sábado, 18 de enero de 2014

Competencias linguísticas

Lee es siguiente artículo y contesta las preguntas a mano, en una hoja para entregar. Cada respuesta debe tener por lo menos 4 líneas, en caso de no ser así será tomada como incompleta.  

¿HABLAMOS ESPAÑOL O CASTELLANO?
Hoy en México los manuales de gramática se publican generalmente referidos a la lengua española y no a la castellana. Esto sin embargo no es igualmente cierto en otros ámbitos geográficos y en otros tiempos. En algunos países sudamericanos —quizá como restos de una actitud nacionalista a ultranza— parece preferirse la denominación de castellano o lengua castellana para evitar la referencia a España. Aquí mismo en México, pero en 1900, don Rafael Ángel de la Peña, un muy buen gramático olvidado, publicó un libro importante con el título de Gramática teórica y práctica de la lengua castellana, como lo había hecho antes don Andrés Bello, entre muchos otros. Asimismo en México la designación oficial por parte de la Secretaría de Educación Pública es español, aunque no hace mucho se decía también lengua nacional. No recuerdo que se le haya nombrado, recientemente, castellano por parte de las autoridades educativas. Sin embargo en habla coloquial no es raro oír expresiones como "en México se habla muy buen castellano" o "el castellano debe enseñarse en las escuelas". En nuestra Constitución Política no se hace referencia a la lengua oficial, tal vez porque esto, por obvio, no resulta necesario. En España, por lo contrario, hace poco, en 1978, los constituyentes dejaron establecido, en el artículo tercero de la Constitución española, que "el castellano es la lengua oficial del Estado". El que tan importante documento determinara que la lengua que hablamos en más de 20 países, incluido el que se denomina España, se llame castellano y no español produjo y sigue produciendo enconadas discusiones.
De lo que no puede caber duda es de que, en sus principios, la lengua que hoy hablamos tantos millones de seres humanos no fue sino castellano pues, aunque se considera caprichosamente como fecha de "nacimiento" de nuestra lengua el año 978, cuando monjes del Monasterio de San Millán de la Cogolla anotaron, en los márgenes de algunas vidas de santos y sermones agustinos, las "traducciones" de ciertas voces y giros latinos a la lengua vulgar, que no era otra cosa que el dialecto navarro-aragonés, lo cierto es que el castellano, nacido como dialecto histórico del latín en las montañas cantábricas del norte de Burgos, en el Condado de Fernán González, lo absorbió a partir del siglo XI, igual que al leonés, y respetó sólo al catalán y al gallego. Andando el tiempo, con la alianza de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, el castellano dejará en forma definitiva de ser lengua regional y pasará a constituirse en lengua verdaderamente nacional. Será a partir de entonces cuando con toda justicia le convenga el apelativo de lengua española, lengua de España. En 1535 escribe Juan de Valdés: "La lengua castellana se habla no solamente por toda Castilla, pero en el reino de Aragón, el de Murcia con toda el Andaluzía y en Galizia, Asturias y Navarra; y esto aún hasta entre gente vulgar, porque entre la gente noble tanto bien se habla en todo el resto de Spaña". Esta afirmación de Valdés lleva a Rafael Lapesa, uno de los mejores historiadores de la lengua española, a escribir: "El castellano se había convertido en idioma nacional. Y el nombre de lengua española, empleado alguna vez en la Edad Media con antonomasia demasiado exclusivista entonces, tiene desde el siglo XVI absoluta justificación y se sobrepone al de lengua castellana".
Así que, a partir de entonces, el castellano pasa a ser español y no dejará de serlo, aunque cosa contraria diga la Constitución española. Es definitivamente más importante la tradición secular que la conveniencia política. Quizá pretendieron salvaguardar el discutible derecho que otras lenguas, como el catalán y el vasco , tienen de ser llamadas "españolas", como deja verse en la segunda parte del artículo citado: "Las demás lenguas españolas serán también oficiales en las respectivas Comunidades Autónomas de acuerdo con sus Estatutos". En otras palabras, el catalán es, según esto, tan español como el español (como el castellano, según la Constitución española).
Estoy plenamente convencido, como muchos otros, de que la lengua que hablamos debe llamarse española porque, a las razones históricas que aduje, habría que agregar otras muchas, como las que menciona Juan Lope Blanch, en un artículo sobre este mismo tema: las instituciones culturales españolas no se refieren al castellano sino al español ("de la lengua española es la Gramática y es el Diccionario de la Real Academia Española"); la gran mayoría de nuestros gramáticos modernos la han denominado española; en otras lenguas, así se le denomina (espagnole, spagnuola, Spanish, Spanisch); el castellano, lingüísticamente hablando, hoy es sólo un dialecto de la lengua española; es decir, el español que se habla en Castilla.
Independientemente de que en España razones políticas llevaron a la equivocada decisión de cambiar el nombre de nuestra lengua, en Hispanoamérica, que no fue consultada para ello, no hay razón alguna para dejar de denominarla española, como en efecto es desde el siglo XVI la lengua que nos une.

Lengua, dinero y política.
La lengua es el instrumento del que nos servimos los seres humanos para comunicarnos y fundamentalmente para decirle al otro quiénes somos. En consecuencia, es lícito pensar que nos constituye e identifica.

En este sentido, el castellano o español —en teoría, las dos voces nombran lo mismo, aunque el empleo de una u otra forma parte de una vieja polémica entre España e Hispanoamérica, que no termina de resolverse— debería identificar a unos 500 millones de hablantes, convirtiendo a la lengua en una de las más habladas en el mundo entero. Sin embargo, mal que les pese a los miembros de la Real Academia Española y muchas de las academias hispanoamericanas que le sirven de satélites, no es uniforme, sino de múltiples realizaciones. Y si bien ninguna de éstas es mejor que la otra, hay quien se arroga el derecho de que alguna de sus variedades se imponga por sobre las demás. Como suele suceder en estos casos, la cuestión se resuelve a la fuerza, lo que es decir con una cierta voluntad política y dinero. Se trata, claro de una ilusión como tantas otras, pero su discusión es de la mayor pertinencia.

Consultada por esta revista hace exactamente un año, la crítica literaria argentina Josefina Ludmer señalaba que en los Estados Unidos se había percibido muy bien el giro que España dio en la década de 1990, que fue cuando ese país quiso convertirse en el centro exclusivo y excluyente del castellano. «Es el momento en que España invierte sumas considerables en los departamentos universitarios dedicados a los Latin American Studies y aparece el Instituto Cervantes —decía Ludmer—. Todo lo que se produce en castellano termina pasando por allí, y como ellos son los que financian, acaban siendo los que deciden qué se estudia, qué se investiga, qué circula. En esa estrategia es fundamental el papel que juega Telefónica, ligada al Cervantes». Y alertaba: «La lengua es como el agua o el aire, uno de los recursos esenciales de nuestro presente y el más estratégico con vistas al futuro. Mientras los españoles ponen el acento en este tema y los reyes van a todos los Congresos de la Lengua, en toda América Latina ni siquiera se está pensando en esto».

Apenas unos meses antes, de paso por Buenos Aires, Angeles González Sinde-Reig, la ministra de Cultura española, lo decía con todas las letras: la difusión de la lengua española en el mundo es una política de Estado para España. ¿Por qué? La respuesta, puede buscarse en uno de los documentos del Foro de Marcas Renombradas de España, en el Plan Estratégico 2006-2010 y en el Proyecto Marca España. Allí se lee: «La estrategia de imagen de España debe ser un proyecto a largo plazo, un esfuerzo sostenido en el tiempo cuya gestión y responsabilidad se sitúe por encima de la legislatura política. Debe ser un proyecto de Estado, a partir de una estrategia definida que diseñe las distintas acciones a desarrollar, tanto en el aspecto político y comercial como en el cultural.

Se ha destacado en este sentido la importancia estratégica de coordinar el esfuerzo de todas las instituciones públicas y privadas mediante un ente que tenga responsabilidad al más alto nivel, que actúe como «Guardián de la marca», con responsabilidad total y absoluta sobre estas cuestiones. En esta misma línea se ha subrayado la necesidad de actuar en el ámbito diplomático sobre las instituciones multilaterales, mediante la creación y desarrollo de lobbies específicos que representen los intereses de la marca España. La coordinación institucional de la imagen de España debe ir acompañada, además, de una estrategia común con el ámbito empresarial, y en especial, con aquellas empresas que ejercen de importantes embajadores de la marca España. La estrategia de marca España debe basarse, según se ha sugerido, en una idea dominante (como, por ejemplo, el concepto de prestigio) que pueda ser utilizada por todos los públicos objetivos de la marca España, tanto en el sector turístico, el empresarial, el cultural o el político. Pero sobre todo, debe establecerse una relación importante entre la marca España y el concepto globalizador de la lengua española, como uno de los principales atributos de la marca España».

En síntesis, el castellano es una lengua con variantes propias en cada región donde se habla. Ordenar y administrar ese uso a través de gramáticas, diccionarios y sistemas de enseñanza tiene, por cierto, un valor estratégico tanto político como económico, sobre todo cuando se calcula que es una de las lenguas con mayor crecimiento en el mundo. Los temores de Josefina Ludmer —plenamente justificados— ya alertaron a argentinos y mexicanos, quienes sin enfatizar ni en la «defensa» ni en la «promoción», buscan afirmar la propia identidad lingüística respetando las otras lenguas de la región. Dicho de otro modo, la Argentina y México no plantean una versión propia del Instituto Cervantes, sino otra propuesta, otra idea, otras metas. Así, se trata de dos modelos enfrentados que, con distintos recursos, plantean una lucha en las que todos los hablantes, sabiéndolo o no, intervenimos diariamente.

Quizás a la luz de estas cuestiones resulte entonces oportuno pensar de quién es el castellano y de qué manera, conjuntamente, podría administrarse mejor, pregunta que Ñ le ha formulado a filólogos, lingüistas, académicos, traductores y escritores de varias de las provincias de la lengua castellana a uno y otro lado del mar.


1. ¿Qué argumentos da el autor para defender el nombre de Español para el idioma que hablamos en hispanoamérica?

2. ¿Por qué los mexicanos no sentimos tanto apego a la lengua española y sí por ejemplo a la religión española?

3. ¿Qué podría hacerse a nivel escolar para que los mexicanos conozcan más su idioma y lo aprendan?

     4. ¿Crees que es verdad que la lengua nos constituye e identifica? ¿por qué?
     
     5. ¿Crees que el instituto Cervantes, que promociona el español represente también los intereses del  español mexicano? ¿por qué?

     6.  ¿De quién es el castellano? ¿por qué?



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