lunes, 12 de diciembre de 2011

SARTRE: HUMANISMO EXISTENCIALISTA



Inmediatamente después de la segunda guerra mundial, el panorama cultural francés se ve dominado por la figura de Sartre y por el existencialismo, la corriente de pensamiento que él contribuyó a difundir a través de su obra de filósofo y escritor, y de su engagement o compromiso político-cultural.

La formación filosófica de Sartre recibe principalmente la influencia de la escuela fenomenológica. Becado en Alemania en los años 1933-34, Sartre entra en contacto directo con el pensamiento de Husserl y Heiddeger. Es precisamente en la fenomenología y en su método de investigación que Sartre encuentra los instrumentos para superar la filosofía académica francesa de su tiempo, fuertemente teñida de espiritualismo e idealismo, y hacia la que siente un neto rechazo.

Pero Sarte no tarda en alejarse de Husserl por la importancia central que éste asigna a los aspectos lógicos y gnoseológicos en su investigación. Para Sartre, en cambio, es fundamental el estudio de la relación entre la conciencia humana real, existente, y el mundo de las cosas al que la conciencia, por su misma constitución, hace siempre referencia, pero por el que se siente limitada y oprimida. Siguiendo esta línea, Sartre se acerca siempre más a Heidegger y a su problemática ontológica y existencial, hasta llegar a una visión filosófica cuyo centro es la idea de una “complementariedad contradictoria” entre la conciencia (el para sí) y el mundo (el en sí).

Sartre reformula el concepto fundamental de la fenomenología –la intencionalidad de la conciencia– como trascendencia hacia el mundo: la conciencia trasciende a sí misma, se supera continuamente hacia el mundo de las cosas. Pero el mundo, a pesar de ser el soporte de la actividad intencional de la conciencia, no es reductible a ésta: es lo otro para la conciencia, es la realidad de las cosas y los hechos, realidad maciza y opaca, dada, gratuita. El mundo es absurdo e injustificable: está ahí, pero podría no estar porque nada lo explica; es contingente, pero sin embargo esta allí, existe. O mejor dicho ex-siste, en el lenguaje sartriano, o sea emerge, asomándose a la conciencia.

Lo mismo vale para el ser humano: es contingente, está destinado a morir, podría no estar, pero no obstante existe, está allí, arrojado en el mundo sin haberlo elegido, en-situación, en un tiempo dado y en un lugar dado, con ese determinado cuerpo y en esa determinada sociedad, interrogándose “bajo un cielo vacío”. Y la náusea es entonces esa sensación de radical desasosiego que la conciencia registra frente a lo absurdo y a la contingencia de todo lo que existe, luego de haber puesto en crisis, o suspendido según el lenguaje de Husserl, los significados y los valores habituales.

En El ser y la nada (1943), la conciencia es descrita en lacerante tensión con el mundo que la rodea (el ser) con el que se encuentra necesariamente en relación, pero con el cual no se siente jamás en armonía completa. La conciencia, que es libertad absoluta de crear los significados de las cosas, de las situaciones particulares y del mundo en general, está siempre obligada a elegir, a discriminar la realidad. Por su propia constitución, ella contiene en sí misma a la nada en cuanto continuamente niega, anula lo existente, proyectándose más allá de lo que ya está dado, de lo que ya está hecho, creando nuevos proyectos, nuevas posibilidades.

En esta tarea de incesante proyección y de auto-proyección que anula y reconstruye el mundo, el hombre es, por esencia, sus propias posibilidades; su existencia está de continuo puesta en juego por sus elecciones, proyectos y actos. Por lo tanto, lo que caracteriza a la realidad humana no es una esencia preconstituida, sino precisamente el existir, con un incesante preguntarse sobre sí misma y sobre el mundo, con su libertad de elegir y elegirse, con su proyección hacia el futuro, con su ser siempre más allá de sí misma.

Pero es justamente la libertad de elegir, esta libertad absoluta que es la esencia misma de la conciencia, la que genera angustia. En El ser y la nada, siguiendo tanto a Kierkegaard y como a Heidegger, Sartre define a la angustia como la sensación de vértigo que invade al hombre cuando éste descubre su libertad y se da cuenta de ser el único responsable de las propias decisiones y acciones. A diferencia del miedo, que se refiere siempre a un objeto, la angustia no tiene referencia precisa, sino que es más bien “miedo a tener miedo” o, como decía Kierkegaard, es “temor y temblor” frente a la indeterminación y a la complejidad de las alternativas de elección que se presentan en la existencia. Y es para huir de la angustia que anida en la libertad, para eludir la responsabilidad de la elección, que los hombres recurren a menudo a esas formas de auto-engaño que constituyen los comportamientos de fuga y excusa, o a la hipocresía de la mala fe, cuando la conciencia trata de mentirse a sí misma, mistificando sus motivaciones y enmascarando e idealizando sus fines. Es el modo de ser no-auténtico de los burgueses descritos despiadadamente algunos años antes en la novela La náusea (1938) y en la colección de cuentos El muro (1939).

Pero la conciencia, que es el fundamento de todo, por su propia contingencia no puede encontrar justificación para sí ni en el mundo ni en sí misma. En la conciencia se presenta entonces una dualidad –ineludible en cuanto constitutiva– que deja entrever un fondo indescifrable, de no-trasparencia: aun siendo libertad para crear nuevos posibles, libertad de dar significado al mundo, la conciencia no puede jamás conformar un significado definitivo, no puede jamás llegar a la cristalización de un valor.

En la conclusión de El ser y la nada se dice: «...el para-sí es efectivamente perpetuo proyecto de fundarse en cuanto ser y perpetua derrota de este proyecto».

En síntesis, para el Sartre de El ser y la nada la esencia de la conciencia humana está en el intento permanentemente frustrado de autofundarse, de anclarse. Pero ésta es una “fatiga de Sísifo”, como dirá Camus, un perpetuo hacer y deshacer, un compromiso que es necesario asumir pero para el cual no ha sido prevista ni recompensa ni esperanza alguna, y al que la muerte, como hecho extremo, pone fin abruptamente. Por lo tanto, están la rebelión y la denuncia de lamala fe, pero todo “bajo un cielo vacío”. En efecto, El ser y la nada no presenta ninguna propuesta positiva, no indica ninguna dirección para superar el jaque, el sin-sentido de la existencia. El libro concluye con la afirmación de que “el hombre es una pasión inútil” y con la admisión de que todas las elecciones posibles son equivalentes y, en última instancia, siempre negativas.

Estos temas del existencialismo ateo –como fue llamado– se hicieron muy populares y llegaron a transformarse en una verdadera moda en el clima de pesimismo y de desconcierto en el que se encontraba Europa después de la Liberación. Sartre, que había participado sólo marginalmente en la resistencia contra los nazis, “llevando alguna valija” –como él mismo dirá– se encontró dominando la escena político-filosófica francesa, junto al marxismo y al humanismo cristiano. Entre tanto, el horizonte político internacional se iba oscureciendo nuevamente con los primeros síntomas de la “Guerra Fría” entre la URSS y Estados Unidos, y nuevas amenazas de conflicto comenzaban a condensarse sobre la Europa dividida.

Fue así que, en el nuevo clima de post-guerra y en la confrontación con el marxismo, Sartre se esforzó por reelaborar su existencialismo, enfatizando principalmente los aspectos éticos y las implicancias intersubjetivas y políticas. El existencialismo se reformula como doctrina humanista, en cuyo centro están el hombre y su libertad, pero además invoca el compromiso militante en la sociedad y la lucha contra toda forma de opresión y alienación.
Una doctrina así estructurada debía servir como base para la construcción de una nueva fuerza política, para la apertura de una “tercera vía” entre el partido católico y el comunista. En particular, Sartre se dirigía a la izquierda francesa, proponiendo su existencialismo no sólo como filosofía anti-burguesa y revolucionaria, sino como filosofía de la libertad, en contraposición al marxismo y su visión determinista, que anula al individuo y a su especificidad. El marxismo, sobre todo en su versión leninista, era considerado por Sartre como totalmente carente de una visión coherente del hombre y de una teoría del sujeto agente.

Es entonces con esta intención que Sartre publicó, en el año 1946, El existencialismo es un humanismo. Este ensayo es una versión levemente modificada del texto integral de la conferencia que había dado un año antes en el Club Maintenant en París.

La conferencia había tenido el objetivo inmediato de responder a las acusaciones y a los malentendidos que circulaban con respecto al existencialismo en los ambientes de derecha y de izquierda. Los adversarios de derecha lo calificaban como una doctrina del absurdo y de la nada; atea, materialista, que mostraba los aspectos más crudos y sórdidos del ser humano, y en la cual las relaciones interpersonales se configuraban como una tortura recíproca. Los adversarios de izquierda lo describían como una teoría decadente, un típico producto del idealismo pequeño-burgués que conducía al inmovilismo y a la resignación, y que, en su miope subjetivismo, no tomaba en cuenta los verdaderos factores de opresión que actúan sobre el ser humano real, o sea las diversas formas de dominio económico-social ejercidas por la sociedad capitalista.

Después de estos comentarios, necesarios para entender el cuadro filosófico-político en que Sartre se movía, veamos cómo él mismo presenta y defiende la tesis de que el existencialismo es un humanismo: «Trataré hoy de responder a todas estas críticas dispares y es por ello que he titulado esta breve exposición “El existencialismo es un humanismo”. Muchos se maravillarán de que aquí se hable de humanismo. Veremos en qué sentido lo entendemos como tal. En todo caso podemos ya decir que entendemos por existencialismo una doctrina que hace posible la vida humana y que, por otra parte, declara que toda verdad y toda acción implican tanto un ambiente como una subjetividad humana».
Y más adelante precisa: «Nuestro punto de partida es, en efecto, la subjetividad del individuo, y esto por razones estrictamente filosóficas... No puede haber, en principio, otra verdad que ésta: yo pienso, por lo tanto soy. Esta es la verdad absoluta de la conciencia que se aprehende a sí misma. Toda teoría que considere al hombre fuera del momento en el cual él se alcanza a sí mismo, es antes que nada, una teoría que suprime la verdad, porque fuera del “cogito” cartesiano todos los objetos son solamente probables; y una doctrina de probabilidad que no esté sostenida por una verdad se hunde en la nada. Para describir lo probable es preciso poseer lo verdadero. Entonces, para que exista una verdad cualquiera, necesitamos una verdad absoluta; y ésta es simple, fácil de lograr, puede ser entendida por todos y consiste en aprehenderse a sí mismo sin intermediarios. Además, esta teoría es la única que da una dignidad al hombre, es la única que no hace de él un objeto».

Pero a diferencia de lo que ocurre en la filosofía cartesiana, para Sartre el yo pienso remite directamente al mundo, a los otros seres humanos. Continúa Sartre: «De esta manera, el hombre que se aprehende a sí mismo directamente con el “cógito” descubre también a todos los demás, y los descubre como condición de su propia existencia. Él cae en cuenta de que no puede ser nada (en el sentido en que se dice que alguien es simpático, malo, o celoso) si los otros no lo reconocen como tal. Para obtener una verdad cualquiera sobre mí mismo es necesario que la consiga a través del otro. El otro es tan indispensable para mi existencia como para el conocimiento que yo tengo de mí. En estas condiciones el descubrimiento de mi intimidad me revela, al mismo tiempo, al otro como una libertad colocada frente a mí, la cual piensa y quiere solamente para mí o contra mí. Así descubrimos inmediatamente un mundo que llamaremos la inter-subjetividad, y es en este mundo que el hombre decide sobre lo que él es y sobre lo que los otros son».

Luego Sartre pasa a definir lo que es el hombre para el existencialismo. Todos los existencialistas de distinta extracción, ya sea cristiana o atea, incluso Heidegger, para Sartre concuerdan en esto: que en el ser humano la existencia precede a la esencia. Para aclarar este punto, Sartre da el siguiente ejemplo: «Cuando se considera un objeto fabricado, como por ejemplo un libro o un cortapapel, se sabe que tal objeto es obra de un artesano que se ha inspirado en un concepto. El artesano se ha referido al concepto de cortapapel y, al mismo tiempo, a una técnica de producción preliminar que es parte del concepto mismo y que en el fondo es una “receta”. Por lo tanto el cortapapel es por un lado un objeto que se fabrica de una determinada manera y, por otro, algo que tiene una utilidad bien definida... Por lo que concierne al cortapapel, diremos entonces que la esencia –o sea, el conjunto de los conocimientos técnicos y de las cualidades que permiten su fabricación y su definición– precede a la existencia...».

Así, dice Sartre, en la religión cristiana, sobre la cual se ha formado el pensamiento europeo, el Dios creador es concebido como un sumo artesano, que crea al hombre inspirándose en una determinada concepción, la esencia del hombre, tal como el artesano común fabrica el cortapapel. En el Setecientos, la filosofía atea ha eliminado la noción de Dios, pero no la idea de que la esencia del hombre precede a su existencia. Según tal concepción, dice Sartre, «...esta naturaleza, o sea el concepto de hombre, se encuentra en todos los hombres, lo que significa que cada hombre es un ejemplo particular de un concepto universal: el hombre».[6]
Pero «el existencialismo ateo que yo represento» –prosigue Sartre– «es más coherente. Éste afirma que si Dios no existe, hay por lo menos un ser en el cual la existencia precede a la esencia, un ser que existe antes de ser definido por algún concepto: este ser es el hombre, o como dice Heidegger, la realidad humana. ¿Qué significa en este caso que la existencia precede a la esencia? Significa que el hombre ante todo existe, se encuentra, surge en el mundo, y que luego se define. El hombre, según la concepción existencialista, no es definible, en cuanto al principio no es nada. Será sólo después, y será como se habrá hecho».

Y más adelante precisa: «...el hombre no es de otro modo más que como él mismo se hace. Este es el primer principio del existencialismo. Y es también aquello que se llama subjetividad y que se nos reprocha con este mismo término. Pero, ¿qué queremos decir nosotros con esto, sino que el hombre tiene una dignidad más grande que la piedra o la mesa? Nosotros queremos decir que el hombre en primer lugar existe, o sea que él es en primer lugar aquello que se lanza hacia un porvenir y aquello que tiene conciencia de proyectarse hacia el porvenir. El hombre es, al comienzo, un proyecto que se vive a sí mismo subjetivamente; ...nada existe antes de este proyecto; ...el hombre, ante todo, será aquello que habrá proyectado ser».

Por lo tanto, el hombre no tiene una esencia determinada; su esencia se construye en la existencia, primero como proyecto y después a través de sus acciones. El hombre es libre de ser lo que quiera, pero en este proceso de autoformación, no tiene a disposición reglas morales que lo guíen.

Refiriéndose a uno de los inspiradores del existencialismo, Dostoievski, Sartre afirma: «Dostoievski ha escrito: 'Si Dios no existe, todo está permitido'. He aquí el punto de partida del existencialismo. Efectivamente todo es lícito si Dios no existe, y como consecuencia el hombre está “abandonado” porque no encuentra en sí ni fuera de sí la posibilidad de anclarse. Y sobre todo no encuentra excusas. Si verdaderamente la existencia precede a la esencia, no podrá jamás dar explicaciones refiriéndose a una naturaleza humana dada y fija; en otras palabras, no hay determinismo: el hombre es libre, el hombre es libertad».

Y continúa, «Por otra parte, si Dios no existe, no encontramos frente a nosotros valores u órdenes que puedan legitimar nuestra conducta. Así, no tenemos ni por detrás ni por delante, en el luminoso reino de los valores, justificaciones o excusas. Estamos solos, sin excusas. Situación que creo poder caracterizar diciendo que el hombre está condenado a ser libre. Condenado porque no se ha creado a sí mismo, y no obstante libre porque, una vez lanzado al mundo, es responsable de todo lo que hace». «El hombre, sin apoyo ni ayuda, está condenado en todo momento a inventar al hombre».

Entonces, según lo que Heidegger había enseñado, el hombre está solo, abandonado en el mundo; además está obligado a elegir y a construirse en la elección. El abandono y la elección van junto con la angustia. Hay que decir que Sartre, en el intento de recalificar al existencialismo como un humanismo, se ha visto obligado a revisar este punto, dándole una distinta función al concepto de angustia, que tanta importancia tenía en su filosofía precedente. En El ser y la nada, Sartre había descrito la angustia como la sensación de vértigo que el hombre experimenta cuando reconoce que es libre y que debe asumir la responsabilidad de sus elecciones. En El existencialismo es un humanismo, el significado de angustia se traslada del ámbito subjetivo al intersubjetivo. La angustia pasa a ser entonces el sentimiento de “aplastante responsabilidad” que acompaña una elección que se reconoce no sólo como individual, sino que involucra a otros seres humanos, o aún a la humanidad toda cuando se trata de decisiones muy importantes y radicales.

He aquí cómo Sartre se expresa: «Cuando decimos que el hombre se elige, entendemos que cada uno de nosotros se elige, pero con esto también queremos decir que cada uno de nosotros, eligiéndose, elige por todos los hombres. En efecto, no existe tan siquiera uno de nuestros actos que, creando al hombre que queremos ser, no cree al mismo tiempo una imagen del hombre que nosotros juzgamos deba ser. Elegir ser esto en lugar de aquello es afirmar, al mismo tiempo, el valor de nuestra elección, ya que no podemos jamás elegir el mal; lo que elegimos es siempre el bien y nada puede ser bueno para nosotros sin serlo para todos».


Sobre estas bases Sartre construye su ética social de la libertad: «...Cuando en un plano de total autenticidad, yo he reconocido que el hombre es un ser en el cual la esencia está precedida por la existencia, que es un ser libre que sólo puede querer, en circunstancias diversas, la propia libertad, he reconocido al mismo tiempo que yo sólo puedo querer la libertad de los otros».

Esta ética de Sartre no se funda sobre el objeto elegido, sino sobre la autenticidad de la elección. A diferencia de cuanto afirmaba en El ser y la nada, ahora, para Sartre no todos los comportamientos son igualmente carentes de sentido. No obstante él reafirme que para actuar no es necesario tener esperanza, la acción no es necesariamente gratuita, absurda o infundada. En efecto, es posible dar un juicio moral aunque no exista una moral definitiva y aunque cada uno sea libre de construir la propia moral en la situación en la cual vive, eligiendo entre las distintas posibilidades que se le ofrecen. Este juicio moral se basa en el reconocimiento de la libertad (propia y de los otros) y de la mala fe. Veamos cómo lo explica Sartre ahora: «Se puede juzgar a un hombre diciendo que está en mala fe. Si hemos definido la condición del hombre como libre elección, sin excusas y sin ayuda, quien se refugie detrás de la excusa de sus pasiones, quien invente un determinismo, es un hombre en mala fe».[13] «Pero se puede replicar: ¿Y si yo quiero estar en mala fe? Respondo: No hay ninguna razón para que usted no lo esté. Pero yo afirmo que usted está en mala fe y que la actitud de estricta coherencia es la actitud de buena fe. Y, además, puedo dar un juicio moral».

Veamos ahora, en qué modo el existencialismo –que en el fondo es un intento por deducir todas las consecuencias de una posición atea coherente– llega a ser un humanismo. «...el hombre está constantemente fuera de sí mismo; sólo proyectándose y perdiéndose fuera de sí hace existir al hombre y, por otra parte, sólo persiguiendo fines trascendentes él puede existir; el hombre, siendo esta superación, y aprehendiendo los objetos sólo en función de esta superación, está en el corazón, en el centro de esta superación. No hay otro universo que no sea un universo humano, el universo de la subjetividad humana. Esta conexión entre la trascendencia como constitutiva del hombre (no en el sentido que se da a la palabra cuando se dice que Dios es trascendente, sino en el sentido del ir más allá) y la subjetividad (en el sentido de que el hombre no está encerrado en sí mismo, sino que está siempre presente en un universo humano) es lo que nosotros llamamos humanismo existencialista. Humanismo porque le hacemos recordar al hombre que él es el único legislador y que precisamente en el abandono él decidirá sobre sí mismo; y porque nosotros mostramos que, no dirigiéndose hacia sí mismo, sino buscando siempre fuera de sí un objetivo (que es aquella liberación, aquella actuación particular) el hombre se realizará precisamente como humano».

Éstas son entonces las ideas fundamentales del humanismo existencialista, según Sartre las formulara en 1945-46. Pero el pensamiento de Sartre sufrió, en los años sucesivos, continuos reajustes y, a veces, mutaciones profundas en un difícil itinerario que llevó al filósofo primero a ser un “compañero de camino” del Partido Comunista francés y luego a asumir una posición de abierta ruptura con éste, después de la invasión de Hungría en 1956. Asimismo, varias de las ideas expuestas en El existencialismo es un humanismo fueron reelaboradas más tarde. Después del encuentro con el marxismo, que lo estimuló a hacer un análisis más profundo de la realidad social, Sartre pasó a sostener la idea de una libertad ya no absoluta, sino condicionada por un conjunto de factores sociales y culturales.

Él mismo admitió que las antítesis radicales de El Ser y la nada le habían sido impuestas por el clima de la guerra, en el cual no parecía posible otra alternativa que aquella entre ser con o ser contra. “Después de la guerra llegó la experiencia verdadera, la de la sociedad”, o sea, la experiencia de una realidad compleja y ambigua, con matices y gradaciones, donde la relación entre situación dada y elección individual, entre libertad y condicionamiento, no es clara ni directa. En la entrevista dada a la New Left Review en 1969, Sartre llega a dar la siguiente definición de libertad: «Yo creo que un hombre puede siempre hacer algo diferente de lo que se haya hecho con él. Ésta es la definición de libertad que hoy consideraría apropiada: esa pequeña diferencia que hace de un ser social completamente condicionado, una persona que no se limita a re-exteriorizar en su totalidad el condicionamiento que ha sufrido».

Aun con esta definición más restringida, Sartre no abandona el tema central de toda su filosofía: que la libertad es constitutiva de la conciencia humana. Y aun en los años Setenta, discutiendo con los gauchistes de la revuelta estudiantil del ‘68, Sartre –ya casi ciego– reafirma que los hombres no son jamás totalmente identificables con sus condicionamientos, que la alienación es posible precisamente porque el hombre es libre, porque no es una cosa.

Éste es, en rápida síntesis, el camino filosófico recorrido por Sartre. Camino sufrido, lleno de cambios y autocríticas, pero siempre “dentro de una cierta permanencia”. Sartre debió continuamente responder a los ataques de los burgueses ‘de bien’, de los católicos y de los marxistas, pero las críticas más profundas y radicales al intento de dar una formulación humanista a su filosofía, las recibió de Heidegger, es decir, de aquél que había sido el inspirador de varios aspectos de su existencialismo.

lunes, 14 de noviembre de 2011

EL MALESTAR EN LA CULTURA



Aparecido en 1930, en este artículo Sigmund Freud plantea que la insatisfacción del hombre por la cultura se debe a que esta controla sus impulsos eróticos y agresivos, especialmente estos últimos, ya que el hombre tiene una agresividad innata que puede desintegrar la sociedad. La cultura controlará esta agresividad internalizándola bajo la forma de Superyo y dirigiéndola contra el yo, el que entonces puede tornarse masoquista o autodestructivo.

1 Freud había escuchado decir de cierta persona que en todo ser humano existe un sentimiento oceánico de eternidad, infinitud y unión con el universo, y por ese solo hecho es el hombre un ser religioso, más allá de si cree o no en tal o cual credo. Tal sentimiento está en la base de toda religión. Freud no admite ese sentimiento en sí mismo pero intenta una explicación psicoanalítica -genética- del mismo.

Captamos nuestro yo como algo definido y demarcado, especialmente del exterior, porque su límite interno se continúa con el ello. El lactante no tiene tal demarcación. Empieza a demarcarse del exterior como yo-placiente, diferenciándose del objeto displacentero que quedará 'fuera' de él. Originalmente el yo lo incluía todo, pero cuando se separa o distingue del mundo exterior, el yo termina siendo un residuo atrofiado del sentimiento de ser uno con el universo antes indicado. Es lícito pensar que en la esfera de lo psíquico aquel sentimiento pretérito pueda conservarse en la adultez.

Sin embargo dicho sentimiento oceánico está más vinculado con el narcisismo ilimitado que con el sentimiento religioso. Este último deriva en realidad del desamparo infantil y la nostalgia por el padre que dicho desamparo suscitaba.

2 El peso de la vida nos obliga a tres posibles soluciones: distraernos en alguna actividad, buscar satisfacciones sustitutivas (como el arte), o bien narcotizarnos.

La religión busca responder al sentido de la vida, y por otro lado el hombre busca el placer y la evitación del displacer, cosas irrealizables en su plenitud. Es así que el hombre rebaja sus pretensiones de felicidad, aunque busca otras posibilidades como el hedonismo, el estoicismo, etc. Otra técnica para evitar los sufrimientos es reorientar los fines instintivos de forma tal de poder eludir las frustraciones del mundo exterior. Esto se llama sublimación, es decir poder canalizar lo instintivo hacia satisfacciones artísticas o científicas que alejan al sujeto cada vez más del mundo exterior. En una palabra, son muchos los procedimientos para conquistar la felicidad o alejar el sufrimiento, pero ninguno 100% efectivo.

La religión impone un camino único para ser feliz y evitar el sufrimiento. Para ello reduce el valor de la vida y delira deformando el mundo real intimidando a la inteligencia, infantilizando al sujeto y produciendo delirios colectivos. No obstante, tampoco puede eliminar totalmente el sufrimiento.

3 Tres son las fuentes del sufrimiento humano: el poder de la naturaleza, la caducidad de nuestro cuerpo, y nuestra insuficiencia para regular nuestras relaciones sociales. Las dos primeras son inevitables, pero no entendemos la tercera: no entendemos porqué la sociedad no nos procura satisfacción o bienestar, lo cual genera una hostilidad hacia lo cultural.

Cultura es la suma de producciones que nos diferencian de los animales, y que sirve a dos fines: proteger al hombre de la naturaleza, y regular sus mutuas relaciones sociales. Para esto último el hombre debió pasar del poderío de una sola voluntad tirana al poder de todos, al poder de la comunidad, es decir que todos debieron sacrificar algo de sus instintos: la cultura los restringió.

Freud advierte una analogía entre el proceso cultural y la normal evolución libidinal del individuo: en ambos casos los instintos pueden seguir tres caminos: se subliman (arte, etc), se consuman para procurar placer (por ejemplo el orden y la limpieza derivados del erotismo anal), o se frustran. De este último caso deriva la hostilidad hacia la cultura.

4 Examina aquí Freud qué factores hacen al origen de la cultura, y cuáles determinaron su posterior derrotero. Desde el principio, el hombre primitivo comprendió que para sobrevivir debía organizarse con otros seres humanos. En 'Totem y Tabú' ya se había visto cómo de la familia primitiva se pasó a la alianza fraternal, donde las restricciones mutuas (tabú) permitieron la instauración del nuevo orden social, más poderoso que el individuo aislado. Esa restricción llevó a desviar el impulso sexual hacia otro fin (impulso coartado en su fin) generándose una especie de amor hacia toda la humanidad, pero que tampoco anuló totalmente la satisfacción sexual directa. Ambas variantes buscan unir a la comunidad con lazos más fuertes que los derivados de la necesidad de organizarse para sobrevivir.

Pero pronto surge un conflicto entre el amor y la cultura: el amor se opone a los intereses de la cultura, y ésta lo amenaza con restricciones. La familia defiende el amor, y la comunidad más amplia la cultura. La mujer entra en conflicto con el hombre: éste, por exigencias culturales, se aleja cada vez más de sus funciones de esposo y padre. La cultura restringe la sexualidad anulando su manifestación, ya que la cultura necesita energía para su propio consumo.
5 La cultura busca sustraer la energía del amor entre dos, para derivarla a lazos libidinales que unan a los miembros de la sociedad entre sí para fortalecerla ('amarás a tu prójimo como a tí mísmo'). Pero sin embargo, también existen tendencias agresivas hacia los otros, y además no se entiende porqué amar a otros cuando quizá no lo merecen. Así, la cultura también restringirá la agresividad, y no sólo el amor sexual, lo cual permite entender porqué el hombre no encuentra su felicidad en las relaciones sociales.

6 En 'Más allá del principio del placer' habían quedado postulados dos instintos: de vida (Eros), y de agresión o muerte. Ambos no se encuentran aislados y pueden complementarse, como por ejemplo cuando la agresión dirigida hacia afuera salva al sujeto de la autoagresión, o sea preserva su vida. La libido es la energía del Eros, pero más que esta, es la tendencia agresiva el mayor obstáculo que se opone a la cultura. Las agresiones mutuas entre los seres humanos hacen peligrar la misma sociedad, y ésta no se mantiene unida solamente por necesidades de sobrevivencia, de aquí la necesidad de generar lazos libidinales entre los miembros.

7 Pero la sociedad también canaliza la agresividad dirigiéndola contra el propio sujeto y generando en él un superyo, una conciencia moral, que a su vez será la fuente del sentimiento de culpabilidad y la consiguiente necesidad de castigo. La autoridad es internalizada, y el superyo tortura al yo 'pecaminoso' generándole angustia. La conciencia moral actúa especialmente en forma severa cuando algo salió mal (y entonces hacemos un examen de conciencia).

Llegamos así a conocer dos orígenes del sentimiento de culpabilidad: uno es el miedo a la autoridad, y otro, más reciente, el miedo al superyo. Ambas instancias obligan a renunciar a los instintos, con la diferencia que al segundo no es posible eludirlo. Se crea así la conciencia moral, la cual a su vez exige nuevas renuncias instituales. Pero entonces, ¿de dónde viene el remordimiento por haber matado al protopadre de la horda primitiva, ya que por entonces no había conciencia moral como la hay hoy? Según Freud deriva de los sentimientos ambivalentes hacia el mismo.

8 El precio pagado por el progreso de la cultura reside en la pérdida de felicidad por aumento del sentimiento de culpabilidad. Sentimiento de culpabilidad significa aquí severidad del superyo, percepción de esta severidad por parte del yo, y vigilancia. La necesidad de castigo es una vuelta del masoquismo sobre el yo bajo la influencia del superyo sádico.

Freud concluye que la génesis de los sentimientos de culpabilidad están en las tendencias agresivas. Al impedir la satisfacción erótica, volvemos la agresión hacia esa persona que prohíbe, y esta agresión es canalizada hacia el superyo, de donde emanan los sentimientos de culpabilidad. También hay un superyo cultural que establece rígidos ideales.

El destino de la especie humana depende de hasta qué punto la cultura podrá hacer frente a la agresividad humana, y aquí debería jugar un papel decisivo el Eros, la tendencia opuesta.

lunes, 7 de noviembre de 2011

El materialismo histórico.



(Estudiantes de Epistemología lean este texto, no se vayan abajo, no se vayan arriba, no busquen a Carlos Cuauhtémoc Sánchez, lean nomás éste por favor)

“Reconocemos solamente una ciencia, la ciencia de la historia”
K. Marx y F. Engels, La ideología alemana.


I.

El materialismo histórico, en términos generales, no es más que una concepción materialista acerca de la historia. Desde el punto de vista filosófico, esta doctrina implicó una interpelación a los sistemas que pretendían hacer de la historia una abstracción especulativa, una metafísica más. Dichos sistemas hacían ver la historia de los hombres y su vida material como historia de la filosofía, como la historia del pensamiento humano y su desenvolvimiento. Hegel, por ejemplo, intenta reducir la historia a un desarrollo del espíritu que, en sus distintas fases, buscaba su autoconocimiento en el “Espíritu absoluto”, la idea. En ése contexto, no quedaba espacio para ningún protagonismo más que el de los espectros de la filosofía: Dios, el “espíritu”, la conciencia etc.

Marx y Engels, en el primer capítulo de La ideología alemana, desmintieron la serie de prejuicios metafísicos que recubrían la doctrina social de su país, polemizando principalmente con los jóvenes y viejos hegelianos. “Los viejos hegelianos – afirman Marx y Engels, lo comprendían todo una vez que lo reducían a las categorías lógicas de Hegel (...) Los jóvenes hegelianos coincidían con los viejos hegelianos en la fe en el imperio de la religión, de los conceptos, de lo general en el mundo existente”. Así, Marx y Engels pretendían formar, a través de la crítica del idealismo hegeliano, una concepción materialista de la historia.

La filosofía idealista y su concepción de la historia tienen como principal antecedente la filosofía kantiana. Immanuel Kant dejó impuestas, en el momento fundamental de su sistema, una serie de “categorías” que pertenecían a la razón pura. La razón pura, para Kant, no estaba determinada por la experiencia, y tenía formaciones trascendentes del pensar, fuera del alcance de la vida material de los hombres. Hegel deja a la razón pura defendida por Kant, la responsabilidad de ser protagonista de la historia; nos dice en más de alguna ocasión que “la constitución, la legislación, el estado total de un pueblo tiene su fundamento sólo en el concepto que el espíritu se hace de sí”. Es decir, la vida material de un pueblo, su historia desde el punto de vista marxista, está determinada por el espíritu, por la filosofía, por el mundo de las ideas.
Este viejo idealismo parecía nublarlo todo en Alemania. Los filósofos pretendían deducir, a partir de categorías externas a la realidad, sacadas de la especulación misma y del grave ejercicio metafísico, las leyes de la historia. Feuerbach, uno de los más fenomenales teólogos-filósofos del ateísmo, no logró escapar al “idealismo histórico” que tenía abrazado a todo el clima filosófico europeo en los tiempos de Marx y Engels. “En la medida en que Feuerbach es materialista, se mantiene al margen de la historia, y en la medida en que toma a la historia en consideración, no es materialista” dicen Marx y Engels.

Está claro, según lo que hemos visto, que el idealismo pretendió condenar a la historia a vivir encarcelada bajo las celdas de la universalidad trascendente, de las leyes exteriores que le determinaban y que guiaban su curso. Podía ser Dios, podían ser las categorías de la razón pura de Kant, podía ser el espíritu absoluto de Hegel, la religión o el amor. Cualquier fanfarronería fuera de la realidad que guiara la historia sería mejor que considerarla como producto de la vida de los hombres. Esta concepción de la historia tenía sus ventajas para la burguesía: Mantenía a los hombres como esclavos del dogma religioso, o, en otra circunstancia, le imponía a ellos la necesidad de creer en lo trascendente, cosas “en sí” que estaban fuera de su alcance en términos prácticos y cognoscitivos.

Además, el idealismo en su mayor grado de desarrollo, el hegelianismo, consideraba al Estado burgués y al capitalismo, como la realización máxima del “espíritu” que debía desarrollarse en éste mundo. Desde ese punto de vista podía ser, por ejemplo, la revolución francesa la más grande de las proezas históricas y el “final feliz” del desarrollo humano. Además, cave destacar la relación implícita de ésta concepción teleológica (es decir, que llega a su fin) de la historia con la teoría de “El fin de la historia” de los intelectuales neoliberalistas.

II.

Marx y Engels tuvieron como tarea, en el clima de soberbia ignorancia, propio del floreciente capitalismo industrial, derribar la muralla de sistemas filosóficos con los que había absuelto sus culpas la burguesía desde hacía más de cuatrocientos años. Noblemente, entregados a la causa del proletariado, lucharon por entregar a los revolucionarios una guía para la acción eficaz, profundamente revolucionaria y radical. Sin embargo, en el camino de ésta elaboración teórica, no todo podía ser color de rosa: Hubo que polemizar arduamente con enemigos muy eficaces y talentosos, que pretendieron adueñarse del concepto de socialismo desde posturas que volvían y volvían hacia aquel detestable nudo de conceptos intrincados en que estaba transformado el idealismo hacia el siglo XIX.

Pero no sólo fueron los socialistas utópicos e idealistas los que pretendieron hacer retroceder al socialismo, en tanto ideología, hacia la barbarie retrógrada que significan las “leyes” externas al mundo y a la vida material de los hombres. También dentro del campo marxista, fueron apareciendo, una y otra vez, y tan rápido como las cucarachas, los “intelectuales” y “profesores” que intentaron reducir el pensamiento socialista a un recetario. Hoy, estos mismos profesores son explotadores, todo tipo de traficantes y mafiosos, que abandonaron sus puestos en el ex Comité Central del PCUS, para convertirse en verdaderos sostenedores del capitalismo en toda Europa del Este.

En su conocido prólogo de la “Contribución a la crítica de la economía política” Marx nos resume más o menos las conclusiones de su trabajo teórico así:
“En la producción social de su vida, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción, que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura [518] jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general.”

Nosotros queremos sencillamente, mostrar que ésta cita no es el conjunto del pensamiento de Marx, y está lejos de ser una síntesis. Por el contrario: El pensamiento de Marx es también un pensamiento humano, y como tal tiene rupturas internas en su desarrollo que algunos militantes marxistas han pretendido olvidar.

Hasta el paroxismo, hasta la más infundada de las exageraciones llegó el intento por hacer creer a los militantes de izquierda que la base del materialismo histórico residía en el determinismo económico. El filósofo italiano Antonio Gramsci, quien puede ser tomado en cuenta como el más genial de los pensadores marxistas de todos los tiempos, insistió sobre la necesidad de no transformar al marxismo en una sociología, comprendida como conjunto de leyes y normas. Gramsci, en sus Cuadernos de la Cárcel polemiza con el Ensayo popular de sociología, del autor soviético y asesor de Stalin, Mijail Bujarin. Bujarin, en el fondo, lo que hace es condensar algunos de los textos del viejo Engels con las propuestas teóricas de la socialdemocracia alemana, y principalmente de sus jefes Kautsky y Bernstein.

Transformar el marxismo en un manual de Ciencias Naturales simples fue una empresa fácil en un país tremendamente burocratizado y ahogado en el miedo, como lo fue la Rusia Soviética de Stalin. Kautsky, uno de los más importantes líderes de la socialdemocracia alemana, esa misma socialdemocracia que traicionó la revolución reemplazándola por un proyecto social-pacifista, afirma en su folleto “El marxismo” que “La evolución histórica siempre ha obedecido a leyes históricas determinadas”. En Kautsky sobresalta un uso reiterativo del concepto de evolución para describir el proceso histórico, volcando así al socialismo en un evolucionismo darvinista que denunció muy bien el filósofo argentino Néstor Kohan. Será ese mismo evolucionismo darvinista el que adherirán también Plejanov y los “profesores” de la “Academia” de la URSS.

Stalin, en la fase en que ya ésta visión chata y anti-humanista del marxismo estaba consolidada, escribió su propio manual de marxismo-leninismo. ¿Qué venía a enseñarnos éste manual?: Lo mismo que todos los manuales. Que la materia es lo primario, y es ontológicamente superior sobre la conciencia, y que la determina. Que, en segundo lugar, ésta determinación incluye a toda la sociedad. Que, por lo tanto, la sociedad está determinada por las leyes universales de la materia, que Engels explicó en su Anti-During. En la doctrina acerca de la historia, los manuales estalinistas, difundidos por los Partidos Comunistas de toda América Latina, nos enseñaban que la “estructura social” (es decir, las fuerzas productivas según la cita que expusimos más arriba) determina la “superestructura”. Los hombres quedaban determinados no sólo por la materia; sino también por la economía. Y a su vez, la economía quedaba determinada por la producción. En éste orden de cosas no había espacio para la conciencia, determinada múltiplemente, ni para la praxis, condenada al “imparable avance de las fuerzas productivas”. La sociedad era considerada como la cosa en sí kantiana; tiene vida propia y automovimiento, y es independiente de la praxis humana; aparece identificada a la naturaleza, tal como sucede en el positivismo de Comte.

El salvajismo del determinismo económico se transformó en fatalismo. No quiero aquí ahondar sobre los múltiples errores que cometió Engels en su popularización del marxismo, realizada posterior a la muerte de Marx. Pero a él le cabe la responsabilidad de haber tensado al marxismo en función del positivismo. El determinismo económico no podía ser de otra manera: La economía es siempre avance, es evolución continua, lineal. Gradual o a saltos, siempre es evolución. La fecundidad del materialismo histórico había quedado limitada por la filosofía positivista en que devino el marxismo después de Engels. Al ser la economía y la historia (que para los manuales no es más que la historia de la economía) una pura evolución lineal, no había posibilidad de no llegar al socialismo.

El materialismo histórico estaba plenamente transformado en el materialismo económico. Y al igual que los idealistas alemanes, los filósofos soviéticos, desde Plejanov hasta Afanasiev, transformaron la historia en la historia de una evolución continua condicionada por “leyes objetivas” exteriores a la vida material de los hombres. Pero la caída del Muro de Berlín debía liberar al marxismo. Tanto del determinismo económico como del determinismo político que devenía de éstas lógicas de pensamiento, siempre meditadas a favor de la burocracia soviética.

III.

El marxismo vulgar, como afirmó Gyorgy Lúkacs, se encargó de transformar al materialismo histórico en una serie de leyes eternas. Y lo peor de todo es que esas leyes corrían sólo para la sociedad occidental. Los no-europeos, de nuevo, no teníamos historia. Las fases, etapas, o como quieran llamarse, de la historia según los manuales, y según el materialismo histórico defendido por los soviéticos (y en Chile por Marta Harnecker) estaban determinadas por fuerzas productivas que los latinoamericanos no llegamos a tener, dada la naturaleza desigual y combinada de nuestro desarrollo económico. Las fases propuestas por el HISMAT (Materialismo Histórico, según las siglas rusas) soviético insistían en la necesidad de una etapa “democrático-burguesa” previa al socialismo. Sin embargo, esta necesidad era una pura especulación teórica que había instaurado Kautsky y la socialdemocracia años antes, para impedir el triunfo de la revolución argumentándose en que primero “había que desarrollar el capitalismo hasta el final”. Según esa propuesta kautskiana, los latinoamericanos debíamos esperar a que el capitalismo se desarrollara totalmente antes de luchar por el socialismo. Así se nos mantuvo (y se nos mantiene, quizás) anclados en la idea de la “Revolución democrático burguesa” como etapa previa de la “Revolución socialista”. Las ligazones orgánicas y teóricas entre el estalinismo y la socialdemocracia son tantas, que nadie se explica cómo, en la fauna de la izquierda chilena, un partido pequeño llamado PC (AP) reivindique a Stalin y sea más radical en algunas decisiones que la izquierda no-estalinista.

La afirmación de Marx acerca de que “No es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia”, quiere decir más bien que son los hombres y su praxis los que hacen la historia, no las leyes universales. Los hombres, en el proceso histórico de su auto-creación, crean el mundo y lo transforman mediante su praxis. Como dice la famosa tesis sobre Feuerbach, crean las condiciones de vida bajo las cuales se encuentran, son actores pasivos y activos a la vez. El mismo Marx se encargó de demostrar que no hay historia sin historia, cuando escribió en una carta que “Estudiando cada uno de [los] procesos históricos por separado y comparándolos luego entre sí, encontraremos fácilmente la clave para explicar estos fenómenos, resultado que jamás lograremos, en cambio, con la clave universal de una teoría general de filosofía de la historia, cuya mayor ventaja reside precisamente en el hecho de ser una teoría suprahistórica”. Las llamadas leyes históricas, o férreas leyes de la historia, o leyes sociológicas, como decía Gramsci, no son más que silogismos y afirmaciones tautológicas. Y también son una forma de poder brutal, poder que se sitúa en el plano del saber y el conocimiento. Una forma de alienación más, pero esta vez disfrazada de marxismo.

No necesitamos más éste materialismo histórico que fija su prioridad en el desarrollo de la economía y el sistema de producción. Si se trata de método, lo que más necesitamos es un humanismo historicista como el que propuso Walter Benjamin en sus “Tesis sobre el concepto de historia”, donde señaló que la tarea del historiador que adhiere al materialismo histórico es escribir la historia a “contrapelo”, desde abajo, desde el punto de vista de los explotados y de los oprimidos.

¿Qué sucede entonces, con la historia?. Que es la historia de los hombres concretos y su vida material, su praxis. De todas las fuerzas productivas que hay, la más grande es la propia clase revolucionaria. La historia sigue siendo, por ello, la historia de la lucha de clases, de la lucha de los oprimidos por mejorar su propia vida material. Es necesario que tengamos en cuenta la lección histórica que nos da el estalinismo para no volver a cometer nunca los mismos errores. Por otra parte, una nueva concepción de la historia, que no se base en la economía como momento prioritario de la constitución de la humanidad, nos obligará a tener en cuenta el factor subjetivo a la hora de ser políticos. Ello implica una re-valoración de experiencias anteriores que, miradas desde el punto de vista del materialismo histórico vulgar, son “grandes errores” que no midieron “las condiciones objetivas” y se situaron fuera “del proceso de producción” o de “las leyes universales” del movimiento y la materia.

Marx nos está diciendo que cada proceso histórico es una particularidad. Este pequeño artículo, que ha debido cortarse en muchas partes y resumirse una y otra vez, por que no alcanzan cinco páginas para explicar la totalidad de las deformaciones que sufrió nuestra “Concepción materialista de la historia”, tiene como objetivo que nunca más miremos con desprecio a los combatientes que murieron, atribuyéndoles una falta de responsabilidad con la economía y las fuerzas productivas. Nos referimos a Miguel Enríquez, a los compañeros caídos y desaparecidos en el esfuerzo guerrillero de Neltume, a los sindicalistas que impugnaron a Salvador Allende como un presidente reformista en la Unidad Popular, a los compañeros que intentaron articular el poder desde abajo en los cordones industriales, y sobre todo, al mismo Che Guevara, quien muchas veces fue maltratado por el “HISMAT” soviético y hoy es despreciado por Tomás Moulian. Ellos y tantos otros, sabiéndolo o no, se opusieron a todos los manuales, por que nunca quisieron respetar “las condiciones objetivas” que el reformismo impuso en su época. Ellos y tantos otros, son responsables de no haber querido respetar esa famosa ley de los manuales, soviéticos o chilenos (bajo la forma de “cuadernillos de educación popular”), que dice que ningún período histórico (reducido a la categoría de “modo de producción”) cede su paso a otro sin antes haber desarrollado toda su potencialidad.

La historia no se hace a sí misma. Un período histórico cede su paso a otro cuando los hombres son conscientes de su historicidad, y de la necesidad de destruir el orden de cosas existente.

lunes, 31 de octubre de 2011

Kant ¿qué es la Ilustración?



La ilustración es la salida del hombre de su minoría de edad. El mismo es culpable de ella. La minoría de edad estriba en la incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no yace en un defecto del entendimiento, sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con independencia de él, sin la conducción de otro. ¡Sapere aude!¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! He aquí la divisa de la ilustración.

La mayoría de los hombres, a pesar de que la naturaleza los ha librado desde tiempo atrás de conducción ajena (naturaliter maiorennes),permanecen con gusto bajo ella a lo largo de la vida, debido a la pereza y la cobardía. Por eso les es muy fácil a los otros erigirse en tutores. ¡Es tan cómodo ser menor de edad! Si tengo un libro que piensa por mí, un pastor que reemplaza mi conciencia moral, un médico que juzga acerca de mi dieta, y así sucesivamente, no necesitaré del propio esfuerzo. Con sólo poder pagar, no tengo necesidad de pensar: otro tomará mi puesto en tan fastidiosa tarea. Como la mayoría de los hombres (y entre ellos la totalidad del bello sexo) tienen por muy peligroso el paso a la mayoría de edad, fuera de ser penoso, aquellos tutores ya se han cuidado muy amablemente de tomar sobre sí semejante superintendencia. Después de haber atontado sus reses domesticadas, de modo que estas pacíficas criaturas no osan dar un solo paso fuera de las andaderas en que están metidas, les mostraron el riesgo que las amenaza si intentan marchar solas. Lo cierto es que ese riesgo no es tan grande, pues después de algunas caídas habrían aprendido a caminar; pero los ejemplos de esos accidentes por lo común producen timidez y espanto, y alejan todo ulterior intento de rehacer semejante experiencia.

Por tanto, a cada hombre individual le es difícil salir de la minoría de edad, casi convertida en naturaleza suya; inclusive, le ha cobrado afición. Por el momento es realmente incapaz de servirse del propio entendimiento, porque jamás se le deja hacer dicho ensayo. Los grillos que atan a la persistente minoría de edad están dados por reglamentos y fórmulas: instrumentos mecánicos de un uso racional, o mejor de un abuso de sus dotes naturales. Por no estar habituado a los movimientos libres, quien se desprenda de esos grillos quizá diera un inseguro salto por encima de alguna estrechísima zanja. Por eso, sólo son pocos los que, por esfuerzo del propio espíritu, logran salir de la minoría de edad y andar, sin embargo, con seguro paso.

Pero, en cambio, es posible que el público se ilustre a sí mismo, siempre que se le deje en libertad; incluso, casi es inevitable. En efecto, siempre se encontrarán algunos hombres que piensen por sí mismos, hasta entre los tutores instituidos por la confusa masa. Ellos, después de haber rechazado el yugo de la minoría de edad, ensancharán el espíritu de una estimación racional del propio valor y de la vocación que todo hombre tiene: la de pensar por sí mismo. Notemos en particular que con anterioridad los tutores habían puesto al público bajo ese yugo, estando después obligados a someterse al mismo. Tal cosa ocurre cuando algunos, por sí mismos incapaces de toda ilustración, los incitan a la sublevación: tan dañoso es inculcar prejuicios, ya que ellos terminan por vengarse de los que han sido sus autores o propagadores. Luego, el público puede alcanzar ilustración sólo lentamente. Quizá por una revolución sea posible producir la caída del despotismo personal o de alguna opresión interesada y ambiciosa; pero jamás se logrará por este camino la verdadera reforma del modo de pensar, sino que surgirán nuevos prejuicios que, como los antiguos, servirán de andaderas para la mayor parte de la masa, privada de pensamiento.

Sin embargo, para esa ilustración sólo se exige libertad y, por cierto, la más inofensiva de todas las que llevan tal nombre, a saber, la libertad de hacer un uso público de la propia razón, en cualquier dominio. Pero oigo exclamar por doquier: ¡no razones! El oficial dice: ¡no razones, adiéstrate! El financista: ¡no razones y paga! El pastor: ¡no razones, ten fe! (Un único señor dice en el mundo: ¡razonad todo lo que queráis y sobre lo que queráis, pero obedeced!) Por todos lados, pues, encontramos limitaciones de la libertad. Pero ¿cuál de ellas impide la ilustración y cuáles, por el contrario, la fomentan? He aquí mi respuesta: el uso público de la razón siempre debe ser libre, y es el único que puede producir la ilustración de los hombres. El uso privado, en cambio, ha de ser con frecuencia severamente limitado, sin que se obstaculice de un modo particular el progreso de la ilustración.
Entiendo por uso público de la propia razón el que alguien hace de ella, en cuanto docto, y ante la totalidad del público del mundo de lectores. Llamo uso privado al empleo de la razón que se le permite al hombre dentro de un puesto civil o de una función que se le confía. Ahora bien, en muchas ocupaciones concernientes al interés de la comunidad son necesarios ciertos mecanismos, por medio de los cuales algunos de sus miembros se tienen que comportar de modo meramente pasivo, para que, mediante cierta unanimidad artificial, el gobierno los dirija hacia fines públicos, o al menos, para que se limite la destrucción de los mismos. Como es natural, en este caso no es permitido razonar, sino que se necesita obedecer. Pero en cuanto a esta parte de la máquina, se la considera miembro de una comunidad íntegra o, incluso, de la sociedad cosmopolita; en cuanto se la estima en su calidad de docto que, mediante escritos, se dirige a un público en sentido propio, puede razonar sobre todo, sin que por ello padezcan las ocupaciones que en parte le son asignadas en cuanto miembro pasivo. Así, por ejemplo, sería muy peligroso si un oficial, que debe obedecer al superior, se pusiera a argumentar en voz alta, estando de servicio, acerca de la conveniencia o inutilidad de la orden recibida. Tiene que obedecer.
Luego, si se nos preguntara ¿vivimos ahora en una época ilustrada? responderíamos que no, pero sí en una época de ilustración. Todavía falta mucho para que la totalidad de los hombres, en su actual condición, sean capaces o estén en posición de servirse bien y con seguridad del propio entendimiento, sin acudir a extraña conducción. Sin embargo, ahora tienen el campo abierto para trabajar libremente por el logro de esa meta, y los obstáculos para una ilustración general, o para la salida de una culpable minoría de edad, son cada vez menores. Ya tenemos claros indicios de ello. Desde este punto de vista, nuestro tiempo es la época de la ilustración o “el siglo de Federico”.

Un príncipe que no encuentra indigno de sí declarar que sostiene como deber no prescribir nada a los hombres en cuestiones de religión, sino que los deja en plena libertad y que, por tanto, rechaza al altivo nombre de tolerancia, es un príncipe ilustrado, y merece que el mundo y la posteridad lo ensalce con agradecimiento. Al menos desde el gobierno, fue el primero en sacar al género humano de la minoría de edad, dejando a cada uno en libertad para que se sirva de la propia razón en todo lo que concierne a cuestiones de conciencia moral. Bajo él, dignísimos clérigos —sin perjuicio de sus deberes profesionales— pueden someter al mundo, en su calidad de doctos, libre y públicamente, los juicios y opiniones que en ciertos puntos se apartan del símbolo aceptado. Tal libertad es aún mayor entre los que no están limitados por algún deber profesional. Este espíritu de libertad se extiende también exteriormente, alcanzando incluso los lugares en que debe luchar contra los obstáculos externos de un gobierno que equivoca sus obligaciones. Tal circunstancia constituye un claro ejemplo para este último, pues tratándose de la libertad, no debe haber la menor preocupación por la paz exterior y la solidaridad de la comunidad. Los hombres salen gradualmente del estado de rusticidad por propio trabajo, siempre que no se trate de mantenerlos artificiosamente en esa condición.
El idealismo alemán
La obra de Kant supuso la culminación del movimiento iniciado por Descartes a principios del s. XVII. El cogito cartesiano llega a su máxima expresión en el Yo transcendental de Kant, el cual ya no es el primer conocimiento y la fuente de certeza, sino condición misma de la existencia de los objetos, un Yo desconocido, dador de forma, usurpador del lugar que el Demiurgo poseía en la filosofía platónica y, por lo tanto también, sustituto del Dios ordenador de la Edad Media. Con Kant, contemporáneo de la Revolución francesa, se culmina, esta vez a nivel teórico, la suplantación del Antiguo orden teocrático por el nuevo orden burgués, hijo del Yo trascendental, abstracción máxima del ciudadano.

Los éxitos del idealismo trascendental de Kant son indudables, logra fundamentar la ciencia, matemática y física, y logra, por primera vez independientemente de la religión o de la metafísica, fundamentar la ética, incluso consigue una gran inversión al basar aquella en ésta; todo la ciencia dependerá ahora, giro copernicano, del Yo trascendental, origen de todas la síntesis del conocimiento, el sujeto pasará a primer término y los objetos dejarán de ser independientes de éste. Las ideas de la razón, si bien es verdad que no sirven para conocer la realidad, tendrán un uso regulativo y actuaran como lanzaderas que proyecten el conocimiento hacia un progreso indefinido, porque aunque el conocimiento está limitado en lo que puede conocer, sin embargo es ilimitado en lo cuantitativo. Además Kant, con sus análisis de estética abre una puerta muy especial, la del sentimiento, que será explorada de diversas maneras.

Pero el precio pagado por estos logros es demasiado alto: igual que la Revolución francesa en nombre de la libertad impone en toda Europa la conquista napoleónica, el sujeto kantiano, vive una realidad desgarrada entre el mundo por él conocido, un mundo de apariencias, y el mundo inaccesible de las cosas en sí, entre la libertad presupuesta por la Ley interna y el sometimiento a la Ley externa, exigencia del sostenimiento del Estado, entre la razón teórica y la práctica, entre la razón y el sentimiento, entre el ser y el deber ser, entre la necesidad y la libertad, entre los dos reinos sensibilis atque intelligibilis, de la Dissertatio, con demasiadas resonancias medievales.

En Alemania se produce una reacción inmediata ante estas contradicciones hijas de la concepción ilustrada. Es el romanticismo un movimiento sumamente complejo, incluso contradictorio, no bien estudiado en su significación filosófica: Reacción contra la ilustración y lo que se cree excesos de la razón, potenciación del sentimiento, de lo irracional; vuelta a la naturaleza; frente al mecanicismo racionalista, el modelo será el árbol y no la máquina; individualismo rabioso y, paradójicamente, surgimiento del nacionalismo, en parte como reacción a las conquistas de Napoleón, aunque no sólo por eso; revalorización de lo medieval y también de lo religioso, redescubrimiento del gótico, que a veces se intenta identificar con lo germánico, pero al mismo tiempo se sigue valorando lo clásico, porque el verdadero valor está en lo antiguo frente a lo nuevo, en el pasado frente al modelo ilustrado de progreso.

En este contexto de desgarramiento teórico, político y estético adquirirá especial importancia una filosofía que partiendo del idealismo trascendental kantiano hará frente a las dificultades de éste e intentará superar la bipolarización en que su pensamiento estaba encerrado, sujeto y objeto, cosa en sí y apariencia, razón teórica y práctica: es el idealismo absoluto. Los principales autores son Fichte, Schelling y Hegel. Todos parten de la problemática kantiana y mantienen distintas relaciones con el movimiento romántico, pero todos coinciden en ir más allá de lo que fue Kant; el idealismo trascendental afirma el papel conformador del sujeto, que actúa sobre los materiales de la cosa en sí, el idealismo absoluto elimina totalmente la cosa en sí, y el sujeto, o el nuevo absoluto afirmado, pasa a ser, no sólo conformador, sino también constituidor de toda la realidad.

martes, 25 de octubre de 2011




Éste es el link para hacer la lectura de Nietzsche:

http://www.librosgratisweb.com/html/nietzsche-friedrich/asi-hablo-zaratustra/index.htm

Hay que leer de la página tres a la 36 donde termina el capítulo titulado Del amor al prójimo.

lunes, 24 de octubre de 2011

Epistemología y educación.



éste es el link para realizar la lectura:

http://circulomexicanodeprofesoresdefilosofia.org.mx/XXIColoquio/Eugenia%20Bermundes.pdf

miércoles, 19 de octubre de 2011

La batalla de Monterrey




Por Ricardo Cayuela Gally
Publicado en Letras Libres.

El atentado al Casino Royale ha sido el crimen más perturbador en la historia de la ciudad y un hito de la violencia en México que, parece, no deja de escalar. Con un mosaico de impresiones e historias, Cayuela Gally hace un vivo retrato de la ardua situación que padecen los regiomontanos, algunos de ellos corresponsables de ese infierno.

Entre el aeropuerto Mariano Escobedo, en el municipio industrial de Apodaca, y mi hotel en San Pedro Garza García, pasadas las once de la noche y tras cruzar entera la ciudad de Monterrey, no veo ni un solo policía o soldado, pese a cumplirse una semana del mayor atentado contra la población civil en México: el incendio del Casino Royale, provocado por sicarios que actuaron con impunidad a plena luz del día, donde murieron 52 personas. Y esa será una de las constantes más insólitas de esta visita. Ni en la entrevista con el secretario de gobierno, Javier Treviño, ni con la amenazada alcaldesa de Guadalupe, Ivonne Álvarez, ni en el recorrido que hice por el Barrio Antiguo, ni siquiera para entrar al Tec a una ceremonia presidida por dos de los empresarios más importantes de México, nunca nadie me pidió una identificación, me revisó la mochila ni confirmó si tenía cita previa o invitación.

La explicación a esta falta de controles me la da Jorge Tello Peón, coordinador sin sueldo del gabinete de seguridad del gobierno de Nuevo León. Creador del Cisen, antiguo colaborador de Fernando Gutiérrez Barrios y quizá uno de los mayores conocedores de los entretelones de los cuerpos de seguridad en México, Tello es enfático durante un desayuno en un restaurante sobriamente llamado Wall Street: “Nuevo León enfrenta un alarmante déficit de policías.” Las sistemáticas limpias de elementos corruptos, cuando no a sueldo del crimen organizado, han dejado los cuerpos del estado, y de la mayoría de los municipios, en números testimoniales. Bernardo González-Aréchiga, director de la Escuela de Graduados en Administración Pública del Tec y experto en temas de seguridad, corrobora las cifras: “Nuevo León tiene operativos menos de ocho mil policías y debería contar, dada su población y en estándares de la ONU [al menos 2.8 policías por cada mil habitantes], con veinte mil, y en estándares de la medición Goode [que mide el número de bajas de la policía para calcular el número requerido], con cuarenta mil.” Existe un programa estatal para construir una nueva policía, pero no es fácil reclutar. Nadie quiere un trabajo en que te juegas la vida si no te corrompes. Y eso que las condiciones han mejorado radicalmente: el gobierno ofrece catorce mil pesos mensuales de sueldo y buenas prestaciones. La convocatoria ha tenido que hacerse fuera del estado y ofrecer casa para los no residentes. Ni así. Además, el proceso de incorporación es inevitablemente lento. Nada es más peligroso que reclutar gente desesperada y darle un arma sin un adecuado adoctrinamiento. Lo sabe el Ejército mexicano, que enfrenta la deserción de no pocos mandos de sus batallones especiales convertidos en los líderes del cártel de Los Zetas. “En febrero –me dice Tello por poner un ejemplo– dimos de alta a treinta policías, y necesitamos quinientos al mes.”

Pero entonces, ¿por qué la ciudad era segura antes? De hecho, todo el país era seguro, salvo los barrios rojos de las ciudades de frontera y la capital. Recuerdo que cuando se fundó esta revista me tocó vivir un mes en Monterrey. Allí sigue el despacho de diseño que creó la maqueta original. Estuve hospedado en el porfiriano hotel Ancira del Barrio Antiguo, y nada me daba más placer, tras maratónicas jornadas de trabajo, como capitalino, que la sensación de libertad de poder caminar por sus calles sin miedo a cualquier hora de la noche. Hoy se cuentan por miles los regios que han emigrado a Texas o a la ciudad de México. La explicación que da Tello es que durante décadas hubo una complicidad total entre el crimen y la policía, “con la salvedad de que los delincuentes sabían quién mandaba y hasta dónde podían hacer”. Era un mundo sórdido y corrupto. De grandes fortunas construidas al amparo del poder. La “pax priista”. Pero la línea roja estaba claramente marcada. Hoy las reglas han cambiado para todos.

Desde el atentado al casino, los medios de Monterrey trabajan a destajo y no dejan un día sin alguna revelación escabrosa. El Norte yMilenio,en la prensa diaria, y Reporte Índigo, en su revista digital, han informado puntualmente de la profundidad del abismo: los permisos chuecos de Gobernación, los amparos bordeando lo ilegal de ciertos jueces, la complicidad de las autoridades municipales, el papel de ciertos exfuncionarios reconvertidos en dueños de casinos, el cobro de comisiones millonarias, los donativos a campañas electorales de todos los partidos, el apoyo de al menos un policía estatal a los sicarios que cometieron el atentado, la facilidad con que algunos de los asesinos habían anteriormente evadido la acción de la justicia por la corrupción de ministerios públicos. Un expolicía, que tras pasar por la lucha libre, se vuelve sicario. Un “jefe de plaza” apodado “el Quemado”. Un “lugarteniente” llamado “Comandante Mataperros”. El negocio del juego está mal regulado, con licencias tan costosas y difíciles que son en sí mismas la puerta de entrada de la corrupción. Y la cereza del pastel: la facilidad para lavar dinero en un ámbito en que, al no ser posible prever las pérdidas de los clientes, es sencillo fingirlas.

Reporte Índigo se encuentra en el barrio del Obispado, en una casona que bulle de actividad. Su director, Ramón Alberto Garza, exdirector de Reforma y El Norte, me recibe un jueves de cierre. Pese a que aparece cada viernes como una revista semanal por internet, Reporte Índigo lleva tres días seguidos publicando adelantos, y las exclusivas y revelaciones lo tienen sin aliento. Se respira la adrenalina de las viejas redacciones. Pide una Coca-Cola de dieta a su secretaria e intenta concentrarse en la conversación. Imposible. Debe volar a México al día siguiente en la madrugada. No tiene aún planchada la camisa de la boda a la que tiene que acudir por la noche y su chofer no contesta el celular. Eso sí, la conclusión es tajante: “El Casino Royale es la punta del iceberg.” Y todos, por una razón u otra, están atrapados en su telaraña. Bajo a la redacción para ver a Hugo Gutiérrez, su brazo derecho. La cajas de comida chatarra delatan la cantidad de horas que lleva en la oficina. Me dice que están por publicar información que demuestra que el dueño del Casino Royale había creado un grupo armado para defender sus instalaciones del crimen y que por eso lo atacaron de día, ya que sus guardias solo trabajaban de noche. La ley del Oeste. Con una mano me anota el teléfono que le pedí, con la otra me muestra una gráfica en la pantalla y con los ojos me pide clemencia: tiene que cerrar y el reloj avanza indiferente.

Salgo a la ciudad y sin darme cuenta, tras bajar el cerro donde se asienta el barrio, estoy delante del Casino Caliente de la avenida Gonzalitos. La normalidad es total. Abierto y lleno. Las pantallas con carreras de caballos y partidos de beisbol se repiten como en una pesadilla de Escher. ¿Tiene su licencia en orden? ¿Aprobó Protección Civil sus salidas de emergencia? ¿No ha sido amenazado? ¿Nadie le tose a Hank Rhon?

La casa que empezó por el techo.

Mauricio Fernández Garza, el polémico alcalde de San Pedro Garza García, me concede una entrevista en su residencia, la famosaMilarca. La casa, que el arquitecto japonés Tadao Ando calificó como el espacio privado más hermoso del mundo, empezó por el tejado. Con veinticinco años, vio en la prensa de Estados Unidos que se vendía un techo histórico. Sin más información decidió comprarlo. Se convirtió en el orgulloso propietario de sesenta toneladas de madera. El techo, de casi cuarenta metros de largo por trece de ancho, lo había adquirido el magnate William Randolph Hearst para su castillo privado de San Diego, pero la gran depresión lo obligó a venderlo sin haberlo instalado. Pertenecía a la nave de la iglesia de la Universidad del Rosario de Almagro, en La Mancha, y es un ejemplo perfecto de arte mudéjar. Para transportarlo de Carolina del Norte, donde lo tenían arrumbado sus dueños, a una bodega de Monterrey, tuvo que rentar doce tráileres e introducirlo despiezado después de trámites kafkianos en la aduana de México. El techo es un elemento más de una casa que tiene otros dos techos históricos, la mayor colección de fósiles del mundo o la espada de Hernán Cortés. Desde la terraza, con una alberca que remata un arco gótico original, es fácil entender, que no compartir, su visión del mundo. Con un ingreso per cápita de cuarenta mil dólares anuales, cifras superiores a las de Canadá, y con más egresados en finanzas y mercadotecnia de universidades norteamericanas que ninguna otra localidad del mundo, San Pedro Garza García, en las boscosas estribaciones de la Sierra Madre, puede darse el lujo de empezar por el techo, como la casa de su alcalde. Esto es, despedir a todos sus policías y contratar cuantos necesite, superando cómodamente el índice recomendado por la ONU. Montar un servicio de inteligencia municipal. Llevar un escandaloso registro de los trabajadores domésticos. Incluso el alcalde propone una rebaja en la edad penal hasta los doce años. Por no hablar de los rumores que corren sobre “un grupo de rudos” al servicio del alcalde. Con índices de aprobación de más del ochenta por ciento, según diversas encuestas, Fernández Garza puede presumir de cero secuestros en lo que va del año y solo dos asesinatos, frente a los cuarenta semanales del resto del área metropolitana de Monterrey. Obviamente, el “método” del alcalde-sheriff no es extrapolable.

Parte del éxito lo debe a una recaudación histórica en su primer año de mandato. Descubrió que muchos de los hombres más ricos de la entidad, algunos vecinos suyos finca con finca, llevaban años si pagar el predial, impuesto que cobran los municipios y que es básico para cuadrar sus cuentas: “Cosas de sus abogados para justificar la chamba”, me dice para exculparlos. Y los amenazó con publicar sus retrasos en el suplemento de vida social Sierra Madre, que edita El Norte para los suscriptores de ese municipio. Santo remedio: una cosa es defraudar al fisco, una abstracción molesta, y otra muy distinta ser la comidilla del Club Campestre.
El triunfo del dinero fácil
Justamente una de las quejas que escuché durante la cena en casa de un prominente empresario fue lo profundamente que han cambiado los valores de la sociedad regia y cómo el dinero fácil y la ostentación son ahora las divisas, de las que el Sierra Madre es solo un síntoma. De una persona como Eugenio Garza Sada, cuya figura sigue gravitando en la vida regiomontana, que se sabía el nombre de todos los operarios de su cervecería, a una cultura del nuevo rico que gusta de presumir los quince años de su hija con artistas de la farándula, bodas en enclaves exóticos (avión privado incluido para los invitados) o bautizos con mil asistentes (cardenal incluido). La vida como una excusa para una permanentepool party. “Y esa cultura del dinero fácil enmascara a no pocos delincuentes que dignifican su dinero en las páginas de sociedad”, remata enérgica la anfitriona, cuya máxima es que sus hijos no crezcan como juniors, ajenos a su ciudad y sus problemas. El narco entró en sus escuelas, deportivos, restaurantes. ¿Habrá entrado también en sus negocios?

Lo mismo piensa el arquitecto Ricardo Padilla, cuyo esfuerzo fundamental está en su asociación civil Reforestación Extrema y cuyos intereses pasan por la mejora del trazo urbano, el espacio público y el transporte masivo, tres de las carencias del modelo de desarrollo en Monterrey. Problemas que la Encuesta de Cultura Ciudadana, que se ha aplicado en otras grandes ciudades de Latinoamérica, pone de manifiesto. Por ejemplo, Monterrey es la ciudad en la región que tiene el mayor uso de automóvil privado, con más de un tercio de los desplazamientos en ese medio. Y, como me confirma González-Aréchiga, “empieza a ser habitual que la gente desperdicie en su automóvil más de dos horas al día transportándose a su trabajo”.

Pero quizá lo que más llama la atención de la encuesta es que, si bien casi dos tercios de los regiomontanos se sienten orgullosos de su ciudad, más de la mitad estarían dispuestos a infringir la ley si esa es la única manera de ayudar a su familia. Es decir, la responsabilidad ciudadana acaba cuando empiezan las necesidades de los parientes, lo que puede ser la puerta de entrada para justificar lo injustificable. La desafección hacia la autoridad es alarmante y obviamente los responsables no son los ciudadanos: una cuarta parte de la población piensa que su ciudad es insegura porque los organismos de seguridad no son confiables y a cuatro de cada diez no les gustaría tener de vecino a un policía. Además, uno de cada cuatro regios está de acuerdo o completamente de acuerdo con portar un arma para defenderse.

El peso de la historia

Para hablar de la permanencia de esta moral tradicional en la ciudad más moderna de México y entender sus claves históricas, me reúno con el historiador César Morado, director del archivo histórico de Nuevo León y coautor de una de las pocas monografías sobre la historia de Monterrey. Para Morado, la lógica de Monterrey es la lógica de la frontera. No en su fundación ni en su transcurrir colonial, cuando era un enclave inestable y poco importante, subsidiario de Saltillo, sino a partir de la derrota mexicana en la guerra con Estados Unidos de 1846, y la pérdida de la mitad del territorio, lo que volvió a una villa perdida en la inmensidad del Norte un punto estratégico en la frontera con Texas. A esta singularidad repentina contribuyó decididamente la Guerra Civil americana, cuando las escuadras de Ulysses Grant cerraron los puertos fluviales de los secesionistas y estos buscaron dar salida a su algodón a través de México. Y desde luego en el Porfiriato, cuando la ciudad crecía al diez por ciento anual y desarrolló toda una cultura industrial, basada en la cerveza, el cemento y el acero. Clave de esto fue la inteligente política de excepciones fiscales del gobernador Bernardo Reyes.
La Revolución descarriló este proceso, y las grandes industrias se adaptaron a regañadientes a la nueva realidad, incómodas sobre todo con el apoyo a las cooperativas de obreros del régimen de Cárdenas y su idea de una educación socialista. No en vano fue uno de los centros urbanos que más decididamente apoyaron la candidatura de Almazán y la creación de Acción Nacional. Con Ávila Camacho, pero sobre todo con Miguel Alemán, se inició un periodo de estabilidad que duró hasta Echeverría. De 1942 es el famoso discurso de Alfonso Reyes “Los regiomontanos”, a los que califica de “héroes en manga de camisa” y “paladines en blusa de obrero”. Si exceptuamos la agria disputa contra la imposición, en 1962, por el gobierno de López Mateos, del libro de texto único, que movilizó en las calles de la ciudad a trescientos mil regios, se trató de un matrimonio de conveniencia entre el centro y la Sultana del Norte: la industria, favorecida por el control de las importaciones y la energía subsidiada, se ramificó y creció a ritmos de la actual China. Monterrey pasó a representar por sí solo el diez por ciento del producto interno bruto del país y ahí nacieron las grandes organizaciones empresariales de todo el país, empezando por la Coparmex. El populismo de Echeverría, el desorden en las finanzas públicas y las devaluaciones arruinaron ese de por sí tenso acuerdo. El intento de secuestro y asesinato, en 1973, por parte de la Liga Comunista 23 de Septiembre, de Eugenio Garza Sada, dueño de la Cervecería Cuauhtémoc y fundador del Tec de Monterrey, entre otros emblemas de la ciudad, desató una sorda indignación y profundizó un desapego del centro que aún continúa. López Portillo intentó reconciliarse con la industria de Monterrey a través de la Alianza para la Producción, pero el caos económico de su gobierno y la nacionalización de la banca en 1982, que en buena medida estaban en manos de financieros e industriales de Monterrey, llevaron las cosas al borde del rompimiento. Con Salinas, hijo predilecto de Agualeguas, Nuevo León, pasó de la euforia a la decepción: de recuperar la banca a tener que saldarla en el extranjero tras el mal llamado “error de diciembre”.

Esta difícil relación con el poder central explica el auge del PAN en el estado y el decidido apoyo de los empresarios de Monterrey a Vicente Fox en su empeño por “sacar al PRI de Los Pinos”, mientras sus verdaderos esfuerzos se concentraban en lograr competir en un mercado abierto. Es ahora, azorados por la ola de violencia criminal, cuando vuelven los ojos a su edén subvertido por la metralla e intentan rescatarlo. Y por ello impulsan diversos organismos ciudadanos, como el CCINLAC (Consejo Cívico de Instituciones de Nuevo León, A. C.) que encabeza Miguel Treviño y que no solo hace propuestas concretas de buen gobierno sino que mide la eficacia de las autoridades con base en parámetros objetivos.

Esta historia generó una mentalidad emprendedora en el grueso de la población y una moral del esfuerzo más próxima a la cultura de Texas que al centro de México, explicable también por la ausencia de grandes culturas indígenas y de un importante legado colonial, cargas de profundidad y atavismos sin los que es imposible entender la mentalidad del centro y sur del país. Un abismo separa esta lógica con la visión que de la riqueza se tiene en el centro, donde se ve como una gracia, o concesión, que otorga el poder político. Un verbo la define: “jalar”, sinónimo de trabajar. Por eso, cuando una protesta cierra una calle, no pocos automovilistas insultan a los manifestantes con una frase: “Ya pónganse a jalar.” Es decir, la salida está en el trabajo individual y no en la protesta colectiva. Por eso, llevar a dos mil personas a la Macroplaza para protestar contra los políticos, como sucedió el primer domingo de septiembre, en palabras de una de sus organizadoras, Tatiana Clouthier, “es un gran triunfo”.

El problema para César Morado es que esta imagen de Monterrey como un enclave emprendedor es una construcción con una parte de verdad y otra hecha de mitos, que simplifica una realidad más compleja. Como me dijo González-Aréchiga, Monterrey se diversificó, los servicios son ahora el motor de su economía y el peso relativo de las grandes empresas ha disminuido; además, no hay que menospreciar el peso que la población inmigrante tiene en tejido social.

La ola criminal

Nadie de las decenas de personas con las que conversé durante mi estancia en la ciudad de Monterrey desmiente la información oficial: la espiral de violencia es producto de la ruptura entre el cártel del Golfo y Los Zetas a principios del 2010. Pero para entender el alcance de este rompimiento es necesario ir atrás. Monterrey es históricamente un enclave estratégico para dominar la frontera de Texas, pero a diferencia de Nuevo Laredo, Matamoros o Reynosa, cuyo único valor es el de garita de paso, Monterrey es un centro financiero de tal magnitud que es posible lavar grandes cantidades de dinero sin levantar sospechas; además, tiene universidades y barrios residenciales en donde las familias de los narcos pueden pasar inadvertidas y un nivel de riqueza que, por una parte, genera un público no despreciable para el consumo de cocaína y, por la otra, es un botín económico en sí mismo para la extorsión, el secuestro o el robo de casas y coches. Sumando diversas fuentes, se puede inferir que el cártel del Pacífico les encargó a los Beltrán Leyva el control de la plaza y que el cártel del Golfo hizo lo mismo con su brazo armado, Los Zetas. Una vez en Monterrey, estos grupos se vieron seducidos por el poder y la riqueza de la Sultana del Norte y rompieron con sus respectivos jefes. Los Beltrán Leyva fueron desarticulados por sucesivos golpes de la policía federal y ahora sus fuerzas se concentran aparentemente en otras partes del país, pero la guerra entre “Golfos” y Zetas por Monterrey es despiadada: de un estado que tenía un promedio de doscientos asesinados al año, pasó a ser uno donde se asesina a más de dos mil. Y donde los delitos del fuero común han crecido exponencialmente.

Lo grave no es solo la lucha entre dos grupos rivales, sino que ambos actúan bajo el amparo de policías municipales y con el respaldo de jueces y ministerios públicos también a sueldo. Además, pasar grandes cantidades de cocaína a los Estados Unidos requiere de una infraestructura y de un “músculo económico” que no es fácil de mantener cuando se está en mitad de una guerra fratricida, de ahí la necesidad de hacerse con recursos fáciles y rápidos y pasar al asalto directo de la ciudadanía. Cada esquina en que se vende droga es una trinchera de esta guerra y todos los locales comerciales, sobre todo en giros de la noche y el juego, un botón potencial para la extorsión y el cobro “de piso”. Como me explicó Fernando Elizondo, excandidato del PAN al gobierno del estado: “estos grupos arman a antiguos pandilleros de poca monta de los barrios marginales con armas largas y un salario fijo, y así, de un problema de marginalidad y exclusión social, se pasó a escenarios que no es gratuito calificar de bélicos”. Toma de calles, “ejecución” de rehenes, guerra psicológica, colgados, “encajuelados”, “encobijados”: una gramática del terror que estremece. Además, no se trata, de acuerdo con Tello, de grupos que otorguen una credencial, lo cual hace que otros delincuentes comunes actúen por imitación y que las traiciones y asesinatos dentro de cada facción sean constantes. La ley de la selva.
Una de las cosas que más me impresionó de la conversación con Jorge Tello fue la historia de unos policías de Cerralvo que al ser detenidos por la policía confesaron que lo único que le pedían a Dios es que la Marina o el Ejército los mataran “en combate”, para al menos morir dignamente y escapar del horror que les obligaban a hacer sus nuevos “jefes”: asesinar al azar al primer peatón que cruza la calle para demostrar lealtad o despellejar vivo a uno de cada diez compañeros para abortar cualquier atisbo de delación. Lo mismo me dijo el coronel Enrique Alberto San Miguel Sánchez, secretario de Seguridad Pública del municipio de Guadalupe: “No se imagina usted lo crueles que pueden llegar a ser cuando tienen a un hombre desarmado en sus manos. Ahora, si uno los enfrenta, aunque sea con una simple pistola, entonces son unos cobardes.”

El coronel y la locutora

La historia de la alcaldesa de Guadalupe es esclarecedora. Cuando llegó a la presidencia municipal Ivonne Liliana Álvarez García, nadie daba un céntimo por su gestión. Exdiputada local del PRI y extitular de Desarrollo Social del municipio, su trayectoria profesional venía de la televisión privada, como conductora de programas de entretenimiento, lo que en México quiere decir vacuidad y frivolidad en estado puro (circula incluso un video en la red donde se la ve instruir a la audiencia en el arte de comer un plátano). Sin embargo, cuando llegó a su despacho descubrió que tenía dos opciones: “mirar para el otro lado” o “entrarle de lleno al tema de la seguridad”. La mayoría de los alcaldes, comprensiblemente, me había dicho Tello, optan por la primera: “solo van a estar tres años en el cargo y nadie quiere perder inútilmente su vida”. Ella, no. Tras cinco meses se dio cuenta de que su secretario de Seguridad, un policía civil de toda la vida en la corporación, era un corrupto. Lo despidió (ella usa un eufemismo: “ya no compartíamos los esfuerzos”) y buscó, a través de la Secretaría de la Defensa Nacional, a un titular para ese cargo clave. Pese al discurso oficial de la guerra contra el narco como prioridad, y pese a tratarse de uno de los municipios más calientes del país, la Defensa tardó casi nueve meses en darle una respuesta, y lo hizo por la presión que la alcaldesa ejerció a través de la Cuarta Región Militar del país, con sede en Nuevo León.

Fue entonces cuando apareció en el municipio el coronel retirado Enrique Alberto San Miguel Sánchez, un hombre robusto de suaves modales y voz dulce que dice, sin apenas mediar pregunta, que “odia a las personas corruptas”, “cáncer de México”. Su objetivo, “crear un verdadero espíritu de cuerpo en su corporación” y que lo vean como un “líder no por el escritorio sino por ser uno más de sus propios hombres en el trabajo de calle”. Nunca antes había tenido la extraña sensación de hablar con alguien que podría estar asesinado para cuando los lectores de la revista lean estas líneas. Le han arrojado cuerpos de colaboradores descuartizados a las puertas de su oficina y ha enfrentado toda suerte de atentados con granadas y armas largas. La alcaldesa y el coronel dieron de baja, en números redondos, a cerca de seiscientos cincuenta de los ochocientos policías con que contaba el municipio, y han logrado “fincarles responsabilidades penales”, eufemismo de meter a la cárcel, a setenta de ellos. En turnos de veinticuatro por veinticuatro horas, ciento cincuenta policías honestos, que pasaron todos los controles de confianza, apoyados por un cuerpo reducido de exmilitares en labores de policía que logró reclutar el coronel, han logrado bajar los índices delictivos de un municipio de setecientos mil habitantes, en el cinturón urbano de la ciudad de Monterrey.

El ejemplo de Guadalupe toca consideraciones cruciales: ¿mando único para crear 32 policías estatales, una inevitable pirámide burocrática, o una policía confiable en cada municipio? ¿Para cuándo se instaurará la reelección de los alcaldes, que permita a los ciudadanos apoyar proyectos de transformación con su voto? ¿Qué garantiza a los pequeños comerciantes y obreros de Guadalupe que el próximo alcalde vaya a resistir la extorsión? ¿Si mañana leemos en la prensa que fue asesinado el Director de Seguridad de Guadalupe, Nuevo León, nos extrañaría? Si sobrevive, ¿qué va a pasar con el trabajo del coronel San Miguel?

Visita a un pueblo fantasma

Recorro el Barrio Antiguo un sábado por la noche, acompañado de Ximena Peredo, líder social de diversas agrupaciones que reclama un análisis profundo de las verdaderas causas de la situación de su estado desde su columna en la prensa local; David Pulido, uno de los promotores de la organización civil Pueblo Bicicletero, y Claudio Tapia Salinas, exfuncionario público, quien dejó el Distrito Federal por Monterrey, adonde llegó como delegado de la Secretaría de Hacienda y renunció a sus cargos públicos para significarse como luchador social del estado, entre sus causas más importantes está la protección de la reserva forestal de La Pastora, en el cerro de La Silla, donde la Semarnat y el municipio de Guadalupe han otorgado ya los permisos y licencias a FEMSA para construir un nuevo estadio para los Rayados del Monterrey.

La distancia entre defensores y detractores del proyecto es insalvable. Vidal Garza Cantú, director de la Fundación FEMSA, habla de los alcances de un proyecto que va a regenerar una zona deprimida de la ciudad, ayudar al propio bosque de La Pastora con un andador ecológico y un rescate integral del zoológico; me asegura que no se va a talar ningún árbol –“si acaso trasladar algunos cientos”– y que la recuperación económica del proyecto es a largo plazo, más de cincuenta años, por lo que descarta el afán mercantil como motivación. La alcaldesa de Guadalupe me aclara que ella simplemente esperó a que la Semarnat diera su visto bueno al impacto ambiental del proyecto antes de conceder la licencia de uso de suelo. Y Tapia, Peredo y Pulido insisten, con vehemencia, en que se trata de un proyecto ecocida, cuya melodía es el poder del dinero.

Durante nuestro recorrido nocturno son como tres guías de turismo arqueológico por un pueblo fantasma que se detienen ante cada local para explicar su historia, la vida que los animaba, los grupos que tocaban, las mesas improvisadas que llegaban hasta la calle. Me acuerdo sin querer de Jorge Manrique: “¿Qué se hizo aquel trovar, las músicas acordadas que tañían?” Me quedo petrificado ante una fachada baleada (el célebre Café Iguana, epicentro de la movida rock de la ciudad), unos postigos echados (“el local era de una francesa que lo cerró cuando unos adolescentes la amenazaron con una pistola en el cuello”), unas cancelas rotas. En los pocos lugares abiertos somos los únicos clientes. El miedo se palpa en el ambiente. Noto su aprensión creciente conforme nos alejamos del coche. Calles sin luz, camionetas a baja velocidad, ni una sola patrulla, ni un solo soldado, pese a la llegada de tres mil efectivos de refuerzo tras el atentado del Casino Royale.

Lo grave del centro, me habían dicho los empresarios que me invitaron a cenar a su casa, es que con su muerte repentina se acabó uno de los pocos espacios de convivencia interclasista de la ciudad. Para Ximena Peredo, lo que hay detrás de este abandono es un intento de expulsar a los viejos residentes del centro y comprar a precio de ganga sus casas para especular con ellas cuando las cosas se calmen. No comparto su teoría, pero en la sección de avisos inmobiliarios de la prensa al día siguiente descubro una casa de seis habitaciones, cuatro baños y ¡diez lugares de estacionamiento! a la venta por un millón escaso de pesos. Por la misma casa, en San Pedro, no se paga ni el enganche.

La fantasmal noche remata en La Nacional, en la calzada Madero. El bar, que nació en 2003 en pleno auge de la vida nocturna, quiere rescatar la tradición cantinera pero con un toque de sofisticación en la cocina que estiliza platos típicos, como los tacos de perro atropellado o la barbacoa, y los combina con perejil frito o alcachofa asada. Los precios son accesibles. El lugar cuenta con estacionamiento. Es sábado en la noche. La decoración es sobria y acogedora. La música deja hablar. Somos los únicos clientes.

Al día siguiente, Daniel de la Fuente, reportero de El Norte, me manda un enlace con la noticia de la última balacera en el centro, pocas horas después de que dejamos el lugar. Fue el propio Daniel quien me contó esta historia. Él va todos los fines de semana a un parque de la colonia Cumbres a tomar café con amigos mientras sus hijos se entrenan de boy scouts en el mismo lugar. Una mañana, mientras hacía trabajo de reportero gonzo como forense, lo llamaron a levantar los cadáveres de unos jóvenes asesinados en un ajuste de cuentas entre narcomenudistas. En cuanto se abrió la puerta de la carroza fúnebre reconoció el parque. El cuerpo de uno de ellos estaba en el árbol en que el sábado anterior había estado jugando con sus hijos. Por primera vez en su vida de reportero curtido en la calle sintió miedo.

En la colonia Independencia

Si uno entrecierra los ojos en San Pedro Garza García y deja volar la imaginación, podría estar en Canadá. En la colonia Independencia, aunque uno los cierre con fuerza, no puede escapar de África. En la llamada Loma Larga y a cinco minutos en coche de la Macroplaza, la colonia Independencia ocupa la barrera natural que separa Monterrey de San Pedro. Más arriba en el cerro hay otras colonias aún peores, como La Risca. Vinculada a la ciudad como barrio marginal desde los tiempos de Fundidora, hace más de un siglo, cuando se le conocía como San Luisito, en la Indepe está la Basílica de Guadalupe y la tradición de Semana Santa más viva. No es recomendable ir solo ni adentrarse demasiado. Con cerca de setenta mil habitantes, es el barrio marginal más grande de todo Nuevo León. Muchos de sus jóvenes trabajan para los cárteles que se disputan la ciudad, en los rangos más bajos, de “halcones” o sicarios. Las ráfagas de metralleta son habituales.

Indira Kempis llegó a Monterrey desde su natal Morelos para estudiar en el Tec el doctorado en ciencias políticas, como miles de graduados. Tras el asesinato por parte del Ejército de dos estudiantes a los que confundió con delincuentes, hecho que significó la renuncia como protesta del respetado rector Rafael Rangel Sostmann, empezó a organizar a grupos de estudiantes para manifestarse contra la inseguridad. Para alguien que nació en Anenecuilco, el pueblo de Emiliano Zapata, de tez morena, traje de manta y una curiosa mezcla de ancestros judíos e indígenas, Monterrey era un enigma del que se sentía excluida hasta que vio la fuerza que podía tener la organización de los estudiantes en redes sociales. Su activismo es pragmático: prefiere hacer el bien concreto, aunque sea formando parte de ciertos programas públicos, que la soflama redentora. Por ello, cada fin de semana pone en la escalinata del Palacio de Gobierno cientos de pares de zapatos vacíos, en alusión a las víctimas civiles del conflicto, pero entre semana trabaja en talleres de teatro y danza para los niños de las colonias más desfavorecidas. Es ella quien me organiza una visita a la colonia Independencia.

Édgar Olaiz, coordinador de Programas Sociales de la Secretaría de Desarrollo Social de Nuevo León, con rango de subsecretario, está empeñado en repetir la experiencia de radical transformación de Medellín, Colombia, en su ciudad y tiene un proyecto piloto en esta colonia. Lo acompaño en un recorrido de trabajo, junto a Gabriel Todd, subsecretario de Desarrollo Urbano. El director de la secundaria número dos Ignacio Morones Prieto es nuestro guía. Pero ni él mismo acaba de entender qué paso. Con casi setenta años y a punto de jubilarse, y tras pasar por diversas y tranquilas escuelas rurales, la llegada a la secundaria de la Indepe constituyó un pequeño cataclismo personal: grupos saturados, pleitos, navajazos, deserción temprana, indisciplina, instalaciones ruinosas. Hoy la situación es tan diferente que el profe Mauro no sabe explicarla. El terrenal de piedras donde jugaban es una cancha de futbol rápido con pasto artificial. Unas aulas abandonadas son talleres vespertinos para las madres de familia. El descampado insalubre donde se llevaban a cabo las ceremonias cívicas y recreativas es un lugar dignamente techado y asfaltado. “Se acabaron los grafitis y los pleitos.” Como la visita no estaba preparada, doy fe de sus palabras. Los alumnos no logran aún subir su nivel académico –“que vengan todos los días a la escuela es ya un triunfo”, dice– pero la escuela es por primera vez “un lugar de contención de la cultura del crimen”.

Subimos a la explanada de las bombas, lugar que creó Bernardo Reyes en 1909 para almacenar agua potable.Encima de este lugar, que sirve de parque a los vecinos, se está levantando un centro comunitario de grandes dimensiones, como los parques-bibliotecas de Colombia, con canchas deportivas, salones de actos, biblioteca, talleres y demás. Sin bardas que lo aíslen del barrio, como se hace en Medellín, y con dignidad estética, el proyecto lo ganó un grupo de estudiantes de arquitectura del Tec que quería contribuir a la transformación de su ciudad. Con una capacidad inmensa en sus seis hectáreas de terreno, la esperanza de Olaiz es que se convierta en un punto de encuentro de todos los vecinos y que ninguna banda de las que ahora mismo se disputan a tiros las calles de la colonia se lo adueñe. Hay un trabajo de campo para lograr eso, me explica Todd, con énfasis en lo deportivo. El recorrido termina en la Casa del Exboxeador, en la calle Tamiahua. Antes un jacal sostenido con palos en un terreno donado por un exalcalde como una dádiva personal en una zona de “alta exclusión social”, eufemismo de amoladísima, hoy un gimnasio digno, con cuartos para exboxeadores que no tengan dónde vivir (la marginación de ese mundo es inmensa), un salón de memorabilia encabezada por Lauro Salas, primer campeón del mundo neoleonés, y un ring profesional en el que se entrenan treinta varones y doce mujeres cada día.

El siguiente paso, me dice Olaiz, es conseguir que el gobernador “compre” la idea del teleférico, que uniría la Macroplaza con San Pedro Garza García, con dos o tres estaciones en la colonia Independencia. Así, dejaría de ser un barrio inaccesible. El proyecto uniría el barrio de oficinas públicas con el barrio residencial de la ciudad de manera ecológica y rápida, y tendría un gran atractivo turístico. Podría ser el detonador de otros proyectos, como la restauración de la basílica de Guadalupe o la construcción de un santuario en la parte más alta de la loma, con una vista única de Monterrey, como el Cristo del Corcovado en Rio de Janeiro. “El problema es que el huracán Alex nos dejó sin recursos, dice Todd, todo lo tuvimos que gastar en restaurar la ciudad, lo que aún no se logra plenamente.” Además, la lucha política desatada en el estado vaticina que las prioridades del gobernador Medina estén puestas en sobrevivir a su cargo y no en proyectos audaces, como los que sueña los jóvenes subsecretarios y su equipo.

La guerra política

A la destrucción del huracán Alex en 2010 y la crisis de seguridad provocada por la guerra entre “Golfos” y Zetas hay que sumarle una sorda disputa política que tiene de cabeza a las instituciones del estado y la ciudad. Aquí no se trata de la sana alternancia entre partidos, sino de una batalla por dominar un estado clave de cara a las elecciones del 2012, en la que las diversas familias políticas que lo integran toman sus posiciones y forman alianzas contra natura. Para muchos observadores es claro el acuerdo de mutuo sostén entre el gobernador priista Medina y el alcalde panista Larrazabal.

Este tejemaneje cínico, denunciado por figuras tan respetadas en el estado como Fernando Elizondo, produce malestar fuera de los círculos políticos. A Javier Treviño, secretario de Gobierno del estado, le pregunté si era consciente del nivel de desafección que tenía la ciudadanía hacia su clase política. Y no solo por las marchas y protestas semanales, algo insólito para Monterrey, ni siquiera por las reiteradas ocho columnas de los medios locales pidiendo la renuncia ya del gobernador, ya del alcalde, sino porque actores tan trascendentes como los grandes empresarios habían alzado la voz y habían dicho “Ya basta” en diversos escenarios. El más comentado, el discurso de José Antonio Fernández, presidente de FEMSA, en la entrega de los premios Eugenio Garza Sada en el Tec de Monterrey el jueves primero de septiembre. Fernández dijo que si las cosas no estaban peor era porque a los delincuentes no les interesaba. Lo que no se comentó en la prensa, y que vi con mis ojos, fue el aplauso de pie que le tributó un anfiteatro lleno a rebosar de jóvenes estudiantes. Treviño me explica, como corresponde a su cargo, que están trabajando todos los días para recuperar esa confianza. Y me presenta los cuatro “pilares” en que se sostiene la acción del gobierno: mejorar la relación con el poder federal, construir una nueva policía, transformar el marco jurídico del sistema penal y una fuerte inversión social. La conversación tiene lugar en un anexo de su oficina, en una sólida mesa de madera para al menos veinte comensales, cada lugar con un lápiz afilado, un blog de notas y una botellita de agua. Es obvio que alguna importante reunión está por tener lugar en cuanto deje de quitársele su tiempo al político de más alto rango del estado, exceptuando al gobernador. Cuando le pregunto si se arrepiente de trabajar en el gobierno –tenía una trayectoria brillante en el sector privado– me dice que no con convicción. Pero al acompañarme a la salida de su despacho en el Palacio de Gobierno me comenta con humor: “Antes tenía pelo, pero en esta oficina me estoy quedando calvo.”

Muchas de las personas con las que hablé en Monterrey acuden a fábulas para intentar comprender lo que está pasando. Una que escuché un par de ocasiones, por increíble que parezca, como si su moraleja se hubiera lexicalizado, cuenta que si uno ve una rata esconderse en un basurero de la calle, no se inmuta: es el lugar en que debe estar; si la ve cruzar el jardín de su casa, anota en su agenda hablar al fumigador el lunes; pero si la descubre bajo la cama, no duerme hasta darle caza. Algo así sucede en Monterrey hoy, como en muchas otras ciudades de México. Con una salvedad: la ratas eran parte de la familia y pedían su cereal cada mañana. Apenas ahora, tras once años de alternancia, estamos dándonos cuenta de lo que significó el concordato entre el crimen y el viejo régimen y cómo sus estructuras más profundas se resisten violentamente a cualquier cambio. No tenemos ni las instituciones ni el marco legal ni la claridad estratégica ni la voluntad colectiva para hacer frente a esta “casa tomada”. De hecho, Monterrey es la ciudad mejor preparada para dar esta batalla. Por su tamaño, cohesión social, riqueza, cultura emprendedora. Por construir en mitad del desierto la ciudad más moderna y próspera de México.
De regreso al aeropuerto, una clara mañana de domingo, me pregunto qué le pasaría a México si la batalla de Monterrey se pierde. Muchas de las cosas que vi me inducen a pensar que esto no va a suceder: demasiada gente talentosa reunida, aun en el desacuerdo, como para dejar su ciudad y su estado en manos de los criminales, por más que tengan cómplices en el poder y en la sociedad.
En España, aparta de mí esta cáliz, César Vallejo se preguntaba sobre el destino del mundo si la República española perdía la guerra civil: “Si España cae –digo, es un decir–”… Y no puedo quitarme de la mente esta idea: Si Monterrey cae –digo, es un decir–. ~