucha, oye la canción
profunda de las palabras.
 Escuchar sin el pensamiento. No sé si alguna vez ha escuchado a un
pájaro. Escuchar algo requiere que su mente esté quieta; no con una
quietud mística, sino simplemente quietud. Yo le estoy diciendo algo; para
escucharme, usted tiene que estar quieto, no tener toda clase de ideas
zumbando en su mente. Cuando mira una flor mírela, no la nombre, no la
clasifique, no diga que pertenece a tal especie; cuando hace todo esto,
deja de mirarla. Por eso digo que escuchar es una de las cosas más
difíciles que hay: escuchar al comunista, al socialista, al diputado, al
capitalista, a cualquiera, a su esposa, a sus hijos, a su vecino, al
conductor del autobús, al pájaro... simplemente, escuchar. Sólo cuando
escucha sin la idea, sin el pensamiento, está usted directamente en
contacto; estando en contacto, sabrá si lo que él está dicie ndo es
verdadero o falso; no tendrá que discutir al respecto.

El escuchar trae consigo libertad. Cuando hacemos un esfuerzo para
escuchar, ¿estamos escuchando? Ese esfuerzo mismo, ¿no es una
distracción que impide el escuchar? Cuando usted escucha algo que le
causa deleite, ¿hace un esfuerzo? [...]. No podemos percibir la verdad, ni
ver lo falso como falso, mientras nuestra mente está ocupada, de
cualquier forma que sea, con el esfuerzo, la comparación, la justificación
o la condena [...].
El escuchar es, en sí mismo, una acción completa; el puro acto de
escuchar trae su propia libertad. Pero ¿estamos realmente interesados en
escuchar, en transformar nuestra confusión interna? Si usted escuchara...
en el sentido de estar alerta a sus conflictos y contradicciones, sin
forzarlos dentro de ningún patrón particular de pensamiento, tal vez estos
conflictos y estas contradicciones podrían cesar por completo. Vea,
estamos constantemente tratando de ser esto o aquello, de lograr un
estado especial, de capturar una clase de experiencia y de evitar otra, de
modo tal que la mente está siempre ocupada con algo; jamás está quieta
para escuchar el ruido de sus propias luchas y dificultades. Sea sencillo...
y no trate de llegar a ser alguna cosa o de capturar alguna experiencia.
 Escuchar sin esfuerzo. Ahora me está usted escuchando; no hace un
esfuerzo para prestar atención, sólo está escuchando; y si en lo que
escucha hay verdad, hallará que dentro de usted ocurre un cambio
notable, un cambio no premeditado ni ansiado; tiene lugar una
transformación, una revolución completa en la que rige sólo la verdad y
no las creaciones de su mente. Y, si me permite sugerirlo, usted debe
escuchar de esa manera todo; no sólo lo que estoy diciendo, sino también
lo que dicen otras personas, escuchar a los pájaros, el silbato de una
locomotora, el ruido del autobús que pasa. Encontrará que cuanto más lo
escucha todo, mayor es el silencio, y ese silencio no es roto, entonces,
por el ruido. Sólo cuando ofrece resistencia a algo, cuando coloca una
barrera entre usted mismo y aquello que no desea escuchar, sólo
entonces existe una lucha.

Escúchese a sí mismo. INTERLOCUTOR: Mientras estoy aquí,
escuchándolo, me parece que comprendo, pero cuando me encuentro
lejos de aquí, no comprendo, aunque trate de aplicar lo que usted ha
estado diciendo.
KRISHNAMURTI: ... Usted tiene que escucharse a sí mismo y no al
que le habla. Si escucha al que le habla, él se vuelve su líder, su método
para comprender, lo cual es un horror, una abominación, ya que así ha
establecido la jerarquía de la autoridad. Por lo tanto, lo que usted hace
aquí es escucharse a sí mismo. Está mirando el cuadro que pinta el que le
habla; ése es su propio cuadro, no el de él. Si eso está bien claro, que
usted se está mirando a sí mismo, entonces puede que diga: «Bien, me
veo tal como soy, y no quiero hacer nada al respecto», y ahí se termina la
cosa. Pero si dice: «Me veo tal como soy, y tiene que haber un cambio» ,
entonces comienza a elaborar su propia comprensión, lo cual es por
completo diferente de aplicar lo que dice el que le habla [...]. Si, en
cambio, mientras uno está hablando usted se escucha a sí mismo, gracias
a ese escuchar hay claridad, hay sensibilidad; ese escuchar hace que la
mente se sane, se fortalezca. Sin obedecer ni resistir, se torna despierta,
intensa. Únicamente un ser humano así puede dar origen a una nueva


generación, a un mundo nuevo.

miércoles, 12 de marzo de 2014

Color y sonido

Éste es el link para que hagas la lectura:

http://es.scribd.com/doc/22930444/Color-y-Sonido-de-Las-Palabras