1. EL COLOR DE LAS PALABRAS1
La poesía acudió
siempre a los sonidos seductores, con ocedora de
este valor inmenso de las sensaciones que saben distinguir
los sentidos
con tan buen paladar auditivo.
Los poetas
demostraron, antes que los pico-lingüistas, que todas las
palabras suenan en nuestros oídos aunque las leamos en
silencio.
Después los estudiosos del lenguaje y del cerebro humano han
convenido
en que la lectura de un texto va acompañada de una
articulación interior,
imperceptible. Ellos lo llaman "subvocalización”. Por
eso aprender a leer
afecta a la forma de percibir las palabras que se oyen. Una
vez que
sabemos leer, no sólo vemos las palabras con sus letras.
También las
escuchamos con sus sonidos.
Y con los sonidos nos
llegan los colores de los fonemas y cuanto
sugieren. Las formas que envuelven los vocablos crean también
una
estética que alcanza a los sentidos del ser humano y puede,
como un
lienzo, dejar admirados nuestros ojos. Las letras cumplen el
papel de
colores en la paleta de quien plasma un poema.
1.1. LA VOCAL “U”
Por ejemplo, se inserta en “luz”, en “lumbre”, en “fulgor”,
en "fulgurante",
en "iluminar”, "iluminaria"... palabras todas
ellas que se apoyan en el
sonido "u" y que se relacionan con la luz misma.
Dámaso Alonso hablaba
de "la magia de la imagen fonética" para componer
"la imagen poética”, y
recordaba aquel verso del poeta dueño del color, Luis de
Góngora:
"Infame turba de nocturnas aves”, donde la acentuación
de la frase en las
dos sílabas "tur" (turba y nocturna), en los dos
golpes de la u, hace caer
sobre el verso dos intensos chorros de luz, pero de luz
negra; la misma
luz negra que inunda la palabra "lúgubre"… La
negrura de "luto" y
"luctuoso", las sílabas que evocan el dolor
primitivo de la palabra.
Y es esa misma sílaba
"tur" acentuada en "turba” y en "nocturna" la
que encontramos en “turbio", en el dúo de letras
"ur" que hallamos en
"oscuro", la misma letra u que sobreviene opaca en
el azul marino o en la
lúgubre luz del ángulo umbrío, del ángulo oscuro: un cierto
fulgor, luz, sí;
pero de brillo negro, el brillo de la "púrpura" y
del “crepúsculo"; porque el
azul profundo y las úes que lo muestran se hallan muy cerca,
hasta el
punto de que en francés se dice "no veo más que
azul" para explicar que
alguien no ve nada; y en alemán, "estar en azul"
equivale a "estar
borracho"... situación que en España se llama también
"estar ciego", "ir
ciego" o "coger un ciego"... así que estar en
azul es estar ciego... y estar
ciego es estar borracho, y no ver por culpa de la luz oscura
de la
borrachera que obliga a "estar en azul"... Las
palabras evol ucionan en
círculos... Porque no en vano las palabras circulan.
Por el contrario, se
muestra blanca... blancas son las letras a de
alma y de cándida, de clara y de diáfana, de glaciar, de
alba y de cal y de
agua, y de cana o de diana, la a que transparenta, la a de
cristalina y de
escarcha... y de la propia palabra "blanca", que
exhibe su blancura en las
bocales que la pronuncian. Y blancos son los
"álamos" en su madera
blanca, y los "fantasmas" en sus
"sábanas", en sus sábanas blancas,
vestidos por las aes de todas esas sílabas que hacen menos
blanca la
"nieve" que la "nevada”.
1.3. LA LETRA “I”
Es tal vez el
amarillo, palabra que la acoge además en su sílaba tónica, el
amarillo que se marchita y amarillea marchitándose y que
pone el acento
en la i de marchito, el amarillo del pelo rubio, el amarillo
de un rostro
lívido, del cofre aurino, de la piel cetrina, de la orina,
de la ictericia y su
palidez, el amarillo del trigo, el amarillo del limón
amarillo que comparte
el sabor con él, pues el nombre de este cítrico procede del
término latino
amarellus (amargo), pero la palabra que lo nombra tomó el
color del claro
brillante y se formó con la i acentuada... el mismo amarillo
que asume la
carga tónica de la delgada vocal que apuntala todas esas
palabras, el
amarillo que brilla.
1.4. LA “O”
Lleva los valores de
"negro", cuyo sonido se asocia con lo fúnebre tal vez
porque nekro llegó al español desde el griego para nombrar a
la muerte
(identificamos el negro con la necrológica, y vemos el negro
futuro de
alguien... no se trata de un problema de racismo, sino de
sonidos y
etimología)... Negro como el carbón, como el luto también,
como el
chocolate, como el oro negro.
1.5. LA “E”
Parece en cambio, una letra menos coloreada, menos evident
e, pero
sugiere los marrones y los tonos pardos... el color marrón
oscuro del
café… la e del roble, de arce, del alce, del reno, del
ciervo, del rebeco, la
e de los árboles que en plural marronean con sus maderas
perennes y
que alfombran el suelo con sus pieles despegadas del cuerpo.
El marrón
del bosque que imaginamos cada vez que se oye la palabra
"septiembre".
Mallarmé lo resumió
al decir que la poesía no se hace con ideas,
sino con palabras. Como la seducción. Porque la seducción
vive en la
poesía.
De la relación entre
colores y sonidos; el oído y la vista se
relacionan también gracias a que los conectan las palabras.
Pero no ha
elaborado nadie una teoría científica, sino sólo poética;
que sólo se
puede demostrar ante quien esté dispuesto a quedar sedu
cido. Color y sonido de las palabras Luis Hernando Mut 5 is Ibarra
Los sonidos
seductores nos evocan el color, pero también el
tamaño. La letra i se ha apropiado del mensaje de lo
pequeño, con
decenas de palabras que muestran lo diminuto gracias a ella,
una i con
frecuencia arrullada por alguna eme o ene que, cuando
aparecen, le dan
un punto afectuoso: ínfimo, infantil, infinitesimal, mínimo,
milimétrico,
disminuir, miseria, minucia, diminutivo, aminorar,
chiquitín, microbio,
minimizar, micra... Y también palabras como ridículo,
irrisorio,
insignificante, nimio, pizca, chiquito... La seducción de
los cuentos
infantiles está implícita en el amarillo de tantas íes como
aparecen en
ellos. La i evoca aquello que, por pequeño, ha de cuidarse,
lo que no
pesa, lo que se disimula entre líneas…: liviano, delicado,
sibilino... Las íes
llevan prendidas la escasez y la ligereza, porque su sonido
se apropió de
ellas.
Los diminutivos se
adornan con la i, no por casualidad: la i tónica
de -ico, -ito, -illo, -ino, -ín... Y nos seducen expresiones
como "el
parquecito que conozco" o "mi casita en la
montaña". La seducción
literaria puede servirse de los diminutivos porque la
historia de la lengua
le da razones para ello. La vida de los sufijos ha ido
saltando los años
con el inmenso trabajo de dar connotación a las palabras, de
adornarlas y
exaltarlas o, por el contrario, envilecerlas y
despreciarlas. El latín vulgar
se enamoró de la derivación, y su expresividad afectiva creó
diminutivos
como aurícula (ahora oreja), genúculu (hinojo, rodilla). La
orejilla, los
hinojillos, el solecillo. Genúculu conduce a hinojos
("caer de rodillas),
pero rótula deriva en el diminutivo rotella y por eso hoy en
día
pronunciamos rodilla sin que veamos ya el diminutivo que,
sin embargo,
existió.
Los hablantes de
aquellos siglos percibi eron la identificación entre
las íes y sus afectos. El diminutivo illo nació precisamente
con el mayor
protagonismo de la letra i; porque cuando se generaliza (en
el siglo XIV)
los españoles de entonces abandonan la vocal e que la
acompañaba y
competía con ella, de modo que el primitivo sufijo iello se
convierte en
arcaísmo. Algo hubo en el ambiente que invitó a elegir la
letra amarilla
frente a la marrón a la hora de pensar los objetos pequeños.
Quizá
porque el amarillo se confunde con el blanco y se aprec ia
menos; su
presencia se hace menor… queda disminuida.
Desde luego, no todas
las palabras con predominio fonético de la i
se pueden relacionar con algo reducido (ni con algo
amarillo); pero sí
parece que cuando el lenguaje desea profundizar en tal
concep to acude
con muchísima frecuencia a la letra, Ia más fina del
alfabeto. El sonido
más delgado.
Los aumentativos
escogen en cambio la a y la o (-azo, -ato, -ona, -
ón...), porque abrimos más la boca con sus fonemas y porque
su
sonoridad y la carga tónica del acento sobre ellos logran
asociarlos a los
conceptos de lo inmenso: descomunal, grandilocuente,
aparatoso,
megalómano, ampuloso, faraónico-. Incluso prefijos como
"macro” y
"micro" llevan en su marca diferencial la función
clara de las dos letras
que los distinguen entre sí.
"Habráse visto
tamaño error"..., podrá decir alguien. Y el concepto
"tamaño", que obliga a abrir generosamente la boca
para pronunciarlo, no
evoca en un principio una medición concreta: el tamaño puede
concebirse
grande o pequeño, los fabricantes de zapatos lanzan al
mercado todos los Color y sonido de las palabras Luis Hernando Mut 6 is Ibarra
tamaños... Y, sin embargo, el poder de la palabra, de sus
letras, de su
etimología, nos seduce con el concepto oculto que se hallaba
en su
origen latino: tan magno... tan grande... tamaño... He ahí
por qué ese
error se reveló así de grave, ese tamaño error. He ahí por
qué la historia
de la palabra y su sonido la condicionan.
1.6. LA “J” Y LA “CH”
J (o la g cuando adquiere
esa misión fonética) y la ch se instalan en
las palabras del desprecio: paparruchas, chorradas,
pendejadas, casucha,
hatajo, grupejo... Los sufijos despectivos suelen dar mucha
rentabilidad a
quien los profiere, con un mínimo gasto: no encubren ningún
insulto, no
resultan malsonantes; pero alcanzan de lleno al
inconsciente. Suponen
así un mecanismo claro de seducción fonética negativa,
porque envuelven
la palabra con un cierto hedor que nos hace volver la cara,
desdeñarlas
en en un sonido y por ende en su significado.
"Derechona", o "litrona" y
"botellón"... cuyos líquidos arrullan el i
nconformismo de muchos jóvenes
en los parques y tocan su paladar a granel.
1.7. LAS ERRES
Se perciben a su vez
con la connotación de la energía o de la fuerza, de
los verbos que implican un nuevo intento. Porque la fuerza y
la energía se
hallan en palabras como "resurgir", “romper",
"resucitar", "reactivar",
"penetrar", “rearmar",
"recomponer", "rasgar", "irrumpir",
"rebatir",
"rebelarse"... y las erres del prefijo re- que
invitan a la repetición, a no
desesperar y a emprender de nuevo lo que no se ha co
mpletado. La r que
entra raspando en los oídos y que servirá para dotar de brío
a las ideas
aunque su contenido careciere de fuerza.
Las sílabas hacen que "patraña" sea más grave que
"mentira", y
"mentira" (con su famélica i resaltada) menos que
"embuste", y dejan en
venial la acusación de "falsear la verdad" frente
al contundente insulto
sonoro de la "manipulación".
1.8. LA “S” EVOCA LA
SUAVIDAD
Como la misma palabra
falsear, como suave, como terso, como delicioso,
bálsamo, vaselina, sabroso... La s influye en el
significado. La s se
desliza por el paladar del lenguaje, tiene un sabor liviano
y contagia la
idea más antagónica de la fuerza y la violencia. He aquí la
s que da su
principal valor fonético a la seducción, porque es el
engatusamiento
suave y casi imperceptible e inasible.
El valor de los sonidos moldea, pues, las palabras y cuanto
nos
sugieren. "El jarrón estuvo en un tris de
romperse", pronunciamos
repitiendo una frase hecha, heredada. En un
"tris": tris representa un
instante brevísimo y evoca el sonido de algo que se rompe.
Faltó casi
nada para que el jarrón se rompiera... O alguien permaneció
"erre que
erre", machacón, como serrando un árbol, sierra que
sierra con la
herramienta, y la r nos da también así el ruido de la sierra
en la rama del
roble... Y podemos comparar la frase el ruido de la sierra
en la rama del Color y sonido de las palabras Luis Hernando Mut 7 is Ibarra
roble (que acabamos de escribir para buscar el estruendo
reiterado) con
su alternativa el sonido de la sierra en los surcos del
sauce, expresión
que podría adornar cualquier poema bucólico.
En la primera frase, la combinación rugiente resalta la r de
"sierra".
Pero en la segunda, la oración siseante potencia la s
inicial de la misma
palabra, lo que nos muestra dos valores fonéticos diferentes
de un solo
término, dos ruidos distintos para un mismo instrumento que
corta la
madera.
En el lado de lo pequeño, sucede algo parecido con
"pírrico".
Perdida ya la herencia de Pirro (aquél qué ganó una batalla
en la cual el
daño sufrido no compensaba la victoria lograda), las íes de
esa palabra
hacen creer a algunos hablantes que este adjetivo equivale a
"insignificante. Como tantos otros, se dejan seducir
por el envoltorio de la
palabra, el sonido de desprecio que acompaña a pírrico igual
que a
irrisorio y a ridículo.
Por todo eso nuestros
antepasados identificaron ya la palabra
"miniatura" con algo pequeño, cuando su raíz
procede de "minio", el
colorante usado por los dibujos que acompañaban a los textos
en los
manuscritos medievales. El sonido de la i, el falso sufijo
"mini", esa
terminación en “ura”… que vemos también en
"ternura", "dulzura”… ¿cómo
no vamos a regalar una miniatura a un ser querido? El sonido
de la
palabra se ha impuesto a sus propios genes, y la hemos
tomado por la
idea que transmite la fachada antes que por el interior de
la casa.
La magia de los sonidos acompaña a las fórmulas y los
hechizos;
abracadabra, por ejemplo: una sucesión de aes que abren la
boca y la
gruta que resulten necesarias. Y con palabras llenas de
magia y de
sonidos se hacen los maleficios, y con palabras seductoras
se conjuran.
La fuerza de la palabra "ensañamiento”, el sonido
expresivo de la ñ que
invita a pensar en alguien recreado en el crimen, se situaba
por encima
de cualquier considerando y más allá de cualquier
resultando. Ensañarse:
"Deleitarse en causar el mayor daño y dolor posibles a
quien ya no está
en condiciones de defenderse" (Diccionario de la Real
Academia
Española).
1.9. LA “Ñ”
La ñ invita a pensar
en la insistencia, ñaca ñaca, ñiqui ñiqui, saña a
saña, el ensañamiento emparenta con la ñ explícita del
empeño, con la ñ
implícita reiteración, el furor, el enojo ciego, la saña que
da sentido a
esta palabra de origen, incierto en nuestro idioma y, por
tanto,
antiquísima. Su sonido ya la hizo merecedora de este
significado en el
primer diccionario del idioma español: "Cólera y enojo
con exterior
demostración de enfado e irritación"; y en
"sañudo" (aún más
onomatopéyica) vemos "furioso, colérico y airado o
propenso a la cólera”.
La fuerza de la saña está en la historia de nuestra
fonética, y mal hizo
aquel tribunal al orillar a su expresividad, al separar, por
un lado, unos
hechos que encajan en la imagen eterna de la saña y, por
otro, la
definición técnica que la enfría y la disecciona como si fuese
una sandía.
Valoramos el sonido también cuando damos nombre a un hijo,
incluso a nuestro perro. Desconocemos generalmente el
significado de los Color y sonido de las palabras Luis Hernando Mut 8 is Ibarra
nombres ajenos, casi nunca nos planteamos la etimología de
palabras
como Teresa, Irene, Julia, Lucas, Ignacio, Ruth, Cristina,
Leonor,
Carmen, Emma, Sara, Isabel, Marta, Enrique, Joaquín, Javier,
José,
Carlos, Emilio, Femando, Antonio, Jaime, Juan, Wilfredo,
Miguel,
Santiago, Adolfo... y sus sílabas nos empujan y nos seducen,
hasta el
punto de que incluso se teoriza sobre la influencia del
nombre en el
propio comportamiento. Y llamamos al perro recién comprado o
recién
recogido con un nombre que proyecta sobre él nuestra idea de
su carácter
o de su figura. Y con su nombre lo educamos, y de su nombre
obtenemos
su imagen. De repente, unos vecinos dan en la fl or de
llamar “Tyson" a su
rottweiler, y después el animal tendrá atemorizado al barrio
porque,
constituido en arma y tratado como un boxeador y no como un
amigo,
andará suelto y sin control muy a menudo por la calle (al
contrario que el
púgil de quien toma el nombre, que suele pasar más tiempo
encerrado).
Quien da a su perro un apellido de boxeador, cuando ni
siquiera se trata
de un boxer (uno de los cachorros más hermosos de la
creación,
permítaseme este paréntesis que no hace al caso), le da
también, con su
idea del nombre, el carácter que espera de él. En el mismo
acto de
nombrar lo que carece de palabra nos solemos entregar al
sonido como
significante, y los nombres nos seducen por sus fonemas y
por su
herencia antes que por su contenido. No otorgamos a un niño
el nombre
de alguien a quien odiamos. La palabra usada influye. Su
contexto la
anatematiza o la endulza.
Nuestro idioma tiene muchas palabras nacidas de un sonido
para
representarlo a su vez: murmullo, susurro, ronquido,
bramido, estampido,
tintineo, tableteo, triquitraque, maullido, glugluteo,
carraspear, arrullo,
castañetear, trueno, estruendo, tronera, rugido, traqueteo,
trino; carraca,
estrépito, gorjeo, bullicio, rumor, fragor, bregar,
cencerro, alboroto,
ulular, rasgueo, crujido, atronador, es tridente, kikirikí,
chirrido, rechinar,
chillido, chapotear, cacarear, balar, gruñir, mugir, zurear,
arrancar,
arrullar, chiscar, roncar, rezongar, ronronear, runrún,
cacareo, incrustar,
farfullar, cuchichear, balbucear, balbucir...
Y cómo no: bomba, una palabra que nos explota en la boca,
con los
mismos efectos fonéticos de "tromba" O de
"tumba".
Las letras que evocan sonidos sirven también para dar un
aura
mayor a conceptos visuales, que adquieren, por contagio
analógico, la
metáfora de sus fonemas: las estrellas "titilan";
alguien empleó una
"triquiñuela"; otro se "aturulla", o es
un "papanatas"...
Son todas ellas expresiones seductoras si se emplean en el
contexto adecuado, porque alcanzan un valor superior a sí
mismas.
"Noticia bomba", gustan de decir los periodistas.
Y el lector se siente ya
en la primera fila de una explosión informativa.
2. VOZ Y SONIDO
A menudo no
recordamos una palabra, la tenemos en la punta de la
lengua, esperamos a que llegue para enunciar un concepto que
sí
apreciamos con claridad... Pero intuimos sus vocales, que
merodean por
nuestra memoria a la busca de las consonantes que necesitan
para vivir.
La evocación de su sonido será la mejor pista para encontrar
el término
preciso. Y eso muestra cómo la sonoridad de la s palabras, y
especialmente su primera sílaba, tiene tanto poder en
nuestro
subconsciente. La primera sílaba nos permite a menudo
reconocer la
palabra que escuchamos, antes de que el hablante o el texto
la
completen. Y luego acudiremos a ella para recordar un
nombre, una idea.
El sonido envuelve las palabras, es la presentación y el
vestido; y como
los adornos en un plato de restaurante o la ropa que
elegimos para una
fiesta, influye en el concepto de fondo, igual que la
primera impresión que
percibimos sobre la comida o sobre las personas se relaciona
con el
primer examen sensorial completo que hacemos de ellas.
El sonido envuelve, pues, los significados y los condiciona.
Pero
además cumple un peculiar papel (secundario y a la vez
fundamental) en
la percepción de las palabras. El sonido constituye la clave
de acceso
para que una idea entre en nuestra enciclopedia mental y
encuentre en
ella su sentido. Porque en el proceso que nos lleva a
comprender las
palabras se produce una sucesión de actividades cerebral es
relacionadas
primordialmente con su música. Y esa cadena de sucesos
infinitesimales
que se desarrollan en nuestro cerebro se basa en primer
lugar en las
similitudes fonéticas con las que contamos en el diccionario
mental de
cada uno. Nuestra mente compara un estímulo fonémico o
grafémico con
todas las representaciones almacenadas en nuestro lexicón
privado, y ahí
empieza la selección. Empieza la comprensión de las palabras
pero
también el mecanismo de las seducciones.
El sonido de las palabras influye en la seducción amorosa,
en la
fascinación política o en las manipulaciones de la
publicidad. Algunos
especialistas han demostrado que los fonemas de las palabras
tienen
incluso un efecto de eco sobre aquellas que se les parecen.
El cerebro de un adulto medio pesa 1.3 kilogramos y contiene
unos
10 billones de células nerviosas o neuronas. Cada una de
ellas puede
estimular a otras en una cuantía que varía entre unos pocos
cientos y tal
vez cien mil. Una neurona, a su vez, puede recibir la misma
cantidad de
estímulos. Las combinaciones, pues, se acercan a lo
infinito. Parece
mentira que, con estos datos, el cerebro humano resulte
operativo. Pero
lo es. Y todo empieza con un sonido.
Los sonidos son, entonces, resortes de la seducción con las
palabras, porque se aposentan en ellas, acompañan su
historia y se
manifiestan con gran potencia al convertirse en el
envoltorio que las
rodea, casi imperceptible, sin embargo. Influyen en sus
significados y en
la percepción de los conceptos. Quien logre dominar las
sutilezas de los
sonidos habrá adquirido un poder intransferible, para crear
belleza y para
expresarse con eficacia.
Hay que recordar que las palabras sólo pueden darnos parte
de su
significado, el resto nos la da su experimentación
El espacio de las
palabras no se puede medir porque atesoran
significados a menudo ocultos para el intelecto humano;
sentidos que, sin
embargo quedan al alcance del conocimiento inconscientes.
Una palabra
posee dos valores: el primero es personal del individuo, va
ligado a su
propia vida y el segundo se inserta en aquél pero alcanza a
toda la
colectividad donde vivimos. Y este segundo significado
conquista un
campo inmenso, donde caben muchas más sensaciones que
aquellas
extraídas de su preciso enunciado académico.
Las palabras se
heredan unas a otras, y nosotros también
heredamos las palabras y sus ideas, y eso pasa de una
generación a la
siguiente con la facilidad que demuestra el aprendizaje del
idioma
materno.
Por ejemplo: “Acorde,
se ha ido rebozando en cuantos significados
reunió su raíz, cordis: corazón, y los mantiene aunque
algunas de sus
acepciones cayeran en desuso; porque el verbo “acordar”
también
significó en otro tiempo hacer que alguien vuelva a su
juicio, que
reencuentre su corazón, metáfora antigua de la conciencia.
Y, como
sucede con las estrellas muertas, habrá desaparecido la
acepción, pero
no su reflejo.
“El verbo “acordarse”
nos muestra a su vez una contorsión del
concepto que toma un valor reflexivo (la acción que se
refleja hacia uno
mismo) por que aquello de lo que nos acordamos es lo que
nuestro
corazón guarda y hace latir, y nos envía a la memoria.
Acuerdo evoca
también concordia, y el viaje por el túnel del tiempo de su
etimología
conduce de nuevo al corazón, a su raíz; y “concordia” nos
sugiere
“concordancia”, voces ambas que tienen sus antónimos en
discordia y
discordancia… expresión ésta que a su vez forma un concepto
musical
para amenazar al más tradicional de los “acordes” 2
.
El lenguaje no es un
producto, sino un proceso psíquico, donde no
existen los sinónimos completos, porque las palabras no sólo
significan:
también evocan. Pensamos con palabras, y la manera en que
percibimos
los vocablos, sus significados y sus relaciones, influye en
nuestra forma
de sentir. Por ejemplo, ni siquiera dos verbos tan igu ales
como empezar y
comenzar se equiparan en su valor profundo; desprecio y
despecho,
puesto que el despecho se mueve al final de su camino con un
aire de
desdén hacia lo que nos ha zaherido; ligar y obligar, voces
que comparten
la raíz de lo que ata, ya sea por voluntad o por obediencia;
espejo y
espejismo, los reflejos que muestran una irrealidad en sí
misma; a ngustia
y angosto, el ahogamiento que sentimos ante una desgracia y
que nos
cierra la garganta para convertirla en pasadizo. Las
palabras tienen,
pues, un poder oculto por cuanto evocan.
Las palabras tienen
un poder de persuasión y un poder de
disuasión. Y tanto la capacidad de persuadir como la de
disuadir por
medio de las palabras nacen en un argumento inteligente que
se dirige a
otra inteligencia. Su pretensión consiste en que el receptor
lo
descodifique o lo interprete; o lo asuma como consecuencia
del poder que
haya concedido al emisor. La persuasión y la disuasión se
basan en
frases y en razonamientos, apelan al intelecto y a la
deducción pers onal.
Todos los psicólogos
saben que cualquier intento de persuasión provoca
resistencia. Por pequeña que parezca, siempre se produce una
desconfianza ante los intentos persuasivos, reacción que se
hará mayor
menor se según el carácter de cada persona. Y s egún la
intensidad del
mensaje.
La seducción de las
palabras, su olor, el aroma que logran
despertar aquellas percepciones reside en los afectos, no en
las razones.
Ante determinadas palabras (especialmente si son antiguas),
los
mecanismos internos del ser humano se ponen en marcha con
estímulos
físicos que desatan el sentimiento de aprecio o rechazo,
independientemente de los teoremas falsos o verdaderos.
Las palabras denotan
porque significan, pero, connotan porque se
contaminan. La seducción parte de las connotaciones, de los
mensajes
entre líneas más que de los enunciados que se aprecian a
simple vista.
La seducción de las palabras no busca el sonido del
significante que llega
directo a la mente racional, sino el significante del
sonido, que se percib e
por los sentidos y termina, por tanto, en los sentimientos.
Todo esto nos lleva a
saber que en cada contexto existen unas
palabras frías y unas palabras calientes. Las palabras frías
trasladan
precisión, son la base de las ciencias. Las palabras calient
es muestran
sobre todo la arbitrariedad, y son la base de las artes.
El sonido no es sólo
el contorno de las palabras. En nuestra vida
cotidiana solemos quitarle valor porque nos parece
periférico. Pero
representa la fachada que vemos en ellas antes de co nocer
sus
habitaciones. Los bebés son sensibles al sonido y a la
entonación,
incluso la perciben cuando aún se encuentran en el seno
materno.
También los animales son capaces de desentrañar los sonidos
en que van
prendidas las palabras y acercarlas a su contenido. La voz
nos da el tacto
de las frases, y con sus sensaciones vivimos la parte más
irracional del
lenguaje porque su registro nos permitiría incluso
prescindir de los
significados. Ahí reside su poder de seducción.
El lenguaje, pues,
constituye en primer lugar un hecho sensorial,
que recibimos con el oído o la vista. La primera impresión
de lo que
escuchamos nos llega con los golpes de voz, y en ese momento
el
cerebro humano descodifica fonéticamente una clave que le
permite
adentrarse luego en las ideas. El sonido pone la llave y
abre la puerta, y
lo hace con una velocidad que supera todas las conocidas.
“En su libro Magia
caldea Lenormand, refiriéndose a una leyenda
que recuerda el mito de Orfeo escribe: En los tiempos
antiguos, los
sacerdotes de On, valiéndose de sonidos, provocaban
tempestades y
levantaban en el aire, para construir sus templos, piedras
que mil
hombres no hubiesen podido levantar. Y Walter Owen: Las
vibraciones
sonoras son fuerzas… La creación cósmica está sostenida por
vibracion es
que podrían igualmente suspenderla. Esta teoría no está muy
alejada de
los conceptos modernos. Mañana será fantástica: todo el
mundo lo sabe.
Pero tal vez lo será doblemente el desmentir la futilidad
del ayer”. 3
3. ESCUCHAR
¿Alguna vez se ha sentado usted muy
silenciosamente, no con la atención fijada en algo, no
haciendo un
esfuerzo para concentrarse, sino con la mente muy quieta,
realmente
silenciosa? Entonces escucha todo, ¿no es así? Escucha tanto
los ruidos
lejanos como los que están más próximos, y también los
sonidos
inmediatos, muy cercanos a usted, lo cual significa que
presta atención a
todo. La mente no está restringida a un solo canal estrecho
y pequeño. Si
puede escuchar de este modo, con facilidad, sin esforzarse,
hallará que
dentro de usted se produce un cambio extraordinario, un
cambio que
adviene sin que ponga voluntad en ello, sin que lo pida; en
ese cambio
hay gran belleza y profundidad de discernimiento.
Dejar de lado las pantallas. ¿Cómo escucha usted? Escucha
con sus
proyecciones, a través de lo que proyecta, a través de sus
ambiciones,
deseos, temores, ansiedades, escuchando únicamente lo que
desea
escuchar, lo que será satisfactorio, lo que habrá de
gratificarlo, lo que le
brindará consuelo, lo que aliviará momentáneamente su
sufrimiento? Si
escucha a través de la pantalla de sus deseos, entonces
escucha su
propia voz, es obvio; está escuchando sus propios deseos.
Existe alguna
otra forma de escuchar no sólo lo que está diciendo, sino
todo: la gritería
de las calles, el parloteo de las aves, el ruido del
tranvía, el mar agitado,
la voz de nuestro marido, de nuestra esposa, de nuestros
amigos, el
llanto de un bebé...? Escuchar es importante sólo cuando no
estamos
proyectando nuestros propios deseos por medio de aquello que
escuchamos. Puede uno dejar de lado todas estas pantallas a
través de
las que escucha, y escuchar realmente?
Más allá del ruido las palabras. El escuchar es un arte que
no se
obtiene fácilmente, pero en él hay belleza y gran
comprensión.
Escuchamos con distintas intensidades de nuestro ser, pero
nuest ro
escuchar es siempre con una idea preconcebida o desde un
punto de
vista particular. No escuchamos simplemente; se interpone
siempre la
pantalla de nuestros propios pensamientos, de nuestras
conclusiones, de
nuestros prejuicios [...]. Para escuchar tiene que haber
quietud interna,
una atención relajada; hay que estar libre del esfuerzo de
adquirir. Este
estado alerta y, no obstante, pasivo, puede escuchar lo que
está más allá
de la conclusión verbal. Las palabras confunden; son sólo
medios
exteriores de comunicación; pero para comunicarnos más allá
del ruido de
las palabras, en el escuchar tiene que haber una pasividad
alerta. Los
que aman pueden escuchar; pero es extremadamente raro
encontrar a
alguien que escuche. Casi todos vamos tras de resultados,
que remos
alcanzar metas; estamos siempre venciendo y conquistando; en
consecuencia, no escuchamos. Sólo cuando uno escucha, oye la
canción
profunda de las palabras.
Escuchar sin el
pensamiento. No sé si alguna vez ha escuchado a un
pájaro. Escuchar algo requiere que su mente esté quieta; no
con una
quietud mística, sino simplemente quietud. Yo le estoy
diciendo algo; para
escucharme, usted tiene que estar quieto, no tener toda
clase de ideas
zumbando en su mente. Cuando mira una flor mírela, no la
nombre, no la
clasifique, no diga que pertenece a tal especie; cuando hace
todo esto,
deja de mirarla. Por eso digo que escuchar es una de las
cosas más
difíciles que hay: escuchar al comunista, al socialista, al
diputado, al
capitalista, a cualquiera, a su esposa, a sus hijos, a su
vecino, al
conductor del autobús, al pájaro... simplemente, escuchar.
Sólo cuando
escucha sin la idea, sin el pensamiento, está usted
directamente en
contacto; estando en contacto, sabrá si lo que él está dicie
ndo es
verdadero o falso; no tendrá que discutir al respecto.
El escuchar trae consigo libertad. Cuando hacemos un
esfuerzo para
escuchar, ¿estamos escuchando? Ese esfuerzo mismo, ¿no es
una
distracción que impide el escuchar? Cuando usted escucha
algo que le
causa deleite, ¿hace un esfuerzo? [...]. No podemos percibir
la verdad, ni
ver lo falso como falso, mientras nuestra mente está
ocupada, de
cualquier forma que sea, con el esfuerzo, la comparación, la
justificación
o la condena [...].
El escuchar es, en sí mismo, una acción completa; el puro
acto de
escuchar trae su propia libertad. Pero ¿estamos realmente
interesados en
escuchar, en transformar nuestra confusión interna? Si usted
escuchara...
en el sentido de estar alerta a sus conflictos y
contradicciones, sin
forzarlos dentro de ningún patrón particular de pensamiento,
tal vez estos
conflictos y estas contradicciones podrían cesar por
completo. Vea,
estamos constantemente tratando de ser esto o aquello, de
lograr un
estado especial, de capturar una clase de experiencia y de
evitar otra, de
modo tal que la mente está siempre ocupada con algo; jamás
está quieta
para escuchar el ruido de sus propias luchas y dificultades.
Sea sencillo...
y no trate de llegar a ser alguna cosa o de capturar alguna
experiencia.
Escuchar sin
esfuerzo. Ahora me está usted escuchando; no hace un
esfuerzo para prestar atención, sólo está escuchando; y si
en lo que
escucha hay verdad, hallará que dentro de usted ocurre un
cambio
notable, un cambio no premeditado ni ansiado; tiene lugar
una
transformación, una revolución completa en la que rige sólo
la verdad y
no las creaciones de su mente. Y, si me permite sugerirlo,
usted debe
escuchar de esa manera todo; no sólo lo que estoy diciendo,
sino también
lo que dicen otras personas, escuchar a los pájaros, el
silbato de una
locomotora, el ruido del autobús que pasa. Encontrará que
cuanto más lo
escucha todo, mayor es el silencio, y ese silencio no es
roto, entonces,
por el ruido. Sólo cuando ofrece resistencia a algo, cuando
coloca una
barrera entre usted mismo y aquello que no desea escuchar,
sólo
entonces existe una lucha.
Escúchese a sí mismo. INTERLOCUTOR: Mientras estoy aquí,
escuchándolo, me parece que comprendo, pero cuando me
encuentro
lejos de aquí, no comprendo, aunque trate de aplicar lo que
usted ha
estado diciendo.
KRISHNAMURTI: ... Usted tiene que escucharse a sí mismo y no
al
que le habla. Si escucha al que le habla, él se vuelve su
líder, su método
para comprender, lo cual es un horror, una abominación, ya
que así ha
establecido la jerarquía de la autoridad. Por lo tanto, lo
que usted hace
aquí es escucharse a sí mismo. Está mirando el cuadro que
pinta el que le
habla; ése es su propio cuadro, no el de él. Si eso está
bien claro, que
usted se está mirando a sí mismo, entonces puede que diga:
«Bien, me
veo tal como soy, y no quiero hacer nada al respecto», y ahí
se termina la
cosa. Pero si dice: «Me veo tal como soy, y tiene que haber
un cambio» ,
entonces comienza a elaborar su propia comprensión, lo cual
es por
completo diferente de aplicar lo que dice el que le habla
[...]. Si, en
cambio, mientras uno está hablando usted se escucha a sí
mismo, gracias
a ese escuchar hay claridad, hay sensibilidad; ese escuchar
hace que la
mente se sane, se fortalezca. Sin obedecer ni resistir, se
torna despierta,
intensa. Únicamente un ser humano así puede dar origen a una
nueva
generación, a un mundo nuevo.