lunes, 31 de octubre de 2011

Kant ¿qué es la Ilustración?



La ilustración es la salida del hombre de su minoría de edad. El mismo es culpable de ella. La minoría de edad estriba en la incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no yace en un defecto del entendimiento, sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con independencia de él, sin la conducción de otro. ¡Sapere aude!¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! He aquí la divisa de la ilustración.

La mayoría de los hombres, a pesar de que la naturaleza los ha librado desde tiempo atrás de conducción ajena (naturaliter maiorennes),permanecen con gusto bajo ella a lo largo de la vida, debido a la pereza y la cobardía. Por eso les es muy fácil a los otros erigirse en tutores. ¡Es tan cómodo ser menor de edad! Si tengo un libro que piensa por mí, un pastor que reemplaza mi conciencia moral, un médico que juzga acerca de mi dieta, y así sucesivamente, no necesitaré del propio esfuerzo. Con sólo poder pagar, no tengo necesidad de pensar: otro tomará mi puesto en tan fastidiosa tarea. Como la mayoría de los hombres (y entre ellos la totalidad del bello sexo) tienen por muy peligroso el paso a la mayoría de edad, fuera de ser penoso, aquellos tutores ya se han cuidado muy amablemente de tomar sobre sí semejante superintendencia. Después de haber atontado sus reses domesticadas, de modo que estas pacíficas criaturas no osan dar un solo paso fuera de las andaderas en que están metidas, les mostraron el riesgo que las amenaza si intentan marchar solas. Lo cierto es que ese riesgo no es tan grande, pues después de algunas caídas habrían aprendido a caminar; pero los ejemplos de esos accidentes por lo común producen timidez y espanto, y alejan todo ulterior intento de rehacer semejante experiencia.

Por tanto, a cada hombre individual le es difícil salir de la minoría de edad, casi convertida en naturaleza suya; inclusive, le ha cobrado afición. Por el momento es realmente incapaz de servirse del propio entendimiento, porque jamás se le deja hacer dicho ensayo. Los grillos que atan a la persistente minoría de edad están dados por reglamentos y fórmulas: instrumentos mecánicos de un uso racional, o mejor de un abuso de sus dotes naturales. Por no estar habituado a los movimientos libres, quien se desprenda de esos grillos quizá diera un inseguro salto por encima de alguna estrechísima zanja. Por eso, sólo son pocos los que, por esfuerzo del propio espíritu, logran salir de la minoría de edad y andar, sin embargo, con seguro paso.

Pero, en cambio, es posible que el público se ilustre a sí mismo, siempre que se le deje en libertad; incluso, casi es inevitable. En efecto, siempre se encontrarán algunos hombres que piensen por sí mismos, hasta entre los tutores instituidos por la confusa masa. Ellos, después de haber rechazado el yugo de la minoría de edad, ensancharán el espíritu de una estimación racional del propio valor y de la vocación que todo hombre tiene: la de pensar por sí mismo. Notemos en particular que con anterioridad los tutores habían puesto al público bajo ese yugo, estando después obligados a someterse al mismo. Tal cosa ocurre cuando algunos, por sí mismos incapaces de toda ilustración, los incitan a la sublevación: tan dañoso es inculcar prejuicios, ya que ellos terminan por vengarse de los que han sido sus autores o propagadores. Luego, el público puede alcanzar ilustración sólo lentamente. Quizá por una revolución sea posible producir la caída del despotismo personal o de alguna opresión interesada y ambiciosa; pero jamás se logrará por este camino la verdadera reforma del modo de pensar, sino que surgirán nuevos prejuicios que, como los antiguos, servirán de andaderas para la mayor parte de la masa, privada de pensamiento.

Sin embargo, para esa ilustración sólo se exige libertad y, por cierto, la más inofensiva de todas las que llevan tal nombre, a saber, la libertad de hacer un uso público de la propia razón, en cualquier dominio. Pero oigo exclamar por doquier: ¡no razones! El oficial dice: ¡no razones, adiéstrate! El financista: ¡no razones y paga! El pastor: ¡no razones, ten fe! (Un único señor dice en el mundo: ¡razonad todo lo que queráis y sobre lo que queráis, pero obedeced!) Por todos lados, pues, encontramos limitaciones de la libertad. Pero ¿cuál de ellas impide la ilustración y cuáles, por el contrario, la fomentan? He aquí mi respuesta: el uso público de la razón siempre debe ser libre, y es el único que puede producir la ilustración de los hombres. El uso privado, en cambio, ha de ser con frecuencia severamente limitado, sin que se obstaculice de un modo particular el progreso de la ilustración.
Entiendo por uso público de la propia razón el que alguien hace de ella, en cuanto docto, y ante la totalidad del público del mundo de lectores. Llamo uso privado al empleo de la razón que se le permite al hombre dentro de un puesto civil o de una función que se le confía. Ahora bien, en muchas ocupaciones concernientes al interés de la comunidad son necesarios ciertos mecanismos, por medio de los cuales algunos de sus miembros se tienen que comportar de modo meramente pasivo, para que, mediante cierta unanimidad artificial, el gobierno los dirija hacia fines públicos, o al menos, para que se limite la destrucción de los mismos. Como es natural, en este caso no es permitido razonar, sino que se necesita obedecer. Pero en cuanto a esta parte de la máquina, se la considera miembro de una comunidad íntegra o, incluso, de la sociedad cosmopolita; en cuanto se la estima en su calidad de docto que, mediante escritos, se dirige a un público en sentido propio, puede razonar sobre todo, sin que por ello padezcan las ocupaciones que en parte le son asignadas en cuanto miembro pasivo. Así, por ejemplo, sería muy peligroso si un oficial, que debe obedecer al superior, se pusiera a argumentar en voz alta, estando de servicio, acerca de la conveniencia o inutilidad de la orden recibida. Tiene que obedecer.
Luego, si se nos preguntara ¿vivimos ahora en una época ilustrada? responderíamos que no, pero sí en una época de ilustración. Todavía falta mucho para que la totalidad de los hombres, en su actual condición, sean capaces o estén en posición de servirse bien y con seguridad del propio entendimiento, sin acudir a extraña conducción. Sin embargo, ahora tienen el campo abierto para trabajar libremente por el logro de esa meta, y los obstáculos para una ilustración general, o para la salida de una culpable minoría de edad, son cada vez menores. Ya tenemos claros indicios de ello. Desde este punto de vista, nuestro tiempo es la época de la ilustración o “el siglo de Federico”.

Un príncipe que no encuentra indigno de sí declarar que sostiene como deber no prescribir nada a los hombres en cuestiones de religión, sino que los deja en plena libertad y que, por tanto, rechaza al altivo nombre de tolerancia, es un príncipe ilustrado, y merece que el mundo y la posteridad lo ensalce con agradecimiento. Al menos desde el gobierno, fue el primero en sacar al género humano de la minoría de edad, dejando a cada uno en libertad para que se sirva de la propia razón en todo lo que concierne a cuestiones de conciencia moral. Bajo él, dignísimos clérigos —sin perjuicio de sus deberes profesionales— pueden someter al mundo, en su calidad de doctos, libre y públicamente, los juicios y opiniones que en ciertos puntos se apartan del símbolo aceptado. Tal libertad es aún mayor entre los que no están limitados por algún deber profesional. Este espíritu de libertad se extiende también exteriormente, alcanzando incluso los lugares en que debe luchar contra los obstáculos externos de un gobierno que equivoca sus obligaciones. Tal circunstancia constituye un claro ejemplo para este último, pues tratándose de la libertad, no debe haber la menor preocupación por la paz exterior y la solidaridad de la comunidad. Los hombres salen gradualmente del estado de rusticidad por propio trabajo, siempre que no se trate de mantenerlos artificiosamente en esa condición.
El idealismo alemán
La obra de Kant supuso la culminación del movimiento iniciado por Descartes a principios del s. XVII. El cogito cartesiano llega a su máxima expresión en el Yo transcendental de Kant, el cual ya no es el primer conocimiento y la fuente de certeza, sino condición misma de la existencia de los objetos, un Yo desconocido, dador de forma, usurpador del lugar que el Demiurgo poseía en la filosofía platónica y, por lo tanto también, sustituto del Dios ordenador de la Edad Media. Con Kant, contemporáneo de la Revolución francesa, se culmina, esta vez a nivel teórico, la suplantación del Antiguo orden teocrático por el nuevo orden burgués, hijo del Yo trascendental, abstracción máxima del ciudadano.

Los éxitos del idealismo trascendental de Kant son indudables, logra fundamentar la ciencia, matemática y física, y logra, por primera vez independientemente de la religión o de la metafísica, fundamentar la ética, incluso consigue una gran inversión al basar aquella en ésta; todo la ciencia dependerá ahora, giro copernicano, del Yo trascendental, origen de todas la síntesis del conocimiento, el sujeto pasará a primer término y los objetos dejarán de ser independientes de éste. Las ideas de la razón, si bien es verdad que no sirven para conocer la realidad, tendrán un uso regulativo y actuaran como lanzaderas que proyecten el conocimiento hacia un progreso indefinido, porque aunque el conocimiento está limitado en lo que puede conocer, sin embargo es ilimitado en lo cuantitativo. Además Kant, con sus análisis de estética abre una puerta muy especial, la del sentimiento, que será explorada de diversas maneras.

Pero el precio pagado por estos logros es demasiado alto: igual que la Revolución francesa en nombre de la libertad impone en toda Europa la conquista napoleónica, el sujeto kantiano, vive una realidad desgarrada entre el mundo por él conocido, un mundo de apariencias, y el mundo inaccesible de las cosas en sí, entre la libertad presupuesta por la Ley interna y el sometimiento a la Ley externa, exigencia del sostenimiento del Estado, entre la razón teórica y la práctica, entre la razón y el sentimiento, entre el ser y el deber ser, entre la necesidad y la libertad, entre los dos reinos sensibilis atque intelligibilis, de la Dissertatio, con demasiadas resonancias medievales.

En Alemania se produce una reacción inmediata ante estas contradicciones hijas de la concepción ilustrada. Es el romanticismo un movimiento sumamente complejo, incluso contradictorio, no bien estudiado en su significación filosófica: Reacción contra la ilustración y lo que se cree excesos de la razón, potenciación del sentimiento, de lo irracional; vuelta a la naturaleza; frente al mecanicismo racionalista, el modelo será el árbol y no la máquina; individualismo rabioso y, paradójicamente, surgimiento del nacionalismo, en parte como reacción a las conquistas de Napoleón, aunque no sólo por eso; revalorización de lo medieval y también de lo religioso, redescubrimiento del gótico, que a veces se intenta identificar con lo germánico, pero al mismo tiempo se sigue valorando lo clásico, porque el verdadero valor está en lo antiguo frente a lo nuevo, en el pasado frente al modelo ilustrado de progreso.

En este contexto de desgarramiento teórico, político y estético adquirirá especial importancia una filosofía que partiendo del idealismo trascendental kantiano hará frente a las dificultades de éste e intentará superar la bipolarización en que su pensamiento estaba encerrado, sujeto y objeto, cosa en sí y apariencia, razón teórica y práctica: es el idealismo absoluto. Los principales autores son Fichte, Schelling y Hegel. Todos parten de la problemática kantiana y mantienen distintas relaciones con el movimiento romántico, pero todos coinciden en ir más allá de lo que fue Kant; el idealismo trascendental afirma el papel conformador del sujeto, que actúa sobre los materiales de la cosa en sí, el idealismo absoluto elimina totalmente la cosa en sí, y el sujeto, o el nuevo absoluto afirmado, pasa a ser, no sólo conformador, sino también constituidor de toda la realidad.

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